Madison Winter

Todo Nueva York estaba intrigado por una noticia. Semanas atrás,  se reportó la desaparición de Madison Winter. Una joven de diecinueve años. La policía estaba al tanto, la buscaban sin parar,  día y noche. Pero no había rastro de ella, ninguna pista, nada, como si se hubiera esfumado en el aire. Me llamó Frank y era el detective que estaba al frente de la investigación; decidido a encontrarla. Soy un hombre de cincuenta años. Serio, con ojos cansados. Todo mi equipo había estado buscando por cielo, mar y tierra sin descanso, sin suerte.

Sentía la presión por encontrar alguna pista, por mínima que fuera. Estaba demasiado cansado pero intentaba dedicar toda mi concentración al caso. A lo lejos escuché mi teléfono sonar. Por lo general a esa hora de la noche me llegaban llamadas de la comisaría para saber si ya tenía alguna pista. No le di mucha importancia a las primeras dos llamadas, a la tercera ya estaba irritado por el sonido de  llamada. Decidí contestar sin hacer mucho caso al número.

—Detective Frank—dijo, la persona al otro lado de la línea— Sé qué paso con Madison Winter.

No reconocía la voz, además no confío en nada, ni nadie.

—¿Quién habla?—Pregunté.

—Eso no importa, lo que importa es lo que paso con Madison—dijo— Se quieres averiguarlo, tendrás que venir a la estación antigua de trenes en la Avenida Collins.

Sin dudarlo, salí directo hacia allá, le pedí que me acompañará a Jack, un detective retirado.

Cuando nos encontramos a las afueras de la estación, una nota estaba en el suelo, que decía: “entren al tercer vagón. Ahí encontrarán lo que buscan”.

Fuimos de prisa. Teníamos una valiosa pista, después de tanto tiempo. Cuando entramos al vagón estaba lleno de objetos de Madison: fotos, ropa y joyas. De repente se escucharon ruidos. Nos dimos la media vuelta y un hombre encapuchado se acercó a nosotros. No se podía apreciar el rostro.

—¿Ya me dirás, quién eres?— digo con intriga.

La persona no respondió, en cambio se sentó. Puso  una computadora al lado suyo. Reproduciendo un video. Los compañeros no confiaban en lo que hacía el hombre. Sin embargo, necesitaban pistas para encontrar a Madison.

 —Miren esto— dijo el hombre mientras se levantaba la pantalla para ver el video también.

Me senté frente a la computadora. Le hice señas a Jack para que vigilara al hombre mientras veía la evidencia. Era un video de Madison, dentro de un vagón. Parecía ser el mismo donde estábamos. En la grabación, Madison, fue violada por un grupo de hombres- También fue torturada con gravedad, quemada y hacían cortes en su cuerpo, pero sin dejarla morir. Antes de ver la tortura por la que pasó Madison, sospechábamos que algo terrible le había pasado, sin embargo, era peor de lo que pudimos haber imaginado.

Quedamos atónitos y horrorizados por las atrocidades qué vimos. Fue tanta nuestra sorpresa que descuidamos al hombre. Este corrió hacia la salida del vagón. Nos dimos la vuelta de inmediato; vimos que estaba cerrando la puerta del vagón. Intentamos correr a la puerta para evitarlo, pero era demasiado tarde.

Nos habíamos quedado sin poder salir del lugar. Estábamos encerrados. Buscamos alguna salida por varias horas pero sin suerte. Nos dimos por vencidos. Decidimos que, en lugar de perder el tiempo, era mejor seguir viendo la evidencia por la que tanto habíamos luchado.

De pronto se apagaron las luces. Un gas empezó a invadir todo el vagón. Intentamos resistir pero caímos uno a uno al suelo, desmayándonos. Nos despertamos en un cuarto de hospital. No teníamos idea de cómo habíamos llegado ahí.

La comisaría decidió cerrar el caso por lo peligroso que era. No sólo para nosotros, si no también para los demás agentes. Muchos de ellos habían desaparecido y de algunos otros tan sólo quedaban sus recuerdos. El caso se quedó sin resolver.

Yo no quería dejarlo así, pero por mi seguridad y las de mis compañeros decidí ceder por el momento, aunque no me pienso quedarme de brazos cruzados. Los detectives que quedaban tenían demasiadas dudas: ¿Quién era el hombre encapuchado? ¿Dónde está Madison? Y lo más importante, si seguiría con vida ¿Quiénes eran los hombres y qué era lo que querían? ¿Cómo llegamos al hospital?

Yo no podía enfocarme en ninguna de esas preguntas. Antes de desmayarnos, al caer debajo de uno de los asientos vi una carta, lo que parecía ser una dirección y un teléfono. En la carta tan sólo pude leer, “búscame aquí”, después de eso, mis recuerdos son borrosos.

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