El último adiós

Estaba en mi lecho de muerte, si bien no había logrado todo lo que quería en la vida, estaba satisfecho, viví más de cien años, cree invenciones, gane dinero, y forme una familia.

En mi cama estaba abrazando una urna fúnebre llena de cenizas, ya no podía ver ni escuchar, sabía que mis familiares lloraban junto a mí, pero no me interesaba, pude sentir como todos mis sentidos se apagaban, como mis pulmones ya no podían jalar aire y como mi conciencia fallaba hasta apagarse, había muerto.

Cuando mi conciencia volvió, me encontraba en un espacio infinito completamente blanco. En esa inmensidad de nada escuche unos ladridos, me gire solo para empezar a llorar, era Spike el primer perro que había tenido.

—Hola humano—me dijo Spike saltando y posando sus patas sobre mí.

Su voz sonaba igual a la que yo me imaginaba que él tenía.

Podía ver que su apariencia era igual a la de cuando él tenía cuatro años, también note que mis manos eran otras, mi apariencia había cambiado, había regresado a mi veintena, los dos estábamos en nuestras cúspides físicas.

A quien más quería volver a ver no era mi mamá, papá, hermana, hermano, expareja, amigos o algún otro familiar, no, era el primer perro había tenido en mi vida. Lo abracé y levante suelo, lloré mientras lo abrazaba y giraba con él.

—¿Cómo has estado? —le pregunte.

—Bien, el cielo es un lugar agradable, conocí a los otros perros que has tenido —me dijo Spike.

Lo bajé y me arrodillé hasta estar a la altura de sus ojos.

—Yo—dije quebrándome un poco— Yo siempre que interactuaba con ellos, sentía culpa, culpa por hacer cosas con ellos que nunca pude contigo, porque sé que en muchos aspectos fui mejor con ellos que contigo—dije con la voz quebrada.

—Está bien, hiciste lo mejor que podías con la edad que tenías y la situación en la que te encontrabas, no tienes por qué culparte, cuidaste de mí, yo fui muy feliz toda mi vida— me consoló Spike poniendo una de sus patas sobre mi hombro.

Llorando abrace a mi perro, lo cargué de las axiles y viéndolo a la cara le pregunte.

—¿Quieres jugar?

—Hasta que ya no podamos más—me respondió Spike sonriendo y moviendo su cola.

En ese espacio en blanco donde no pasaba el tiempo, los dos jugamos, jugamos hasta que estuvimos satisfechos para toda una eternidad.

Los dos acostados nos veíamos sonriendo.

—¿Estás seguro de que no puedes venir conmigo? —me pregunto Spike.

—No, desde antes de adoptarte, ya había tomado mi decisión, conocerte fue mi más grande alegría y mi mayor penitencia, porque todos los perros se van al cielo y yo debo ir al infierno.

Acaricie la cabeza de Spike.

—Solo ven conmigo—me dice Spike en tono suplicante.

—No puedo mi hermoso hijo, ve al cielo, juega con los demás perros que crie y disfruta de tu eternidad—le dije.

—Cuídate humano—me dice Spike rodeándome con sus patas y abrazándome.

Yo también lo abrazo y le doy un beso en su mejilla.

—Disfruta de tu eternidad, conocerte fue lo mejor que me paso en mi vida—le dije llorando.

—Lo mismo digo humano, me alegra mucho que hayas sido mi humano—me dijo Spike lamiendo mi cara.

Los dos dejamos de abrazarnos y tomamos caminos diferentes.

Me detuve y me giré una ultima vez.

—Spike, te amo, hijo— le dije a Spike.

Spike se detuvo y giro hacia mí.

—Yo también te amo humano. — me dijo Spike.

Los dos nos sonreímos y continuamos nuestros caminos satisfechos de habernos conocido.

1 comentario

  1. El cuento vale por el tema empieza fuerte y bien sin embargo con el transcurso de la narrativa le va quitando la esencia al animal lo convierte en un humano pudiéndolo salvar y aprovechar al máximo a su gran amigo es un cuento que iba bien del 1 al 10 yo le pondría 7.5

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *