Planes culinarios

―Una vez que cese el eco de esos gritos divertidos ―manifestó uno de los hermanos, relamiendo sus labios mientras hablaba― propongo despellejarlo, separar la carne, quitarle la mayor cantidad de grasa, rebanarlo, esparcirlo de sal y deshidratarlo exponiéndolo a los rayos del sol. Y listo; tendremos carne seca para todo el mes.

            Los otros dos hermanos advirtieron el hilillo de saliva escurriéndose por la boca del más sadista de los tres. Su idea no los convenció del todo.

            ―Yo opino que lo saquemos de ahí ―tomó la palabra el más benévolo de los hermanos―, acabemos de una buena vez con su miseria desnucándolo con el hacha que nos vendió el leñador y disequemos su cabeza para colgarla en la entrada de este hogar. Luego, diseccionamos su cuerpo, separamos sus órganos, embrochetamos su corazón y sus pulmones para llevarlos a la parrilla y con las demás vísceras preparamos un consomé de menudencias. Le quitamos toda la grasa ―podemos hacer salchichas con ella― y troceamos su carne para llevarla al congelador. De ese modo, podremos disponer de comida por semanas.

            Esta última idea parecía más sensata. No desperdiciarían ni un gramo del venidero cadáver.

            La noche estaba por caer y todo hacía indicar que llegaban a un acuerdo cuando, de pronto, el tercero arrastró su cuerpo rollizo hacia el gran caldero ―donde aún se oían gritos de pánico e inútiles forcejeos― y le echó querosén al fuego, avivándolo al instante. Adentro, unos aullidos lastimeros llegaron a su clímax y luego cesaron de súbito revelando una penosa y despiadada muerte.

            ―¡Dejen la palabrería y los plancitos a largo plazo por un instante! ―les refutó el mayor y más práctico de los tres hermanos, mostrándoles una mirada inquisidora―. Esta noche haremos una fiesta en honor a ese lobo miserable, prepararemos un gran banquete con su carne ―propongo medallones de lobo con aderezo de trufas y peras caramelizadas― y beberemos vino hasta quemar nuestras entrañas de gozo. Pueden invitar a Caperucita, a Pedrito y a las ovejas si así desean… Pero recuerden: mañana, con resaca o sin ella, debemos reconstruir las casitas que usamos como anzuelos para atraer al truhan que las derribó sin saber que, de esa manera, firmaba su sentencia de muerte.

            Los otros dos asintieron al unísono. El primogénito continuó: “No se desesperen; hay otros cánidos como él infectando estas tierras con su presencia. Los cazaremos a todos, prepararemos deliciosas recetas con cada uno de ellos y seremos los chefs más aclamados de la comarca”.

            El fuego seguía ardiendo bajo el caldero, el cuerpo del lobo yacía inerte, y los tres malignos cerditos no dejaban de reír…

1 comentario

  1. Ingenioso, muy bueno! Felicidades Andrei!!

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