Gotas de sangre

Gotas de sangre a cambio de vida. Con esas palabras Ignacio me despertó a mitad de la noche. Su voz lejana se arrastraba entre el murmullo de los truenos.  A medida que se acercaba la fecha del parto, el sonambulismo de mi esposo era cada vez más persistente. Me tomó un momento comprender que hablaba en sueños. Respiraba intranquilo, susurrando palabras apretadas, como si tuviera interlocutores oníricos con los cuales compartiera un lenguaje oscuro y vedado. En la recta final del embarazo me sentía pesada como animal moribundo. Mi barriga crecía y las estrías surcaban mi piel en una enramada intricada. Ignacio por su parte, parecía más pequeño, nervioso y con ojeras abisales. En esta ocasión advertí una herida con sangre seca en uno de sus dedos. Los estragos de sus episodios nocturnos eran evidentes y las frases que pronunciaba resultaban cada vez más crípticas

Nueve meses habían transcurrido desde que había realizado el pacto con la raíz. Siguiendo las instrucciones de la curandera esperé a la fecha indicada del calendario para pincharme con un alfiler bajo la luz hiriente de la luna. De mi dedo brotaron gotas gordas color carmesí que esparcí por las hendiduras de la planta. Después la coloqué en un plato con agua debajo de nuestra cama. Con los primeros rayos del sol esparcí el líquido turbio y amarillento por distintos puntos de la habitación. De acuerdo con la receta, unas gotas de sangre serían suficientes para sellar el trato. Después, la raíz se tendría que contentar con ser alimentada de otras maneras. Por ejemplo, con los jugos que suelta la carne de res cuando se cocina y de vez en cuando con un poco de leche. La curandera había sido clara con sus indicaciones. – Cuida de no alimentarla en exceso. – Advirtió. – Esta planta puede ser codiciosa y saciar su hambre no siempre es sencillo.   

La llamaban el fruto de los desesperados y con justa razón. Ignacio y yo habíamos desfilado por todo tipo de consultorios y especialistas. Extenuados, congelamos nuestros planes de convertirnos en padres en un intervalo tenso como la calma antes del aguacero. Mi esposo parecía haberse rendido. Pero yo estaba lejos de resignarme. Quién hubiera imaginado que dentro de ese local atiborrado de amuletos colgando como estalactitas encontraría la solución que tanto ansiaba. Resguardado detrás de un puesto de tortas y jugos, a un costado de la glorieta de los Insurgentes, el acceso era una grieta sombría y ajena al ajetreo de las calles. El vestíbulo iluminado por sirios tenía el aspecto de un santuario en medio de la ciudad. La curandera me recibió apretando un purito con olor a tierra entre los labios. Sin mayor explicación me condujo a la habitación del fondo y comenzó a barrer mi cuerpo con un fajo de hierbas. Soltando espirales de humo, realizó la misma acción con un huevo. Al tronar el cascaron brotó una yema coronada por un manchón negro. Parecía un sol eclipsado. La bruja observó el vaso con un gesto que no podía significar nada bueno y por primera vez abrió la boca -Un hueco hondo y frío te atraviesa. Es como un desagüe por el que tu vitalidad se está escurriendo. Por eso no has logrado concebir. – La voz ronca de la curandera arrojaba saetas de verdad. Desde hacía años podía sentir que cada embarazo malogrado horadaba un vacío que me traspasaba, algo parecido a un agujero gélido habitado por los fantasmas de todo lo que había perdido sin siquiera haber tenido tiempo de nombrarlo.

Esperanzada por obtener respuestas, observé a la curandera desplazarse en medio de una nube de tabaco hacia al fondo de la habitación. Ahí, una calavera arropada por un manto blanco custodiaba un gabinete repleto de frascos de todos tamaños cuyo contenido solo se podían adivinar en la penumbra. La mujer removió entre ellos hasta dar con un saquito al que dio unas leves palmadas para retirarle el exceso de polvo antes de depositarlo entre mis manos. Bajo la tela asomaba una bifurcación semejante a un par de piernas torcidas. – Estas raíces florecen bajo los rayos de la luna – afirmó la curandera torciendo la boca en una sonrisa indescifrable– Antiguamente se decía que las de su especie con mayores cualidades curativas crecían bajo los patíbulos, regadas con el semen y los fluidos de los condenados. Si estás dispuesta a alimentarla y cuidarla, encontrarás consuelo para tu padecimiento y gozarás de sus favores.

 En un inicio guardé como un secreto vergonzoso mi consulta con la bruja. Pero al saber que esperábamos una niña que nacería con las lluvias del verano, decidí sincerarme con Ignacio. Mi marido creyó que había perdido la razón cuando le mostré la raíz de forma humanoide que reposaba bajo la cama, a la cual yo atribuía nuestro cambio de suerte. – Para causas perdidas, medidas desesperadas. – Dije, para reafirmar mi punto. El doctor afirmaba que en esta ocasión todo marchaba sin contratiempos, así que ambos concluimos que al costo que fuera este embarazo tenía que llegar a término. Con el paso de los meses fue claro que habíamos subestimado la voracidad de aquel ser que, desde las entrañas de nuestra intimidad, demandaba caprichos y antojos cada vez era más difíciles de complacer.

La noche que sentí que mi vientre se contraía y expandía como capullo a punto de liberar una larva, el granizo se descargaba con saña y los relámpagos tronaban como vasijas desquebrajadas. Tuve el impulso de pujar y por instinto me dirigí al baño. El sonido de pequeñas pisadas corriendo de una habitación a otra, me indicaban que ella ya se encontraba despierta. Solo rogaba contar con el tiempo suficiente para escapar y llegar al hospital. Pero nada en este embarazo había resultado como lo esperado. Mi camisón se empapó con el líquido tibio de mi fuente e Ignacio apareció en el marco de la puerta sosteniendo lo que parecía un dedo cercenado a modo de carnada. Era un vano intento por mantenerla satisfecha y alejada de mí. Como presagio de la desgracia ambos captamos la sombra la mandrágora acechando desde su refugio bajo la cama. Ella también aguardaba a que todo llegara a buen término. Su chillido indicaba que se encontraba ansiosa y hambrienta.

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