Año 2100
La radio de una patrulla suena. Uno de los dos oficiales que se encuentra comiendo en un puesto callejero se apresura a responder, limpiando sus manos en su playera. Desde la radio una voz mecanizada les comunica la ubicación a la que deben dirigirse, participarían en una operación de forma inmediata.
—¡Mierda! —maldice el oficial Peralta, colocando de forma violenta la radio de nuevo en su lugar.
Su compañero comprende que deben irse y pide una bolsa para sus quesadillas.
—¿Qué es? — le pregunta el oficial Flores a Peralta.
—Un cateo— le responde Peralta a su compañero.
El GPS indica la ubicación a la que deben ir y el oficial Peralta enciende la sirena. Le gusta hacerlo, es de los pocos placeres que tiene en la vida. Las patrullas de policía son de los pocos vehículos que no son controlados por inteligencia artificial y lo que es aún mejor, al encender la patrulla los vehículos cercanos reciben una señal que hace que se orillen y despejen la calle, por lo que el oficial Peralta puede manejar con tanta emoción como su corazón le demande.
El GPS los había llevado a un área de la ciudad conocida como la colmena. Con el incremento de los precios del mercado inmobiliario y sin otra alternativa económica, los habitantes habían tenido que construir sobre las casas de sus padres, dando como resultados torres deformes y mal construidas. En ocasiones las casas se juntan las unas con las otras, creando puentes.
Varios policías, así como robots de supresión, estaban ya en posición, formando una línea de perímetro alrededor de la colmena que ingresarán.
—¿Sabes el motivo de la operación? —le pregunto Flores a Peralta.
—Secuestro—le responde Peralta, desenfundando su arma.
Con todos los elementos en posición, la operación empieza. La puerta de metal de la entrada es derribada, los policías y robots de supresión entran en formación. Los últimos en ingresar son Peralta y Flores. Dentro del sitio lo única iluminación que hay es proporcionada por tubos de neón.
—Oh mierda—expresa Flores, asustado.
Iluminada bajo la luz de neón hay una pancarta hecha de piel humana, con sangre seca se puede leer: Dios máquina.
Disparos y gritos de dolor empiezan a resonar por todo el sitio. Ambos intercambian una rápida mirada, soportan las ganas de vomitar por la piel que vieron y deciden proseguir con precaución. Subiendo las escaleras, Flores y Peralta se encuentran con uno de los robots de supresión, este se encuentra manchado de sangre y su pantalla brilla con un color rojo amenazante.
Los dos saben que esa pantalla significa que el robot está en modo de combate, sin dudar abrieron fuego al robot antes de que este les disparaba. El robot saca chispas y humo antes de caer por las escaleras.
Ambos continúan subiendo escaleras esperando lo peor. La escena que presencian les genera ganas de vomitar, en los pisos de arriba los robots de supresión también se habían rebelado de un momento a otro, los robots y los policías se habían eliminado entre sí.
—¿Qué mierda enloqueció a los robots? —pregunta Peralta, golpeando la pantalla del robot de un robot de supresión.
Casi como una broma, las luces de neón parpadean iluminando las mantas del Dios máquina. Flores y Peralta están por salir corriendo cuando un grito de los pisos superiores capta su atención.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Porque no siento mi cuerpo! —grita una voz distorsionada.
Flores se le queda viendo a Peralta. El oficial suspira, resignado a continuar.
—Está bien, pero si morimos, me la debes para la siguiente vida. —dice Peralta, bromeando.
—Ya estás—le responde Flores con una sonrisa.
En los pisos siguientes las paredes se iluminan gracias a las luces de peceras. Las peceras tienen cerebros en su interior, algunos intactos, otros licuados.
—Mierda, ya sé que es esto—dice Flores con los ojos abiertos como platos.
—Sí, yo también. Había visto algo como esto en las noticias, secuestran personas para transferir su mente a cuerpos mecánicos. —Peralta revisa las peceras.
—No podrán enviar robots de supresión, estos bastardos tienen un virus que se transfiere de manera inalámbrica. Todos robots que lo reciben empiezan a matar todo lo orgánico—explica Flores.
—Centro de mando aquí Peralta, solicitamos refuerzos humanos, parece haber un virus que enloquece a las máquinas —solicita el policía, comunicándose por su radio.
—Aquí centro de mando, enterado, se envían refuerzos—le responde el operador de despacho con un tono monótono.
Los gritos vuelven a sonar. Peralta y Flores se voltean a ver el uno al otro y deciden continuar subiendo. Abren poco a poco la puerta de donde provienen los gritos y ahí encuentran amarrado un robot a una mesa, este intenta liberarse, pero los amarres en sus extremidades no ceden. La pared se encuentra tapizada con cuerpos de robots humanoides. Los oficiales se comunican con el centro de mando y explican la situación. Peralta y Flores desamarran a la víctima.
—Quiero llorar, pero no puedo, ya no tengo lagrimales—maldice la víctima mientras contempla sus manos.
Peralta y Flores quieren decirle algo reconfortante, pero no saben qué decir. El culto del Dios máquina destruyó su cuerpo y su cerebro quedó inutilizado por la transferencia.
Todos los cerebros que quedan en las peceras serán destruidos. Transferir la mente a un cuerpo mecánico es ilegal sin consentimiento del dueño del cuerpo, no hay recursos ni tiempo suficiente para buscar a los familiares de las víctimas, así que los destruirán.
—Ya no siento el aire, frío o calor, muevo mis articulaciones, pero ya no hay ninguna sensación, llevo veinticuatro horas despierto, pero no tengo sueño, bajo ningún concepto soy un ser humano.
Ninguno de los dos oficiales podía decir algo, solo observaban el suelo de manera incómoda.
—Bien, si es así, ya no quiero vivir. Mátenme.
La solicitud de la víctima los toma por sorpresa. Ambos policías se congelan.
—Dije, ¡Mantenme!
La víctima se levanta golpeando la cama de metal donde estaba antes prisionero con tanta fuerza que la abolla. Peralta y Flores saben que esa persona intentara cometer suicidio policiaco, por lo que los dos desenfundan sus armas y abren fuego a las piernas del robot hasta vaciar sus cargadores.
Eso solo les daría un minuto a lo mucho, con un cuerpo robótico aún puede moverse en esas condiciones. Los dos corren tan rápido como pueden a la puerta y mientras la cierran, observan como la mitad superior se arrastra para intentar atraparlos.
—¡No! ¡Mátenme! ¡No quiero vivir así! — Suplica la víctima.
Ambos se voltean a ver. No saben qué hacer, no están entrenados para lidiar con esa clase de situaciones.
—Tenemos que retrasarlo, no sabemos si lo que enloqueció a los robots de supresión sigue activo. —dice Flores con las manos temblorosas.
—¡Mierda! —Peralta arroja una de las peceras al suelo por la furia— ¡Rápido tenemos que apilar las peceras!
Los dos se ponen a apilar las peceras llenas de cerebros, esperando que los refuerzos lleguen a tiempo o que la persona dentro de la habitación desista. Sea cual sea el caso, saben que tendrán problemas con sus superiores.
—Es por esto que odio las operaciones sorpresa—expresa Peralta, frustrado del predicamento en él que se encuentran.
José Emmanuel Lagunas Buenos Aires nació en Cuernavaca, Morelos, el 2 de septiembre de 1996. Desde muy joven ha sido fanático de las artes marciales y ciencia ficción, aunado a su experiencia trabajando en la secretaria de seguridad pública de su estado, busca combinar sus experiencias de vida y conocimientos para crear obras que hagan hervir de emoción la sangre de sus lectores. Actualmente, ha publicado las novelas “El hombre del casco” y “Asechan entre los árboles”, ha participado en el periódico la Unión de Morelos con los artículos “El futuro ya nos alcanzó”, “Realidad aumentada y virtual como herramientas de aprendizaje” y “Las redes sociales y la muerte”, obtuvo el tercer lugar en la cuarta edición de “Creando futuro” con su cuento “El responsable del agua”, su cuento “Ya no puedo más” forma parte de la antología de cuentos navideños “Navidades paralelas” y ha publicado en la revista Vórtice de la Universidad Autónoma del estado de Morelos (UAEM) con el cuento “El Dios máquina”.