Nuestros nombres*

Cuando me eligió este oficio,
mi padre no sabía más que la humillación.
Era esta su forma de destorcer la rama,
de enseñarme que era el único camino
al que podía aspirar
si me empeñaba en los comportamientos
(que él no entendió eran identidad)
de las putas barbudas de la autopista.

Fue esta carretera la que me mostró
los otros lados de un prisma
para el que mi padre fue demasiado macho.
Y ahora en el frío y en la intermitencia de los faros,
separado del mundo por la velocidad de las ruedas,
por los años y la sentencia,
de pie junto a Mauricio
y los chistes sobre el macho no tan macho
que le pide sus labios
es que puedo ver
las historias casi páginas
del mundo que otros no se atreven.

La juventud de Roberto lo hace fácil,
su voz aterida
una vibración que mece las válvulas de mi sangre.
Nos miramos siempre durante largos ratos
en la forma horizontal que nos es negada,
cuerpos desnudos tan diferentes
un brillo pupilar que se escapa
en la voz tenida que el final.

Con Juan la diferencia es hostil,
una mirada que se niega tras la fuerza de las manos
tras las embestidas que arden al día siguiente,
su pie sometiendo mi rostro al piso,
el fuego de su sal contra mi espalda.

Un atisbo que es todo cuanto los años de este oficio,
el olor del cemento y las costras donde la orfandad ha pisado.

No me pregunto la realidad de Francisco,
cuyos dedos escriben la premura de una invitación semanal.
Sé de la avidez que su lengua en mi cuello,
de las aletas de su nariz ensanchadas,
del paso de su piel sobre mi espalda,
del roce del escapulario cuando se vence
a la oportunidad de la biología.
Tantas veces he tenido que sangrar los sueños
donde le sirvo un café,
donde en las noches le alivio los pasos con un masaje,
donde la última visión de cada día es también la primera
                                                                                   de sus ojos

He escupido tantas veces a Johny, Ernesto e Isidro,
me he bajado del coche informe que pronto se vuelve
una estela de ojos rojos
a veces embriagada,
muchas, asqueada por la mugre
que los días le impregnan a los hombres
los de negocios y los que cargan en la central de abastos,
los que se abrigan de la cruz y los que vuelven a sus mujeres,
los que me invierten los días de trabajo
los que necesitan mis manos.

Papá no sabe,
no hay forma en que hubiera sabido,
que Raúl se le parece,
que frunce la hombría cuando se me escapa
el negocio del cariño,
porque él es hombre y su mujer lo espera,
porque a su chamaco hay que enderezarlo,
porque yo soy sólo la curiosidad que se irá mañana
(como no se le fue el jueves ni en diciembre).

Yo sé que mamá tampoco querría esto para mí
y me engaño a veces volcando al placer
las dudas
(mira, mamá, soy feliz).
Para que ella pueda recuperar el sueño
de las nueve de la noche
mientras a su hijo lo impregnan
de los ingredientes primigenios.
(No te preocupes, mamá,
que en este recipiente nada se fermenta)

Y es Francisco quien de verdad entiende
que la vida es un río donde los peces,
que no vale luchar contra el agua,
pero la corriente.

Francisco sabe que sus murmullos acarician
            otros abismos,
            todos los nombres,
            todos los míos,
            y lo que he tenido,
lo que soy.


*Este poema fue originalmente publicado en la antología “Voces desde la misma nube” de editorial Lengua de diablo. URL: https://www.lenguadediablo.com/voces-desde-la-misma-nube/

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