El templo antiguo

Han pasado ya varias lunas desde que los aztecas conocieron Teotihuacán. La antigüedad del lugar y el desconocimiento de quién construyó el sitio impulso a un grupo de ellos a continuar buscando pistas sobre su origen. Un día, el cielo nocturno se llenó de luces danzantes apuntando a un valle cercano, de inmediato el grupo lo interpretó como una señal divina.

Actualmente, el grupo lleva tres días caminando hacia el corazón del valle. Conforme avanzan, el clima se va volviendo más agradable. Con esas condiciones climáticas, saben que es posible que los teotihuacanos hayan emigrado a esa zona. Sienten que pueden llegar a solucionar al fin el misterio.

En el cuarto día, el paisaje cambia abruptamente. Árboles cubren por completo el paisaje, camuflando barrancas, volviendo peligroso cada paso. El aire se vuelve más fresco y una extraña sensación de quietud impregna el ambiente. Entre las hojas, comienzan a vislumbrar estructuras oscuras y erosionadas, vestigios de una civilización aún más antigua que la teotihuacana.

A medida que avanzan, las ruinas de una ciudad perdida, aún más antigua que Teotihuacán, se hacen evidentes. Las pirámides, templos y muros, cubiertos de musgo y enredaderas, se alzan, como guardianes de secretos olvidados. Las piedras talladas con símbolos desconocidos emiten un brillo tenue y sobrenatural, sugiriendo una conexión con poderes antiguos y misteriosos.

Ninguno de los sacerdotes, nobles o soldados identifica los nombres de los dioses. Hacen su mejor esfuerzo con los dibujos y solo pueden identificar a un dios: Tezcatlipoca. A diferencia de ellos o los pueblos que han subyugado, esta antigua representación parecía venerar al dios del espejo humeante.

El líder del grupo, el sacerdote Tlanextic, siente una vibración en el aire. Su instinto de autopreservación le grita que huyan, pero él quiere continuar. Ordena a sus hombres que se dispersen y exploren los alrededores. Algunos encuentran figuras esculpidas en la roca, representando criaturas monstruosas y deidades que no se parecen a nada conocido.

Después de horas, finalmente, llegan al centro de la ciudad. El suelo está teñido de rojo y en el corazón del lugar se alza un colosal templo de piedra negra. La estructura parece absorber la luz del sol, sumiendo su entorno en una penumbra constante. Grabado en el arco de la entrada de la pirámide, hay caracteres conocidos para el gran sacerdote.

—Este es el gran templo de Tezcatlipoca, el dios del espejo humeante.

Sus subordinados quieren irse, están aterrorizados. Sin embargo, marcharse sin haber investigado a fondo sería un desperdicio. Con respeto y reverencia, el grupo entra al templo, sus corazones laten tan fuerte que es posible escuchar sus latidos. Por precaución, una tercera parte de ellos se quedará resguardando la entrada.

Dentro del templo, en una cámara oculta, descubren un espejo gigantesco, hecho de obsidiana pura. El sacerdote, reconociendo el símbolo del dios, ordena a sus hombres que lo acerquen. Al hacerlo, ven reflejados no sus propios rostros, sino escenas de un pasado lejano y terrorífico: civilizaciones antiguas destruidas, sacrificios indescriptibles y figuras monstruosas que desafían la comprensión humana.

Uno por uno, los hombres comienzan a sucumbir a la locura, escuchando susurros en una lengua olvidada y teniendo visiones de horrores cósmicos más allá de este mundo. Tlanextic, en su desesperación, intenta destruir el espejo, pero es detenido por una fuerza invisible. El espejo brilla intensamente, y Tezcatlipoca se manifiesta ante ellos, no como el dios que conocían, sino como una entidad de caos y destrucción.

El dios les revela que Teopanzolco había sido su primer dominio en la Tierra, donde había reinado sobre criaturas abominables antes de la llegada de los humanos. Ahora, los Aztecas habían despertado a estos antiguos poderes, y el destino de su civilización estaba sellado. Tlanextic sale corriendo.

—¡Huyan! ¡Debemos alertar a la gran Tenochtitlan!

Los subordinados restantes observan criaturas aberrantes dentro del templo. Sin dudarlo, empiezan a correr junto a su líder. El miedo los hace olvidar las barrancas y desfiladeros ocultos por las hojas. La mitad cae a su perdición.

De entre los árboles, sombras se mueven saltando de un lado a otro. Lanzas llueven sobre el grupo, mientras risas resuenan por el lugar y los aztecas van cayendo uno a uno en medio de la confusión y el miedo. Ya que su líder es el único que vio lo que hay dentro del templo, lo protegen para que sobreviva.

A medida que las sombras se acercan, revelan ser figuras humanoides, pero grotescamente deformadas, guardianes antiguos de Teopanzolco, despertados por la presencia del grupo. En medio del caos, Tlanextic es arrastrado por sus hombres hacia la salida del valle, luchando contra las alucinaciones y la desesperación.

Finalmente, tras una frenética huida, Tlanextic emerge del oscuro valle, solo para darse cuenta de que es el único sobreviviente. Exhausto y atormentado por las visiones, inicia el arduo viaje de regreso a Tenochtitlan, sin apenas recordar cómo logró escapar de los horrores que lo acechaban.

Con la mente fracturada y el espíritu quebrado, Tlanextic regresa a Tenochtitlan, solo y desquiciado, contando historias de la ciudad perdida y su encuentro con el verdadero Tezcatlipoca. Nadie cree en sus palabras, tomándolas por delirios de un loco. Sin embargo, en los meses siguientes, comienzan a ocurrir sucesos extraños en la capital: desapariciones misteriosas, sacrificios fallidos y un creciente sentido de temor entre la población.

Al final, la historia de Teopanzolco se pierde en los anales del tiempo, pero los pocos que escucharon el relato de Tlanextic y observaron los signos sabían que algo oscuro había sido despertado, algo que un día reclamaría su lugar en el mundo nuevamente.

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