Cierto día se encontraba caminando por las terrazas de su gran palacio Moctezuma Ilhuicamina gran emperador azteca, quien contemplaba satisfecho la grandeza del imperio mexica: México Tenochtitlan. Entonces pensó que le gustaría conocer más acerca de Aztlán, lugar de origen de sus antepasados, así que mandó llamar al historiador real para preguntarle qué memorias tenía en su poder, refiriéndose por supuesto a las pinturas que conserva como modo de registro. El viejo sacerdote comenzó a relatarle sobre los años felices que vivió su pueblo en las siete cuevas (o siete barrios), localizados en una gran montaña que flotaba en medio de una inmensa laguna: Aztlán (lugar de las garzas) la mítica ciudad prehispánica.
Ansioso por descifrar los secretos de aquel misterioso lugar, Moctezuma decidió organizar una expedición de reconocimiento hacia Aztlán, recorrido que sería documentado con sus detalles por los tlacuilos, escribanos que registraban los acontecimientos importantes del imperio (evidencia histórica que prevalece en nuestros días en los libros antiguos de mediados del siglo XV).
A propósito del viaje, Moctezuma quiso saber si aún vivía Coatlicue, diosa de la fertilidad y madre virginal del gran Huitzilopochtli, fundador de Mexicco Tenochtitlan y principal deidad de los mexicas. Nadie supo contestar, sólo había rumores que decían que ella se encargaba de la limpieza en los lugares sagrados de aquella montaña. El emperador ordenó integrar un paquete de ofrendas para llevar a la diosa Coatlicue, el cual incluyó finísimos huipiles (preciosos ropajes femeninos), joyas de oro y piedras preciosas, vasijas llenas con cacao y xanat (vainilla) entre otras cosas.
A continuación, mandó a llamar a los mejores brujos de todos los territorios del imperio, presentándose ante él un distinguido grupo de sesenta chamanes de alto prestigio quienes formularon el plan para realizar el tan mentado viaje.
Llegada la fecha de partida se reunieron los sesenta encantadores en la falda de un cerro de la región de Tula (Tula de Allende, Hidalgo), se aplicaron en sus cuerpos los ungüentos místicos (fórmulas elaboradas a base de hongos y otras hierbas alucinógenas) y tomándose de las manos comenzaron a lanzar conjuros, mediante gritos estremecedores invocaron a los espíritus ancestrales de grandes sacerdotes, dioses y guerreros para asistir la gran encomienda del emperador. De pronto, en medio de una gran convulsión, uno a uno se fueron transformando en aves, lobos, jaguares y pumas, los cuales como rabiosa jauría emprendieron el viaje atravesando a toda velocidad valles, desiertos y selvas tropicales hasta llegar a su destino: Aztlán Chicomoztoc (hoy Aztatlán, al norte de Nayarit).
En medio del llanto y lamentos cual aullidos de dolor, los magos recuperaron su forma original llegando al atardecer junto a la gran laguna, entonces observaron algunos pescadores que iban en canoas y al saludarlos reconocieron su lengua en las palabras amistosas que gritaron aquellos mientras agitaban los brazos.
Los pescadores se acercaron y de buena gana trasladaron a los visitantes hasta la orilla de la montaña que estaba en medio del cuerpo de agua. En el camino observaron a través del agua cristalina enormes gatos marinos y otras extrañas y coloridas especies acuáticas que serpenteaban alrededor de sus canoas; la vasta vegetación tropical zumbaba llena de vida destacando el incesante parloteo de aves exóticas que habitaban aquel lugar, en lo alto había bosques húmedos cubriendo la montaña.
Al llegar a la orilla del cerro se bajaron de las canoas y ahí los recibió el mayordomo de la diosa Coatlicue, un anciano de ojos brillantes, quien pidió noticias sobre los siete caudillos de las siete cuevas, los cuales habían salido de ahí hacía cuatro siglos –todos muertos- contestó uno de los magos, con espanto en la mirada el mayordomo preguntó –¿quién los mató? –al ver la sorpresa de los visitantes, el mayordomo les explicó que en Aztlán nadie muere, porque la muerte allí no existe.
Emprendieron entonces la escalada al cerro, con trabajos mantenían el ritmo del viejo sirviente que los guiaba, de súbito se encontraron dentro de una húmeda y lóbrega cueva cuyas paredes rocosas lloraban agua, largo rato caminaron serpenteando por las entrañas de la montaña, luego al salir, una repentina luminiscencia los obligó a cubrirse la cara.
La expedición continuó su camino y al poco tiempo se encontraron envueltos en un denso aroma floral acompañado de un murmullo de aguas lo cual despertó su curiosidad, siguieron la travesía y al doblar por una curva apareció ante sus ojos una gran cascada rodeada de frescos lirios, cardos y alcatraces que, mojados reflejaban los delicados rayos ámbar del atardecer.
Después de aquel magnífico espectáculo decidieron continuar, pero hacia la mitad del camino los pobres brujos comenzaron a jadear, quedando varados hasta la cintura entre la arena lodosa del lugar, mientras tanto, tratando de mitigar la subida, el viejo mayordomo cargó en sus hombros los bultos con los presentes de Coatlicue y subía tan ligero que parecía como si flotara sobre las piedras.
Ninguno de los sesenta hechiceros logró llegar a la cima del cerro pues quedaron atrapados en la zona lodosa de la montaña. Coatlicue en su cueva eterna, recibió con indiferencia los presentes que le había enviado Moctezuma, pero bajó a dar la bienvenida a sus visitantes.
El sol se estaba ocultando y las sombras comenzaban a dominar el lugar, las ramas de los encinos gemían dolorosamente a causa del viento frio que las azotaba, la montaña había perdido su encanto y ahora parecía un lugar lúgubre e inhóspito.
Los viajeros se encontraban instalados al amparo de una serie de rocas grandes y verdes, cuando de repente uno de ellos señaló hacia arriba de un peñasco: – ¡por allá! –exclamó, y entonces la vieron entre las penumbras, era una figura fantasmal envuelta en un aura blanca que bajaba el cerro con andar lento, como si levitara sobre las rocas; su movimiento estaba marcado por un sollozo casi imperceptible al oído, pero no a la piel, pues esta se erizaba conforme el espectro se acercaba, una corriente de aire frio estremeció el alma de los rudos hombres, por lo que algunos pensaron: -¿…está muerta? -.
La luz blanquecina de la luna creciente iluminó la facha de aquella lastimosa figura: Su ropa sin color parecía estar hecha girones, el cabello blanco largo y suelto como enlodado, la boca no se distinguía en un rostro sucio y delgado y sus ojos estaban hundidos y apagados.
¿Era esta la madre del gran Huitzilopochtli de la Guerra Sagrada, madre de la tierra y la fertilidad, la gran diosa Coatlicue?
La mujer comenzó a hablar lentamente y les explicó que su apariencia se debía a que desde la partida de su hijo no se había lavado la cara, ni peinado su cabello, ni mudado de ropa y vivía en penitencia desde hacía cuatro siglos (esta fue una costumbre entre las comunidades indígenas prehispánicas, hacían penitencias parecidas al luto mientras esperaban el regreso de algún integrante de la familia que salía a la guerra, o cualquier otra misión relevante).
La gran diosa de la tierra les preguntó –¿desde dónde vienen? – y ellos contestaron – Mexicco Tenochtitlan, la gran capital del imperio azteca un lugar muy lejano, reina de aquellos territorios, pues todas las ciudades le rinden tributo.
-¿Viven los viejos que llevaron de aquí a mi hijo? –preguntó con la mirada perdida.
-Señora, ninguno de ellos se encuentra en este mundo –contestó unos de los chamanes con voz cautelosa.
-¿Quién los mató? -preguntó sollozando sin entender aun por qué todos morían.
Comenzó entonces Coatlicue a contarles la historia de la partida de su hijo.
-Cuando mi hijo me anunció que se iba junto con Tenoch y los otros caudillos, me dijo: “Madre, no tardaré en dar la vuelta por aquellos lugares, pronto regresaré”.
El “ahorita regreso” clásica frase que utilizamos los mexicanos hasta nuestros días, el decir “ya vuelvo” o “ahora vuelvo” no significa que el sujeto tenga la intención de regresar, o al menos no pronto, al parecer es una especie de fórmula de cortesía prehispánica, que refleja toda una postura psicológica, cuando alguien nos dice “no tardo” o “casi llego” entramos en el juego fingiendo que lo creemos aunque sepamos perfectamente que no le veremos la cara por mucho tiempo; esto podría deberse a que se sabe de antemano que la postura es no negociable y de alguna forma se trata de evitar un mayor desgaste emocional.
Y al cabo de 400 años, el hijo no había regresado, en tanto que la madre seguía esperándolo en ayuno y penitencia. Hablando con sus visitantes ella comentó en tono reflexivo:
-Paréceme hijos míos, que él debe estar muy feliz allá, pues nunca regresó acá conmigo y los suyos- dijo con voz baja.
-Para que se acuerde de su madre –continuó –quiero pedirles le entreguen este braguero y manto de henequén para que se los ponga, porque pronto le harán falta.
En esta conversación se fundamenta el presagio de la caída de Mexicco Tenochtitlan, incluso varios autores afirman que Coatlicue es el espíritu de la Llorona, leyenda mítica que relata que el espectro vagaba sollozando por las calzadas de esta gran ciudad anunciando el fin del imperio azteca, donde este personaje siempre se relacionaba con agua, porque su recorrido iniciaba en las plazas y terminaba siempre desapareciendo en el lago de Texcoco, hoy la ciudad de México (la cual fue construida sobre el lago después de ser drenado). Así, el sollozo fuerte y dolorido de: “Ay mis hijos”, no era sino una advertencia que anunciaba el sufrimiento y muerte de los mexicas, seguido de la inevitable caída del imperio de Tetzcoco.
-Así será señora –contestaron con diligencia los magos.
Con el mensaje para Huitzilopochtli y bultos con regalos para Moctezuma, el selecto grupo de chamanes se dispone al viaje de regreso, para lo cual se trasladan a la orilla de la laguna, una vez ahí se aplican de nuevo los ungüentos místicos, se toman de las manos formando una rueda y comienzan su acto espiritista. Minutos más tarde se metamorfean en animales salvajes y comienzan el retorno a toda velocidad.
El regreso del grupo de embajadores de Moctezuma fue más accidentado que el viaje de ida, por lo que sólo volvieron cuarenta de los sesenta, perdiéndose en el camino veinte de ellos, se cree que tal vez fueron devorados por otras bestias salvajes.
A su regreso a Mexicco Tenochtitlan les recibieron con la terrible noticia que las fuerzas españolas al mando de Cortés, quienes habían pisado tierra americana hacía algunos años, habían secuestrado al gran emperador Moctezuma y la capital del imperio se encontraba asediada, eran momentos de máxima tensión entre mexicas y españoles.
Pero esto no impidió a los líderes del grupo de hechiceros, nombrar una comisión para llevar el mensaje de Coatlicue al gran dios Huitzilopochtli y hacer los arreglos necesarios para documentar los detalles del gran viaje realizado.
Cuando la comisión de magos llegó al templo Mayor donde se encontraba el gran dios regidor del Sol el lugar se encontraba vacío, entonces los dos emisarios se acercaron al templete y con trabajos lograron subir hasta el pedestal donde se encontraba la estatua del gran Huitzilopochtli, con rapidez colocaron en su sitio el braguero y el manto de henequén enviados por la madre, cumpliendo así tan importante encargo.
Años más tarde Mexicco Tenochtitlan fue tomada oficialmente por las fuerzas españolas, quienes destruyeron y quemaron todo a su paso, la Capilla sur del Templo Mayor no fue la excepción, cayeron sus paredes y esculturas, y cayó la cabeza del gran dios. Cuenta la leyenda que cuando rodó el cuerpo de piedra del gran Teocalli en el suelo, este se levantó y ajustando su braguero y manto al cuerpo emprendió su viaje de regreso a su querido Aztlán.
A su llegada lo recibió mucha gente, todos los habitantes de los siete barrios de las siete cuevas de aquella montaña se encontraban ahí en medio de un gran bullicio para darle la bienvenida.
De improviso, el bullicio se apagó y en la muchedumbre se abrió paso al viejo mayordomo que venía con los brazos levantados, detrás de él se encontraba Coatlicue la señora, venía muy aseada, con el pelo blanco atado con listones rosas en una gruesa trenza, vistiendo un hermoso huipil bordado y adornado con joyas de oro, luciendo en su cara una amplia sonrisa; luego con lágrimas en los ojos estrechó a su hijo y le dijo:
-Hijo, ¿ya regresaste? –preguntó, refiriéndose a si planeaba quedarse.
-Si Madre, ya regresé –contestó abrazándola.
Amparo Ramírez (55 años). Nació en Agusacalientes, Ags. Carrera universitaria Lic. En Contaduría Pública. Especialización en Sistemas de Calidad. Empresaria.
Géneros literarios favoritos: Narrativa, poético y dramático
Escritora por distracción, escribo lo que sea, incluyendo temas de crecimiento humano y espiritual (no religioso).
Muy buen relato. Me gusto. Gracias
Felicidades !! Hermosa narración y perfectamente citada! Realmente me transporto a los lugares que describes y me dejo una exquisita sensación como si lo hubiera vivido!!
Me siento orgullosa !!
En hora buena!!
Felicidades, es un relato fascinante que combina elementos históricos y míticos de la cultura mexica.
Me encantó! Me encantaron los detalles, te hace imaginar cada escena, cara, prenda, lo ameeeee!