Los pies anchos, lampiños y con las uñas bien recortadas, eran lo primero que veía del profesor Hurtado cada vez que emergía a la superficie. «Hay que tener higiene al entrar a la piscina, señores», nos repetía todas las mañanas. Al inicio de cada clase hacía una fila con todos los aprendices y realizaba un chequeo rutinario de pies. «Muy bien, señoritos, ahora les pondré un sonido para que sientan el agua antes de estar en ella». La canción no tenía voz, era como el tarareo de un animal marino que iba y venía como un bumerán. «Recuerden, esta canción estará reproduciéndose a lo largo de toda la sesión; si en algún momento, cuando estén sumergidos, dejan de escucharla, quiere decir que están muy al fondo. Tómenlo como señal para regresar a la superficie. Ahora, tarareen conmigo», y tarareamos, todas las mañanas. Después de eso seguía lo bueno, el calentamiento: diez minutos sosteniéndonos del filo de la piscina pataleando.
El profesor nos guardó una prueba para el final del curso: consistía en el lanzamiento de cuatro monedas al fondo de la piscina; se daba como aprobado al que volvía con todas ellas. Quería demostrar todo lo que había aprendido, inflé el pecho y me puse al frente de mis compañeros que temían no estar listos para la misión. «Ah, un valiente, demuéstranos tu progreso; y recuerda, si se te acaba el tiempo vuelve, siempre puedes repetir la prueba», asentí, pero quién necesitaba repetir cuando se era un experto en el nado. Hurtado lanzó las monedas, observé con detenimiento su posición y aterricé en el agua de un clavado.
Cuando tomé la tercera moneda todavía escuchaba con claridad la melodía. Busqué la cuarta tratando de recordar el lugar donde había caído, pero no estaba, lo más probable era que con mi clavado se hubiera desplazado. Observé la sombra de la línea de bollas que señalaba el comienzo de lo hondo, me aventuré.
Toqué la pared lajosa de lo que parecía ser una caverna submarina, me adentré en ella y pude observar peces de colores indescifrables que oscilaban en patrones similares a los de la melodía de Hurtado. Los esquivaba y seguía la única ruta a la que me llevaba el túnel. Mis pulmones seguían firmes, unidos a mi convicción de no volver sin terminar la misión. Recibí un golpe en la espalda, algo que pensé pudo ser la moneda. A lo lejos observé una almeja que abría y cerraba sus conchas: en cada bocanada lanzaba perlas, buscando impedir el paso. Desistir no era una opción. Era sencillo esquivarlas con las instrucciones y variaciones que nos había enseñado Hurtado… me pregunto si alcanzará a verme desde arriba. Un tenue brillo se dibujó en una esquina, nadé hacia él pensando que era la moneda, pero resultó ser un pulpo: era amarillo con pequeños anillos azules. Me perseguía de forma iracunda. Supe que si me alcanzaba sería mi fin. Nadé a máxima potencia, como el último minuto de la prueba de calentamiento del profesor. Lo perdí. Me di cuenta porque sólo escuchaba la corriente ocasionada por el movimiento de mis extremidades. El fondo es más azul, también más silencioso. Por un instante me llené de miedo al sentirme por primera vez abandonado por aquella canción marina, pero recordé que la sabía de memoria y la comencé a tararear mentalmente. La calma pareció darles un último aire a mis ya cansados pulmones. Me introduje a una oquedad que comenzó a convertirse en una fosa, era el único camino disponible. Al fondo estaba la moneda, tan brillante. Cuando la tomé, un haz de luz me iluminó desde la superficie: podía ver en él partículas, colores, que vibraban y se tornaban gris. De un momento a otro todo fue espuma y burbujas.
Unas manos lampiñas me tomaron de las axilas y me colocaron con cuidado al borde de la piscina. La voz gritaba: «¡Reacciona, chico, reacciona!». Yo luchaba por abrir el puño y mostrarle a aquella sombra que había conseguido reunir las cuatro monedas. Pero esa música… tan armoniosa… me llevaba de regreso al más profundo de los azules…
Alexander Gracia, 1994. Originario de Monterrey, México. Formó parte del Diplomado de Creación literaria UANL/INBAL, Ed. 2023. Actualmente cursa el Taller de literatura de horror latinoamericano UNAM/CCF. Ha publicado en medios digitales como: Letras insomnes, Revista Alborismos, Revista Narrativa, Ilaciones e Hipérbole Frontera. Su cuento “Maraña” fue seleccionado para la antología del Primer Certamen de Narrativa Extraña Estigma 2023: En mundos nuevos. Participa en la Antología Internacional Navidades Paralelas 2 convocada por la Editorial Lengua de Diablo.
Felicitaciones a Alexander. Su narrativa hizo sentir la falta de oxígeno en mis pulmones. Es un final inesperado pero maravillosamente mágico!!!