Pastel atrapamaridos

1

Qué rico está el pastel. No puedo creer que lo haga Yolita. Mírala, tan calladita en el patio. Allá, bajo el limonero. Gordita y con las manos entrelazadas, como si no rompiera un plato. ¡La vajilla completa se chinga! Si no la conociera yo. Desde pequeña fue imparable. Ahora, de viejita nadie se acuerda. Pero viejas estamos las dos y yo sé cosas. Muchas cosas.

¿Queda otro poquito de ese pastel, mija? Sírveme otro pedacito, no seas mustia. Qué ironía, no. Pastel atrapa maridos. Y ella, ahí. Sola. ¡Y le queda tan rico! Debiste conocerla antes de que se volviera loca. Antes de que bebiera ese frasco completo de pastillas. No, si lo malo fue que no se muriera, mija. No me veas así, sabes que siempre he dicho lo que pienso y ya estoy muy vieja para cambiar. Ve a mi tía abuela, tan viejita ya. Se le ve cada día más arqueada la espalda y tuvo que cargar con la señorita que no se murió, pero quedó loca. Impedida para cualquier trabajo. ¿A poco no hubiera sido mejor morirse? Desde que pasó lo que pasó se comprometió a cuidarla y lo hizo como pudo. Se acabó la vista de tanto bordar, y ya ves, lo poquito que ganaba en el tianguis se le iba en medicinas para ver si su orgullo recuperaba la cordura.

Ah, porque así como la ves de gorda y loca, era su orgullo. Bueno, no te voy a mentir que fue muy acuerpada. Y bonita, llena de pretendientes. Pero atrabancada, y mucho. No te digo pues que un día se echó el frasco de pastillas nomás porque no la dejaron salir a un baile. Y desde entonces, una cruz. No sirvió ni para trapear porque tiraba a cada rato la cubeta con agua. Ya te dije que así soy yo de clara y qué. Nomás nos estorbó a todos. Y si vas a torcerme la boca, ya me voy. Solo quería acompañarte un ratito, pero ni tú te aguantas, chamaca. Pero aguas, eh. Que no se te suba la adolescencia. No te vaya a pasar lo de Yolita. 

2

Ash, mi tía Geno. Quién la aguanta. Siempre de chismosa y tragona. Tengo que acabar de leer este mamotreto y llega a tragonearse el pastel que hizo Yolita y encima a echar su veneno. O sea, obvio sí. Ya todos sabemos que se quiso matar, ya todos sabemos que fue difícil para mi abue. Y qué más. Solo repite la misma historia como perico. Cacatúa diría yo.

“En el Japón casi nunca se adopta un hijo; se adopta un marido para la propia hija, al cual se le llama «marido adoptado», y se convierte en heredero de su suegro, pero paga un precio muy alto, porque su apellido es borrado de su propio registro familiar y entra en el de su mujer, cuyo nombre toma. Y además, ha de vivir en casa de su suegra. Pero si el precio es alto, las ventajas también son muy grandes, porque los descendientes del próspero comerciante se convierten en samurai y la familia empobrecida del samurai consigue aliarse con la riqueza. No se ha violentado el sistema de castas, que permanece igual que siempre, pero ha sido manipulado para proporcionar un estatus de clase alta a los ricos”.

 Chale con esta autora, ¿cómo se llama? Ruth Benedict, cierto. Qué pasados los japonesitos. Con tal de que no se queden solas, pueden incluso comprarle maridos a sus hijas, si no imagínese usted qué desprestigio. La quedada, la solterona, la loca. Pero claro, lo que compran es estatus. ¿Cuánto me saldrá un marido para mi tía Yolita? Para mi tía Geno, no. No merece que le compre nada. Aunque luego la atrapemos llorando y comiendo en silencio. “50, 000 pesos por este caballero, medio calvo y medio menso, pero le sirve en la cama y además trabaja de 8 a 4 en la ruta doce”. “O qué tal este modelito, versión jarocha. Morenazo de fuego para incendiar tu habitación. Único vicio: el alcohol, 100,000 pesitos nomás”. Ya, concéntrate, Lupita. Siempre es lo mismo contigo. Pero es que, ash. Qué lecturas tan pesadas. Bueno, esta está más leve que la del profe de antropología política. Esa si está de güeva total. Pero ya el año que viene nos sacan a campo. Y entonces sí, esta carrera agarrará sabor.

Benedict, Ruth. (2003) El crisantemo y la espada. Patrones de la cultura japonesa. México Df: Alianza. Este reporte me está matando. Ups, un waths. No manches, ¡se casa la Wawis! No lo puedo creer, gorda con suerte. Ja, qué bien, ¡peda gratis! Ay, pero el ánimo que desata los matrimonios en esta casa es de güeva. Pero si las estoy oyendo “y tú pa cuando, mijita.” “No, déjenla que termine su carrera en… ¿qué es eso que escogiste, mi amor?” Y yo, repitiendo, “Antropología, tía. Antropología”. Por qué están tan obsesionadas con el matrimonio. O sea, ni el Japón medieval. Ubíquense.

3

¡Lupita, mija, acércame mi tejido!

Ya no me puedo ni levantar de esta silla. Ya no veo ni para bordar. Pero al tejido nomás de puro tacto, le avanzo. ¡Dios mío, qué feo es llegar a vieja! En esta casa llena de mujeres, ni una sola se acomide a atender a esta anciana que les dio de tragar tantos años. ¡Lupe, mi tejido, chamaca!

Mira a mi Yolita. Tan solita la pobre. Pero ya no babea como cuando era muchacha. Se comporta, come solita. Por mí salió lo mejor posible de “su accidente”. Por mí, porque si por Enrique hubiera sido… nada. Cuando se murió, me la encargó. Aunque nunca me dio ni un peso partido por la mitad, me la encargó en su lecho de difunto. No, si no era tan malo mi viejo. Yo sabía que iba a volver. Por eso guardé su ropa. Yo sabía, aunque nadie me creía. Le cayó la conciencia y la virgencita me hizo el milagro de traerlo acá conmigo. Si hasta convencí a mi hija de ponerle así a mi nieta: Lupita. Porque me lo regresó de nuevo. Dirán que regresó a morirse, pero regresó. Ya no podía trabajar, pero me hacía compañía. Pa’ eso se casa uno. Para acompañarse, qué se callen los demás. Qué les importa.

Todavía me acuerdo cuando encontré a la Geno hablando con Cuca, la vecina. Que si un inútil, que si dos estorbos en la casa, que si ahora sí nos íbamos a morir de hambre. Pero ¿ella cuándo aportó a esta casa? Tres inútiles en tal caso. Chismosa, si para ladrar no se necesita más que hocico. Pero bien que se hizo la desentendida cuando mi viejito le dejó el  terreno de la Ceiba. Más tardó en enfriarse su cuerpo que ella en venderlo. ¿Y el dinero? Ni dos días le duró a la jija con ese viajecito a Miami.

 Pero qué le voy a hacer. Familia es familia. Ve nomás a mija tan calladita bajo el limón. Con sus manitas cruzadas. Mirando el suelo, ya no grita de noche. Ya nos podemos dormir de un tirón hasta que canta el gallo. Cómo me dolió verla tan mal. Retorciéndose y echando espumarajos por la boca. Pensé que se moría. De niña le gustaba enterrarse en la arena de construcción que dejaban los albañiles en la calle. Mi comadre me dijo que tuviera cuidado. Los niños que juegan a enterrarse lo hacen porque se quieren morir. Me lo advirtió y yo no hice caso. La dejé crecer como un crisantemo rojo.

 Y tantos pretendientes que tenía. ¿Cómo se llamaba ese que me enviaba pan todas las tardes? El hijo de Chucho el panadero. Ay, esta memoria de vieja, de veras. Buen muchacho. Ese le convenía, pero yo quería que ella escogiera el que quisiera. El que quisiera. Como yo no pude elegir, quería que ella sí. Todavía me acuerdo cuando me robó mi viejo. Estaba muy chamaca y no entendía nada. Tardé muchos años en darme cuenta que por ahí iba la cosa y que era mejor resignarme. Además, a los dos años me dejó ver a mis papás. No, pues tan malo no era mi viejo.

¡Lupita, mi tejido, caramba! Esta chamaca es la verdadera inútil de esta familia. Se la pasa perdiendo el tiempo con ese teléfono. Pero bueno, ojalá Diosito y la virgen me la cuiden. Tan chula que se mira, aunque luego se vista todita de negro. Como una viuda joven. Hasta las uñas se pinta de negro. A mí me recuerdan las uñas de un muerto. No me cree que es de mala suerte. Dios mío, qué feo es llegar a viejo y que nadie te haga caso.

4

Ay, mi abue. Necia de verdad. Le dijo el médico que ya no tejiera. Ya no ve, la levantamos con tanto trabajo de esa silla. Solo para moverla a otra donde dé el sol. Y se la pasa rezando y así. Y cuánto trabajo nos da convencerla para que se meta a bañar.

Bueno, a mí la neta, me da absolutamente igual que se bañe o no. A mí a veces me dan ganas de no bañarme y ni quién me diga nada. Y ella tan grande ya debería hacer lo que quiera.

Acá está abue, ya estese tranquila pues. ¿Le traigo un vasito de avena? Yolita hizo pastel. ¡Que Yolita hizo pastel! ¿Le traigo un pedacito? Ajá, ese mero. Ahorita le traigo, espéreme.

Ay, chale. Qué se sentirá llegar a viejito. A veces siento bien feo por mis tías y mi abue. Acá encerradas en esta parte del estado. Al principio no quería venirme para acá aunque me quedara más cerca la Uni. Lo mío, lo mío es el “Defectuoso”, pero ni modo. No me quedé en la UNAM. Es que está bien dura la competencia. Pero a ver si en la maestría. Por eso no me quedó de otra que venirme a la “Universidad Autóctona de México”. Pero, chido. No me quejo. Excepto de este libro que no termina. Yo quiero hacer otra cosa. Volver a ver Mulholland drive a ver si así le entiendo. Pinche Linch está bien grueso. Me late la historia de las lesbis súper intensa. Entiendo que una manda a matar a la otra. Pero como que me pierdo. Quedé de verme con el Gokú por la tarde, a ver si me explica qué entendió él, el cinéfilo de Canes wannabe. Me cae bien el chavo, aunque me choca que no entiende que lo “frienzoneo” cañón y él ni por enterado.

Pero primero debo convencer a mis tías y a mi abue para que me dejen salir. Están de plano bien gruesas. Hasta la loquis se me interpone en mis escapadas. Pero a ella sí le hago caso, se ve que se muere de preocupación y miedo. Se le ve en los ojos. Luego, luego se le llenan de lágrimas. Me dice “no te vayas, no te vayas. ¿No ves que me dejas sola? ¿No ves que sola no puedo? ¿No ves que sola…?”

 Nomás para no angustiarla me quedo con ella y le pongo música de Natalia Lafourcade. Supongo que le gustan las canciones de Agustín Lara cantadas por ella. Eso la deja contenta. Ensimismada, pero contenta.

Ya casi no hay pastel. Le voy a decir que si no quiere que hagamos otro. Así, la dejo tranquilita vigilando el horno y me salvo de panchos. Ay mi tía. Con todo y es la que más quiero, y creo que es la que más me quiere a mí. ¿Cómo habrá sido el galán por el que se tomó las pastillas? Uy, qué intenso.

5

¿Ya se acabó el pastel? No me guardaron otro pedazo. No, si no le tienen consideración a una en esta casa.  Saben que me gusta su sabor penetrante a piña. Yolita debería hacer más para empezar a vender y ver si así sacamos algo. No que no nos alcanza ni para ahorrar tantito para ver si puedo volver a Miami. Ay, qué ganas de regresar ahí. Fueron las vacaciones de mi vida. Aunque me recriminen que me haya gastado el dinero que me dejó el difuntito. Pues me lo dejó a mí, ¿no? Podía hacer lo que quisiera con ese dinero porque era mío. Lo que les dolió fue que vendiera el pedazo de tierra ese inservible. A ver, sigue ahí, siendo el mismo corral de vacas que hace veinte años. Pero qué más da. Lo que pasa es que nadie me entiende, nadie quiere entenderme.

Juan, Juanchito. Él sí me entendía. Por eso me lo ligué en Miami. Y volveré y lo buscaré. Porque él sigue allá. De eso estoy segura. Si hubiera regresado ya me lo hubiera dicho. Me hubiera venido a buscar sin duda. Me lo prometió. Me dijo que iba a dejar a su esposa, qué vendría a buscarme para irnos a vivir a Cancún, solo que me pidió tiempo. Que lo esperara a que ahorra un poquito para vivir mejor. Y eso lo entiendo. Acá está el pastel. Ay qué gente. Porqué me lo esconden. Pero si son malas conmigo.

Genoveva, alto, solo un cachito porque ya estás muy gorda. ¿Y si Juancho no me reconoce cuando vuelva? No mames, Geno, otra vez de pendeja. Ya basta. No va a venir; no van a venir. Ni ese brasero miserable ni el cadetito de mierda ni el pinche “arriavacas” pendejo.  ¿Pendejo? Pendeja tú que todavía crees en milagros. Quién te va a querer, gorda y malgeniuda. Sola, sola te vas a quedar. Ya me ganó de nuevo el sentimiento. Qué triste es ver llorar a una mujer vieja como yo. No tenemos derecho a sacar lo que sentimos porque nos vemos ridículas. ¿Otro pedazo de pastel? Otro. ¡Chinge a su madre! La vida es corta. Y yo… yo no voy a ser eterna.

 6

Receta para el pastel atrapa maridos. Recuerda, recuerda, recuerda.

Para el pastel:

1 taza de “lecherita”

1 taza de leche evaporada Carnation Clavel

1 taza de leche de coco

1 taza de harina

½ taza de azúcar

3 huevos

1 lata de piña en conserva

Para el glaseado de coco:

1 taza de leche de coco

2 cucharadas de azúcar

1 y ½ taza de coco rallado     

Olvidaste el chorrito de vainilla. Olvidaste el chorrito, el chorrito.

Recuerda, recuerda, recuerda. Las rosas y los suspiros. Mis rodillas sangrando por trepar la barda de la iglesia para verte. Un perro ladrándome en la falda. El atrio sin nadie. Abrázame, abrázame, abrázame. Soy tuya.

Recuerda, recuerda, recuerda. No te vayas a cortar con las latas. Destápalas con calma, con calma. No manches de rojo la blancura de la leche. No llores si te cortas. Mamá Lucre me lo pide siempre. No llores. No grites. No llores.

Tú me lo pides también, no grites, no hagas ruidos, nos van a ver y entonces sí, se armará la gorda y nos separarán para siempre y no volveremos a vernos. Lo mínimo será las dos de monjas, secas y viejas, haciendo pasteles encerradas en la iglesia, de monjas. Recuerda, recuerda, recuerda. Yo te amo. Para siempre.

Enciende el horno a 170°C. Huele el gas, el gas, la muerte. Engrasa y enharina un molde como para flan. Con cuidado, en el vaso de la licuadora, echa la mitad de la piña y su jugo, la leche condensada: “la lecherita”, la leche de coco, la leche de tus senos. No la bebas todavía, espera, espera, espera. No la bebas, no es para ti, sino para el pastel atrapa maridos. Vierte la leche, la leche de coco, la harina, el azúcar y los huevos uno a uno. Recuerda, primero se cascan en un traste aparte, no vayan a salir negros. Negros por dentro, no merecen la vida. Negros por dentro. No merecen ni el amor. No merecen los besos. Negros por dentro.

 Bate bien hasta obtener una crema espesa y dulce.

Vierte en el molde y hornea, hornea, hornea. Unos 45 minutos o cuando pase la prueba de introducir un palillo y que este salga limpio y seco o cuando notes que la cocina completa está más cálida o cuando el patio de los helechos huela completo a pastel y el aroma se mezcle con los limoneros.

Los limoneros, Matilde, los limoneros.

Espera, espera, espera. No lo saques del horno hasta que se temple, para que no se baje, para que no se pierda. Para que no se vaya, no te vayas, no te vayas. ¿No ves que me dejas sola? ¿No ves que sola no puedo? ¿No ves que sola…?

Retira del horno y deja enfriar cerca de 20 minutos fuera del horno antes de desmoldar. En la ventana que da al patio. No la de la calle o te lo roban de nuevo. Como robaron a mi madre, como no pude hacerlo contigo porque no tenía caballo. Porque una mujer no puede robarse a otra, aunque la ame hasta la muerte. Aunque la ame.

El glaseado. Blanco y granuloso. Dulce. El glaseado. En una cazuela mezcla la leche de coco, el azúcar y una taza de coco rallado.

Pon a calentar a fuego medio sin dejar de remover. Hasta que se funda. Mi amor. Mi olvido. Se funde.

Retira y reserva por 10 minutos. Por diez años, por veinte, para siempre.

Echa sobre el pastel ya desmoldado y espolvorea el coco rallado. La piña en trozos. El corazón en trozos. Los besos en trozos.

Pon en la nevera al menos media hora antes de servir cortado en porciones. Recuerda, recuerda, recuerda, lava todo. Limpia todo. Como me pide mamá Lucre. No llores. Limpia todo, como si nunca hubieras estado aquí. Como si nunca hubieras estado. Como si nunca…

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