En homenaje a El libro de arena, de Jorge Luis Borges
Apercibido de no poder salir de su casa, Artemio de Rosa, tumbado en la sala, dejó escapar una injuria contra su juzgador y apeló a los ángeles para que ese hombre no volviera otra vez jamás a mirar la luz del sol. En eso estaba cuando tocaron a la puerta. Exaltado, preguntó quién era. Se trataba de un vendedor de enciclopedias. Le ofreció una silla al desconocido de aspecto judío, que vestía de forma sencilla y portaba una kipa obscura de esas que usan los rabinos. Aquel día, por cierto, era fiesta nacional, por lo que no le importó perder el tiempo con aquel extraño vendedor, quien continúo hablando de sus enciclopedias.
Le dijo que poseía la Británica Encarta, es decir, que en cuanto a enciclopedias se trataba, no necesitaba comprar en ese momento. El vendedor guardó silencio un instante, para luego decir que además poseía un libro adquirido en los límites de Turquía y Azerbaiyán; añadió que había pertenecido a una antigua cultura del Indostán y que se lo había comprado a un nativo en un viaje a oriente. Se lo había ofrecido como algo único y valioso y que por él había pagado un talego de rupias.
—Mire —dijo alargando el libro, el cual parecía ligero, muy liviano.
Por un momento, a Artemio le dio la sensación de que el libro se le escapaba de las manos, como si fuera la hoja de un árbol. Lo abrió con cuidado, lentamente, y se dio cuenta de que las letras parecía frágiles alas de gorrión, pero si mantenía el libro con firmeza, las letras permanecían quietas. Así alcanzó a ver el origen de la vida.
Después, con gran delicadeza, dio vueltas a las hojas con un movimiento frágil de sus dedos, para encontrar el Nuevo Testamento, Las mil y unas noches, El Ingenioso Hidalgo, La Isla del Tesoro y los tratados de Persia, China, Indostán y Arabia.
Observó atónito cómo se movían de manera fugaz las páginas y el número variaba sin mantener una secuencia. Entonces cerró el libro con cierto estupor, con escalofrío atroz. El hombre con aspecto de rabino sonrió y le dijo:
—No se espante, este es El libro del viento, se maneja así, con delicadeza, por su fragilidad.
Lo miró con desconfianza. Ya que tenía la manía de adquirir libros raros, no pudo evitar preguntar cuánto pretendía por el ejemplar. El hombre de quien nunca supo cómo se llamaba, dijo una cantidad elevada, la cual Artemio no podría pagar, sin embargo, arguyó un plan, le ofreció un reloj pulsera Omega de colección y el efectivo que llevaba en la cartera. El vendedor miró el reloj fascinado por la maquinaria suiza. Sin contar el dinero, le dijo a Artemio que era un buen trato. Después de ese día Artemio se fue quedando más solo de lo acostumbrado. Algunos amigos que lo visitaban, dejaron de frecuentarlo y ya solo salía a lo necesario, con el temor a que alguien se enterara del extraño objeto literario.
Pasó muchas noches sin poder conciliar el sueño, leía y releía el libro, pero era como estar tratando de atrapar el aire con las manos. Tras varios meses, decidió visitar la Hemeroteca Nacional de San Idelfonso, pidió una ficha y solicitó La verdadera historia de la antigua Tenochtitlán. Le indicaron el pasillo donde podía encontrar el ejemplar, sacó El libro del viento de entre sus ropas, lo colocó en una de las estanterías más altas y ahí lo dejó oculto. Luego devolvió el libro solicitado y salió lentamente del recinto.
“Estoy tranquilo —pensó Artemio tras su hazaña—, porque sé que El libro del viento está a salvo y yo he dejado de soñar con atrapar toda la literatura universal en mis sueños. Nadie sospecha por qué evito caminar por la Hemeroteca Nacional, nadie sabrá esta historia, es mejor así, hasta que un desdichado dé con el libro”.
Nació un día de intenso sol, el 5 de abril de 1956, cuando la poesía se estaba olvidando. Recibió, como primer regalo de manos de su padre, el poema Margarita de Rubén Darío. Al memorizarlo obtendría un premio monetario y con este simple hecho la poesía cambió su vida. Se crio en la Ciudad de México, con un libro para leer en cada mano y una poesía en sus labios, para guardarla y repetirla en días de fiesta. Para él era como un bálsamo. Estudió Administración de Empresas en la UNAM, dejando la literatura bajo su pecho, mas nunca olvidó la pluma que le traía la nostalgia por la poesía. Hacedor de cuentos y poemas toda la vida, quiso realizar el sueño de plasmar la admiración por la naturaleza y el amor por la vida en toda la expresión de la palabra. Acaba de presentar su primer poemario “Cementerio de Esperanzas” en Zetina Editorial.
Mucha sensibilidad del escritor me gusta mucho, v ojalá se reciban más cuentos con esta calidad .. felicidades también he leído otros escritis me han parecido muy buenos
Tremendo cuento. Ahora quiero saber del libro del viento.🤣🤣🤣 Valga el querer saberlo todo, se escapa por los huecos de la memoria.
Un Mundo diferente se manifiesta cuándo te leo, gracias, es como un riachuelo de agua fresca entre la locura del día a día…
Gran relato lleno de una subjetividad pero anclado en este mundo. Una alegoría al alma humana prendida de la imaginación y los sueños. Un homenaje a la litaratura
La memoria es como el viento, cada vez nos trae nuevos sentidos que se escapan tan rápido como llegan
“Margarita está linda la mar…”
Rubén Darío
Caro Amico, mis mejores deseos, que sea el inicio de una prolifera carrera de un poeta.
Tu amigo
Héctor Téllez Lobato.
Voy a tener que ir a buscar “El libro del viento” muy interesante y contiene toda la historia mundial