Adoro los lunes, impecables, perfumados. Me hacen tener esa sensación de un nuevo comienzo. Qué distintas se ven las personas este día, a diferencia de los viernes. El aroma inunda la pureza del aire, los tacones en sincronía sin tropezarse.
He clasificado las etapas de un lunes; de siete a siete treinta, se disfruta ver a las personas relajadas, sintiendo la puntualidad en cada paso.
Cuarto para las ocho, comienza lo verdaderamente divertido, las escuelas hacen estallar el tráfico, las personas corren, se jalonean, empujan. El furor aparece en los rostros, los autos pitan con todas sus fuerzas, los conductores al borde de la locura, el frenesí se apodera de las calles.
Pero todo lo anterior, la marea humana dentro y fuera de los carros tienen un punto débil: Como una pesadilla, a alguien se le ocurre chocar. Entonces todo el plan de la rutina diaria debe modificarse. Ese es mi momento. Me estiro a lo ancho de la banqueta, tomo un segundo y procedo a derramar una abundante orinada matinal. Desde luego, sin la laboriosa necesidad de bajarme los pantalones. Vaya charco caliente, vaya grafiti húmedo que me convierte en una península de amoniaco.
Ahora he colapsado la banqueta, la mayoría intenta rodear mi extensión, otros me saltan tapándose la nariz. No recuerdo cuando fue la ultima vez que me bañé y procuro no hacerlo, tampoco me lavo los dientes. ¿Para qué? Pero procuro despedir a los transeúntes con una ancha y alegre sonrisa macilenta. Algunos me insultan: pinche borracho culero, quítate a la verga, justo ahora cabrón, muérete de una vez… Sé que no me atacarán, su vida rutinaria está al borde del colapso, su prisa y desesperación es mas fuerte que su ira.
Adoro los lunes, porque, aunque todos los días me pudra de borracho, no siempre fueron divertidos, alguna vez fui un pendejo burócrata corriendo para no llegar tarde. Sodomizado por los horarios.
Hoy me rio al verlos, pobres, no tienen derecho ni a enfermarse, manadas de pendejos al ritmo de una miseria de salario. Ya no soy uno de ellos, que viven sin libertad, que hasta para coger y cagar tienen un horario.
La demanda de mi exesposa. Sus infidelidades, los años de mentiras. La casa que me quitó para vivir con su amante; después de todo, me hicieron un favor. Soy libre, y no como toda la gente contando los minutos todas las mañanas.
Me fascinan; los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes. Porque a diferencia de todos, a mí me valen verga.
Costeño legítimo, de la costa chica del Estado de Guerrero, orgulloso de su pequeño pueblo y su pequeña costa, colorida y alegre de donde a cualquiera le nace la inspiración.