Todo luce perfecto. El jardín está lleno de colores, globos, brillos y un sinfín de decoraciones por todas partes. El pastel sobre la mesa se ve delicioso; no recuerdo bien cuál fue la última vez que comí pastel. ¡Mi favorito es el de chocolate!
La música que suena es moderna. Por fin se acabaron las canciones infantiles. Por lo menos a los catorce años ya no eres completamente un niño, ¿verdad? Bueno, ese asunto con los padres tratándonos a esa edad como bebés no me parece un buen tema. Justo ahora, esta fiesta luce genial. Me hubiera encantado hacer fila para golpear la piñata, pero la destreza nunca fue una de mis habilidades.
No veo la hora de que abran los regalos. ¿Qué serán? ¿Autos de control remoto? ¿Una pelota de baloncesto? Puedo diferenciar las bolsas que contienen ropa; yo odiaba cuando me regalaban ropa. Recuerdo que en una ocasión mi madre colocó una nota en las invitaciones de mi fiesta donde advertía que la celebración era solo para recibir juguetes. Sé que algunos padres objetaron, pero ¿qué, acaso no fueron niños alguna vez? Esa fiesta estuvo fabulosa, lamentablemente fue la última que mis padres me hicieron.
Samuel luce muy contento. Me alegro mucho por él; es un niño un poco solitario para su edad. A mí me agrada. Al parecer no tiene amigos en la escuela, bueno, eso es lo que creo yo. Cada tarde se sienta junto a la chimenea a hacer sus deberes. Ya no le gusta hacerlos en su habitación. A mí me parecía un lugar ideal para hacer tareas. ¿Pueden imaginar una habitación con su propia biblioteca? Conté cada uno de los libros: veinte en total. En casa teníamos a lo sumo un par y eran de papá; no nos permitía leerlos. Yo podía pasar todo el día en ese lugar, aunque también me gustaba acompañarlo a jugar afuera, lo alto que lo hacía llegar en los columpios…
Sé que hoy es su día y no debo llamar la atención. No pude traerle un regalo, pero mientras le cantaban las mañanitas se me ocurrió una gran idea, una sorpresa que espero jamás olvide. Me acerqué lentamente, fui muy cauteloso. Me arrodillé y me metí bajo la mesa. En la primera oportunidad que tuve, saqué mi mano, aparté el mantel y dibujé una carita feliz en el pastel. ¡Wow! Hubieran visto su cara. No supo qué decir, se quedó pasmado. ¡Seguro que se sorprendió!
Me cubrí de nuevo con el mantel y me retiré lentamente. Es la hora de romper la piñata. No me gustaría estar ahí. Bueno, por lo menos no como la otra vez…
De solo pensar en aquel cumpleaños donde todos mis amigos asistieron, todo era risa y magia; habíamos hecho un par de trucos. Cuando llegó la hora de hacer la fila, ahí estaba yo, formado para ser el primero. Siempre fui pequeño, así que era mi derecho pegarle primero, no por ser el cumpleañero.
Samuel era el último en la fila, no solo por ser el más grande de todos y mucho más fuerte, sino porque era muy tímido; era muy raro que asistiera a las fiestas. Recuerdo haber escuchado a nuestras mamás conversando. La mamá de Samuel le dijo a la mía: “Gracias, Megan, no sabes cuánto te agradezco que nos invitaras. El divorcio le ha afectado tanto a mi pobre Samuel, está descontrolado, parece otro. Es por eso que ahora lo obligamos a venir. Estoy segura de que eso le hará bien”.
Samuel… ¡quién iba a pensar que tomaría el palo y al primer intento fallaría! Todos comenzaron a reír y a burlarse de él. “¡Eres un tonto, eres un tonto!”, coreaban todos sin parar. No me pareció correcto que lo llamaran así; a mí me parecía un buen chico, así que quise defenderlo. Me paré erguido y di un paso al frente. Y justo en ese momento, él tomó el palo con tanta fuerza que emitió un gruñido cuando se dispuso a dar su segundo gran golpe.
Esta vez sí le dio a algo, pero ese algo fue mi pequeña cabeza. Eso es lo último que recuerdo.
Y sucedió en mi fiesta.
Han pasado cuatro años. Yo no lo culpo. Sé que no fue su intención lastimarme, es por eso que todo este tiempo le he hecho compañía. Ya no es el mismo de antes y no sé cómo hacer que sonría de nuevo. Le escribo notas, toco su ventana por si quiere salir a jugar, le lanzo aviones de papel mientras estudia. He tratado de decirle que todo está bien, que seguimos siendo amigos.
Creo que todo sería más fácil si tan solo una vez Samuel pudiera verme, que supiera que, aunque ya no estoy vivo, puede seguir contando conmigo.

Soy contadora de profesión, pero mi verdadera pasión son las letras. Orgullosa propietaria de Soffa, mi librería en línea, un proyecto que creé para compartir y gritarle al mundo que la historia de un libro no tiene por qué tener fin. He incursionado en la escritura creativa, mi inspiración es la condición humana, la imaginación y lo cotidiano; sin dejar de lado el fascinante mundo del terror. Me encanta ser “la loca que siempre trae un libro”, una etiqueta que llevo con orgullo y define gran parte de quién soy. Siempre estoy dispuesta a enfrentar nuevos desafíos, pues creo firmemente en el aprendizaje continuo y en ser auténtica.
