Imperio, de Melissa Rivas Hernández

Hay libros que revolucionan el oficio de sus autores, les implican un desafío por encima de sus obras anteriores y aparecen como un asombro al lector. Tal es el caso de Imperio, obra con la que Julia Melissa Rivas Hernández obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Raúl Rincón Meza en 2021, año pico de pandemia y zozobras, ideal para construir nuevos artificios literarios desde la pausa.

Lejos de someter sus alcances creativos, Julia Melissa emprendió un reto para nada sencillo: engendrarse en la voz de Clarice Lispector, la luminosa autora ucraniana-brasileña cuya narrativa de ilimitados continentes emocionales, penumbras y complejidades se convirtió no sólo en la materia prima de este libro, sino en un mecanismo biográfico para reflexionar sobre el oficio de la poesía y sus dominios sobre quien la escribe.

Imperio disciplinó la poesía con serenidad, descendiendo a los posibles rincones donde la escritora habitó y pudo haber habitado. El universo piel adentro es abismal, digno de temerse, y al retirarle los velos el individuo se torna vulnerable. El espíritu que procura transparentarse, desnudarse desde un yo desnudo también previamente, suele caer en temores o culpas, como se lee en la siguiente confesión:

He profesado la fe de los solitarios con una fe meramente clandestina, y solitario es mi silencio, tan insondable, que repito: Dios mío, mi Dios, soy yo quien te ha abandonado.

Imperio es también la voz del empoderamiento femenino. Pero no del feminismo proselitista, aquel de las consignas, sino del que se abre a partir de lo más arcano de la experiencia humana, la que es tocada por una intimidad aún por descubrirse, exhortada a volcarse sobre sí y sus conflictos vitales consigo y con los otros. Imperio, además, también es el perfil doméstico de quien se comunica con el entorno a través de la irremediable cotidianidad, sus rutinas y sus obsesiones literarias.

El libro es, por tanto, un viaje interior y a la vez un viaje físico. Por ello, los poemas que constituyen este libro son etéreos y a veces terrestres, sujetos, eso sí, por una sustancia que permea en todas las páginas: la duda, encarnada en planteamientos filosóficos, morales o emocionales por una mujer que conoce cualquier rumbo de la geografía, trayectorias y paisajes, pero carece de certezas cuando de la geografía personal, muy personal, se trata. Esa duda es, por supuesto, una virtud fundamental en personajes como Clarice Lispector, pues se trata de un instrumento que conduce a nuevos estados de conciencia, a nuevas luces.

Si bien en la periferia de la poeta se dibujan los escenarios domésticos, las ciudades recorridas y los viajes donde se detonan el recuerdo y los anhelos, es en el viaje interior donde se consuma el vértigo de las exploraciones, la verdadera euforia de una viajera empeñada en dejarse arrastrar por el placer de la palabra y sus dominios, un alimento que le ha dado la vida para enunciarse frente a todo y a todos, como se observa en el poema que dice:

Yo vivía del polvo, de la sed y milenios, y de este añejo pan de toda palabra, este pan que sale de una boca que profetiza.

La comunión que este libro nos ofrece entre Julia Melissa Rivas y Clarice Lispector es, al mismo tiempo, comunión entre nosotros como lectores y nuestra necesidad de edificar con la palabra un imperio capaz de sostener estas dudas que habitamos. Por eso es grata la lectura de este imperio.

Esto de aquí es el sacrificio de la mente, ser una visita en mi propia casa.

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