Escuché por allí

“Escuché por allí que te has dado a la poesía”, dijo.
Enrojeci inmediatamente, no me esperaba esa frase de mi padre. Bajé la vista y no supe que decir. Podría parecer que le daba la razón. Quién sabe.
-Dime, ¿en que estabas pensando cuando decidiste dedicarte a la poesía? —repitió.
Lo miré en silencio.
Yo sabía que me lo preguntaba porque era todo lo que él no podía soportar. Motivo para no responderle. Dejé de escucharlo cuando empezó a desheredarme porque “Él no iba a mantener vagos”.
Quise levantarme del asiento, largarme de ahí, pero pensaba en su miedo. El miedo al poeta. En el fondo, ¿será que yo representaba la libertad que él no tenía? La vida del poeta que para escribir tiene que inspirarse, y para inspirarse lleva una vida ligera y disipada. Ligera y disipada era la clave. En su opinión una persona debería ser seria y productiva. Seria, lo que se dice seria, significaba levantarse temprano, vestir con pulcritud y monocromía e ir a una oficina. Productiva sólo puede significar “crear dinero”.
Por eso me tenía miedo, porque ligera y disipada era todo lo contrario a él. Era vivir despreocupadamente, vivir de noche. Ligera, porque la vida rápida, los amigos, las amigas, el sexo fácil o el sexo a cauda del alcohol y el completo camino de los excesos conducen al palacio de la sabiduría. Disipada, porque Dios pone el dictado en mi mente. Pero ¿qué sabe él de sensibilidad? ¿De poder decir lo que piensa y lo que siente? ¿De poder decir lo que le sale del corazón? El poeta escribe para sí mismo, para entenderse, para seguir creyendo y seguir siendo. Para dejar su legado, y trascender. Además, ¿Por qué no puede él entender que escribir poesía es un oficio también? Se crea y produce, que es seria y serial.
Ataques frenéticos en la poesía romántica, alegre, triste. Convulsiones de sofocación con el canto político, social, de libertad, de esclavitud, de tristeza, de experiencia, de soledad, de ausencia. A través de la poesía se llega al mundo, a los amigos, a los ricos, a los pobres.
Se alimenta el alma y el espíritu.
Sin embargo, ya no quería meditar mientras escuchaba su letanía de ideas por las que debería buscarme un trabajo “serio”. Terminé el café, me levanté y mientras iba hacia la puerta respondí:
“No les creas, no puede ser… yo escribo obituarios en un periódico”.

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