Todavía me queda un poco de conciencia del ser humano que fui. Me sorprende que pueda hilar alguna idea coherente en el estado que estoy. En algún momento de mi existencia, tuve sensaciones de calor, frío o dolor en mis extremidades, algo que la gente pasa desapercibido el mayor tiempo de su miserable vida; sólo cuando sufre una infección bacteriana, virus o deterioro corporal pone atención…
Me repugnaban las personas que adoptaban perros o gatos callejeros, esas bestias que hacen de un hogar un cagadero… Con el tiempo, los dueños se convertían en sirvientes de esos seres endemoniados…
No ideas digo apropiadamente. Hablo errores. Regrese que lucidez… Espero…
Todo lo he olvidado… Poco a poco he perdido gran parte de mi conciencia. De momento, vuelve con una fuerza de corriente líquida como caída desde una catarata. No sé si imagino, sueño o algún recuerdo muy lejano viene a mi mente y me hace utilizar la lengua de los humanos…
Tal vez contagiado por esa actitud de quienes adoptan caninos o felinos, o por el simple hecho de estar de moda decorar con plantas los pequeños espacios habitacionales, compré un cactus. Una planta insignificante que podía sobrevivir sola… La coloqué en una repisa del baño…
El torrente de ideas invade mi mente y mi lenguaje… Con el tiempo, compré una planta carnívora, de esas insignificantes que venden en las ferias patronales. El cactus decoraba el baño; la carnívora, la estancia… La planta carnívora empezó a demandarme atención. Su hambre exigía cada mañana insectos en sus fauces. No podía estar en silencio durante el desayuno si no le había dado su ración de insectos. De no ser así, esos colmillos monstruosos hacían estridente reclamo… Sólo se calmaba después de tres o cuatro insectos; poco después debían ser veinte y después, mucho más…
Elsa llegó un día con una especie de cactus rara para mí. Un cactus rosa. Pensé que me estaba jugando una broma. Me miró con desdén como cuando se ofendía. Nunca más regresó…
No recuerdo los colores, sabores y sonidos. El lenguaje que se viene estrepitosamente por lapsos me permite hilar ideas… Esa planta acuática diminuta, verde amarillenta, comestible como la soya, se posó en mi ojo derecho…
Marcela, poco después de su visita, regresó con una flor cadáver. Una planta espectacular y grande; de mi estatura. Tuve que sacar a la calle dos libreros repletos de baratijas para que la flor cadáver se instalara con su esplendor…
El cactus invadió la pared del baño como si fuera una enredadera. Espinas brotaron del cristal de la repisa, la taza, el lavabo y la regadera. El baño servía únicamente para defecar en medio de los pisos espinados…
“Wolffia angusta. Sí, Wolffia angusta… Es comestible… Veremos cómo la eliminamos de su cuerpo. Parece sarpullido…” Resuena en mi mente…
El cactus rosa creció por todos lados. Emanaba por las noches una luz rosada neón que se filtraba por las rendijas de mi cuarto. La Wolffia reaccionaba con intermitencias neones amarillentas… Dormir era imposible… Ahora que la memoria me lo permite, quizá su luminiscencia terminó por secar el cactus rosa…
Desde mi posición, los cactus, la planta carnívora o la flor cadáver no se ven exóticos. En algún momento… Me pregunto cómo fue posible todo esto. Tal vez el hechizo de un colega envidioso; una pócima de mujer despechada; la bruja que vino a desmembrar varones para ofrecerlos a seres malignos; un objeto venido del espacio… Las luces que cayeron del espacio…
El departamento poco a poco se convirtió en un jardín monstruoso. Adriana llevó una mandrágora; Claudia, orquídeas. El pequeño departamento se inundó de plantas que parecían pulpos, arañas, ojos expuestos a ácidos, dedos de muerto, piernas mutiladas, vaginas sangrantes, penes infestados de verrugas…Yo, un bulto de pequeños granos de arena verde caminando, estático, de pie, acostado…
La planta carnívora había crecido endemoniadamente. Los sillones, el estéreo y demás muebles fueron estrujados por los dientes de esa planta… No hubo tiempo de sacarlos a la calle o tirarlos por la ventana. El hambre de la planta carnívora era inmensa. Cada vez más y más. Los insectos no la satisfacían. Tuve que atrapar las palomas que se posaban en la ventana de mi cuarto. Las devoraba de un bocado. El sonido de sus dientes era ensordecedor. Tuve que salir alrededor de los edificios para atrapar gatos y perros vagabundos. Pero el hambre era mayor. En la desesperación de ese ruido ensordecedor, rapté niños y niñas para alimentarla; vagabundos y transeúntes… Elsa… Marcela… Adriana… Claudia…Miguel… Joaquín… Pequeños granos verdosos y amarillentos, como los míos, empezaron a crecerle…
Pensé que el olor fétido de la carne podrida era resultado de los huesos de las personas tragadas por la planta carnívora o el olor horroroso de la planta cadáver atrayendo insectos polinizadores. Ese olor similar al de los muertos exhumados para verificar una autopsia… Pero, emanaba de los eccemas amarillentos pegados en la planta cadáver…
Cuerpo… No puedo… Ciego… Infestado… Planta… Verde… Cuerpo… Invade… Ramas… Silencio… No…
El departamento es una caja llena de diminutas canicas verdosas. La Wolffia ha ocupado todo el espacio. Poco queda del jardín monstruoso y de mi cuerpo humano… He dejado de respirar; de sentir… No logro conectar ideas… El lenguaje…

Daniel Arazúa docente de literatura, aficionado a la creación literaria e investigador de lo fantástico. He participado en la Revista Penumbria en dos ocasiones: Penumbria 57 Cinéfila y 53 Catálogo de la Tienda de Antigüedades del Perverso Mefisto, y en la revista El Creacionista #72.