Los lobos

Tocan a la puerta, mi corazón se detiene por un instante, abro y un lobo gigante se me avienta, caigo al piso y él encima de mí, sus filosos dientes amenazantes están frente a mi rostro, puedo sentir su vaho. Entran dos más, desesperada intento gritar con todas mis fuerzas, el peso del lobo me impide tomar aire, siento que me ahogo, sonidos extraños salen de mi boca intentando hablar, gritar. Pataleo con todas mis fuerzas queriendo evitar el próximo ataque, mi corazón a mil por hora se paraliza, cuando por fin, escucho a lo lejos una voz que me llama, Adriana, Adriana … ¡despierta, despierta! … ¡todo está bien!

Esa pesadilla me persigue desde hace más de dos décadas. Un día normal en que acabamos de comer, yo levantaba los platos para lavarlos, abajo escuché cómo los niños, nietos de Juanita, entraban como caballos encabritados, azotando la puerta tras ellos. Lo primero que pensé era que no tardarían en bajar a jugar con mi hijo, cosa que no sería posible porque tenía mucha tarea.

Suena el timbre y en automático abrí la puerta, pensando que serían los niños. Frente a mi estaba un muchacho, pensé: ¡ya me llevó la chingada! Me preguntó si estaba Jorge, de inmediato quise cerrar la puerta pero el desgraciado metió el pie impidiendo el cierre, ¿de dónde? no sé, salieron dos más, me aventaron, caí al suelo con uno de ellos encima de mí, me puso una pistola en la cien, yo gritaba y el sobre mí amenazaba con ponerme una bolsa de plástico en la cabeza para que dejará de gritar Al mismo tiempo mi hijo de 6 años estaba sentado en el sillón y lo pateaba con todas sus fuerzas, decía una y otra vez: ¡Deja a mí mami! Comprendí que debía mantener la calma, si no queríamos salir lastimados. Le dije al fulano que dejaría de gritar. Se levantó y al mismo tiempo, sacaba de los dedos de mí mano el anillo de boda y otro con un zafiro y esmeralda en forma de flor. Yo trataba de ponerme de pie y cada que lo intentaba los zapatos resbalaban y volvía a caer al piso, mientras tanto el segundo de ellos, buscaba en cada habitación preguntando, ¿Dónde están el dinero y las joyas? Encontró el monedero en el librero y sacó el poco dinero que había quedado del gasto y las tarjetas, el tercero cargó a la bebe que estaba a un lado del sillón jugando con un trapito, sin comprender que pasaba, al ver que un desconocido la cargaba soltó el llanto, sentí que la vida se me iba y con mucha dificultad por fin logré incorporarme, justo al momento en el que el fulano, sentaba a la bebe en el sillón a lado de su hermano. Le dije que por favor a los niños no les hiciera nada, el respondió que no iban por los niños que ellos lo que querían era dinero Cargué a la bebe y tomé de la mano a los niños. Les repetía una y otra vez, que dinero no había y menos joyas, el salario de mi esposo apenas nos alcanzaba, las cosas de valor eran la computadora, el estéreo y la televisión, que si querían les ayudaba a empacar, en una maleta verde que tenía en el clóset para que se lo llevarán y se fueran pronto.

Afuera se escuchó el silbato del policía. Dos malhechores salieron corriendo del departamento azotando la puerta tras ellos. El tercero se vio atrapado, los policías se escuchaban más cerca, uno de ellos se acercó a la ventana como opción de escape, pero era el tercer piso y le faltó valor, yo le gritaba que había sido muy valiente para entrar a robar, así también fuera valiente para saltar. Mi temor era que los policías llegarán y nos agarrara de rehenes, complicando aún más la situación. Los silbatos se escuchaban más y más cerca. Con temor entreabrió la puerta, se asomó, al ver que podía salir se dio a la fuga detrás de sus compinches.

Un vecino encargado del mantenimiento y limpieza del edificio había escuchado ruidos extraños en mi departamento, me oyó decir, una y otra vez que no tenía dinero, tocó un silbato de policía y los demás vecinos hicieron lo mismo. Aunque llamaron a la policía esta nunca llegó.

Unos segundos después llegaron los vecinos a auxiliarnos, preguntaron si estábamos bien, yo estaba temblando, me dieron té para el susto, hablé al banco comentando lo sucedido, motivo por el cual reportaba el robo de las tarjetas evitando el mal uso.

Ahora era tiempo de hablarle a mi marido, ¿Cómo decirle que había cometido el error de abrir la puerta y que había expuesto la vida de mis hijos y la mía propia?

Le marqué y le dije que tenía que venir a casa, qué había pasado algo terrible, pero que estábamos bien. El solo respondió, con una voz inquisidora: ¡Abriste la puerta!

¡No hay nada que me digas, que yo no me haya dicho ya!

1 comentario

  1. Felicidades Adrianita, es una historia que parecía que tendría un final lastimoso o hasta fatal, pero animó mi día, porque la protagonista y los niños salieron ilesos!!!

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