Transmutación

Sentado al borde de una escarpa, no lejos del orfanato, el frágil, Jorge, escucha el alboroto de los niños que, cansados de la jornada, salen despavoridos dejando a sus maestros con la palabra en la boca y los pupitres vacíos. Escudriña sigilosamente a todos los chicos de su edad, buscan apresurados la salida que los llevará al encuentro de un rostro conocido. Una mueca incomprensible aflora en la cara de Coque, como lo llamaba su mamá, y, permanece quieto en la escarpa, la sonrisa a medio terminar, un enojo abortado.

Los recuerdos lo bañan como el sol a su rostro, tímidos y silenciosos los rayos entibian su cuerpo; entonces recuerda a su madre, con el sombrero viejo de paja y la redecilla de tejido muy cerrado delante de la cara. Sus manos con guantes se mueven despreocupadas separando de la colmena las abejas que producirán miel, con asombro espontaneo muestra y explica al pequeño el proceso de la metamorfosis de las abejas, admira lo complejo de la naturaleza, la madre le enseña: el inexplicable arte de la transformación, se presenta en muchas historias de vida de animales, en las ranas, las mariposas, las moscas, los escarabajos y las abejas, para el caso de las abejas se presentan cuatro etapas que va de la más diminuta y delicada el huevo, pasando por la larva, la pupa o ninfa y la abeja adulta. La incertidumbre de la transformación es tan espectacular como aterradora, en el caso de las abejas el destino final es una sorpresa y lleno de incertidumbre, nada está escrito, un huevecillo puede decantarse en cualquier resultado ser reina, zángano u obrera y con ello su labor dentro de ese mundo lleno de miel.

Coque miraba los huevecillos blanquecinos que se transformaban en gusanos alargados semejantes al arroz que se comía, después el tronco se alargaba más y las patas se apretaban al cuerpecito traslúcido de estas criaturas en constante transformación, en esta etapa larvaria se adivinaban ya pequeñas fauces y ojos saltones, aunque las criaturas ya estaban totalmente formadas permanecían inmóviles en su cámara dentro de la gran colmena. A Coque este período le provocaba curiosidad, le parecía que era un estado de latencia muy frágil, más parecido a la muerte por su mutismo, inmovilidad y el color grisáceo de los cuerpos diminutos. Por alguna razón que no entendía, esa transformación le provocaba escalofrío y una gran ansiedad, quizá se debía a la sensación de incertidumbre ya que ni el género ni el oficio de estos pequeños cuerpos se definía aún. Algo dentro de su cuerpo se cimbraba y le daban ganas de llorar. El cambio final era el surgimiento de alas, aunque esto no representará ni una salida ni un vuelo hacía la libertad.

La voz de su madre lo sacó de la reflexión, ayúdame a cambiar las colmenas a un sitio donde haya más flores, esto aumentará la producción y ganaremos más dinero, todos aman la miel de flores silvestres. Entonces, un olor penetrante y una vibración en la tierra volvió agresivas a las abejas, éstas formaron una fila como la de los militares intimidante por demás y al igual que ellos el ruido que provocaban al avanzar no cesaba. La túnica negra que usaba su mamá para repeler a las abejas no hizo mella en la avanzada, lograron entrar en los lugares más frágiles de su cuerpo. Coque miró a su progenitora cubierta por cientos de insectos, aquellos que tanto amaba, la mujer yacía inmóvil, pálida como las ninfas que tanto había observado. Obnubilado por la escena pudo observar como a su madre le crecían unas frágiles alas transparentes tan débiles que no le permitieron moverse hacía ningún lado.

Honey como la conocen en el medio, es especial, sus allegados afirman que elle tiene la peculiaridad de dejar un olor a miel cuando pasa y un zumbido casi imperceptible que se va alejando con su caminar ondulante, sus manos cuando estrechan dejan una humedad pegajosa y su olor evoca al de las flores silvestres, su palidez es extrema acentuando su aspecto por la falta de cejas. Elle entra a su camerino, mira las botas blancas de piel, de las que llegan a la rodilla, una sonrisa vanidosa se escapa, a pesar de medir un metro ochenta y cinco, sus pies siempre han sido pequeños. Mira las botas, sus pensamientos como palomas asustadizas se alejan y se posan en unos pies diminutos que hacen contraste con el espacio enorme, de techos tan altos y fríos, percibe un tufo a humedad y tierra. Escucha por primera vez la palabra orfanato. Unos señores desconocidos lo han acompañado. Abraza a su pecho una bolsa de tela donde guarda sus pertenencias; una medalla de una virgen desgastada con la fecha de su nacimiento, un par de trusas de algodón, pantalones y camisas.

Las noches son silenciosos en ese lugar de techos altos. Extraña el zumbido de las abejas, y la voz aguda de su madre. El enorme silencio se interrumpe por jadeos dolientes acompañado de olor a excremento, sal y humedad. La resistencia al dolor y llantos soterrados. Las noches parecen interminables.

Al desayuno lo invade una quietud devastadora, con movimientos lentos los niños se llevan los alimentos a la boca, la vergüenza o algo parecido a ella los inunda, los huérfanos evitan mirarse a los ojos. Honey ahora como entonces siente como las mandíbulas se aprietan y los dientes chocan entre sí. Una arcada la cierne, quiere vomitar, el asco la acompaña desde entonces.

Honey, cariño, te toca entrar en cuarto lugar, date prisa…

Mira de reojo las botas blancas de piel, es hora de subirse en esos tacones altos y dejar el suelo. Honey tiene un rostro peculiar debido a la mezcla genética mexicana y francesa. La naturaleza le ha dotado de buenos ángulos faciales y corporales.

Su estuche de maquillaje pesa tanto como un tractor. Comienza afeitando su barba insipiente para lograr la superficie lisa, limpia e hidrata a fondo. Con alcohol isopropílico limpia las zonas donde pone cinta para fijar sus contornos. Aplica sombra naranja va sepultando todos los puntos negros creando una superficie tersa y natural, es necesario dar varias capas de la primera sombra, se prepara para dar paso a lo femenino de su alter ego. Elige la base del color de su piel para esculpirse el rostro, como en un lienzo blanco preparado para crear, mezcla los tonos claros y oscuros, resalta los pómulos y la mandíbula usando iluminador, corrector y bronceador. Lo que una Drag debe cuidar más que nada es el maquillaje de los ojos enfatizando la mirada, usando pestañas postizas, el dramatismo en los ojos no debe escatimarse, Honey lo sabe y usa más hileras de pestañas. Mientras se cubre las cejas, recuerda las ninfas y una sonrisa extendida le cubre el rostro, ella se da cuenta de su poder, al fuego que ha recibido de otres como elle, puede ser todes en un mismo cuerpo, una a la vez. Una noche puede ser la hermosa Marylin Monroe y sentir como las ondas suaves de su vestido quieren volar al ritmo del viento como en un bucle interminable desafiando la plasticidad del tiempo, o darle vida a la hermosa María Félix dibujándose las cejas que acentúen la mirada, tener el cabello ondulado, apropiarse de su andar y su vocabulario, mimetizarse y adueñarse de su alter ego para al igual que ellas espantar al miedo.

Honey ha dejado atrás el nerviosismo del primer show aquel día en qué salió al escenario con el look de pan de muerto, siempre le ha costado manejar el cabello largo, ese día fue un desastre, aunque el vestuario fue excelente; el show dejo mucho que desear. Su casa Drag la siguió apoyando y apostando por ella.

En sus primeros shows ella confeccionaba a mano su vestuario, ellas, las Drag Queens han revolucionado la industria del maquillaje, abriendo espacios inexplorados a la creatividad y expresiones inigualables, transformar el rostro es solo el principio, una Drag Queen adopta una personalidad femenina exagerada utilizando la teatralidad y la comedia no solo para entretener, también para criticar las normas de género y para ser diferentes cada día.

Honey nuevamente ha triunfado y ha sido aclamada, se ha sentido querida. El traje que ha inventado es el de abeja reina con alas esplendorosas doradas y enormes, la seda dorada se pega a su piel seduciendo a sus curvas sinuosas, despertando admiración y envidia, sus botas blancas de tacón de aguja la separan del suelo, dándole la ilusión de volar.

Se baja del escenario, ella no celebra, se desmaquilla con cuidado sin arrastrar el maquillaje para no maltratar su cara que es su lienzo sagrado en el cual se podrá transformar en lo que desee. Ha dejado claro que ella es la maestra, la maga en la transmutación. La metamorfosis de su cuerpo y de sus pensamientos. Allá en un estado larvario ha quedado el pequeño Jorge, Coque maltratado, violado y olvidado en un recinto con olor a cloaca. Se mira en el espejo, su rostro sin cejas le recuerda a las ninfas. Cierra su camerino se dirige a casa con pasos apresurados. Un pensamiento la hace reír mientras camina, se da cuenta de lo pequeño de sus pies, una reina necesita al menos 20 zánganos en su vuelo nupcial. Estos solo sirven para copular, no tienen aguijón como las reinas. Mira a su alrededor y sus alas se agitan esplendorosas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *