La noche que conocí un dragón

Vino a mí por la noche. Escamas recubiertas de alquitrán. Un informe lagarto de filo dorado. Me despertó el viscoso goteo de su contorno. Su cuerpo sobre el mío, descomunal, pesado, respirando; su cuerpo era la noche de mi habitación y la ventana apenas delineaba los límites de su espinazo.

      Temblé. Sus ojos lunas y sus pupilas como cuchillos recorrieron mi piel. Temblé. El calor de su aliento en mi rostro. Temblé. Su lengua bífida me asfixiaba.

      Me dijo su nombre, pero no lo puedo pronunciar. Los nombres de los dragones no están hechos para la lengua humana. Me dijo que quería de mí algo que la humanidad nos negaba. No le pregunté qué quería. No le pregunté por qué yo. No quise saber.

      Vino desde el cielo para conocerme. Nos vimos una vez antes, confesó. Yo era una niña entonces. Era de noche y yo paseaba con mis padres en un parque. Miré al cielo, o eso dijo él, y ahí vi el cometa que era él volando. Sonreí, asegura. Yo no lo recuerdo.

      Bajar le supuso un tormento, me explica. Su cuerpo no está hecho para la tierra. Su cuerpo es parte de la noche, de las estrellas, del paso condenado del sol. Vive en la noche porque es la noche. Todos los que son como él son noche.

      Me habla en un lenguaje que no conozco pero que entiendo. La voz se le quiebra. El dolor se le escapa por la garganta. Sufre estando aquí conmigo.

      Eso fue hace tanto, digo por fin. La memoria ya es una neblina que baja y luego se disuelve. Recuerdo el parque envuelto en la misma bruma. Sus alcatraces húmedos, el filo de sus hojas y las cortadas que me hicieron en la mano cuando intenté alcanzar una ardilla que las usó como escondite.

      No recuerdo el cielo ni las estrellas, ni a aquel bólido que era este visitante.

      Dormiremos en la noche y nos abrigaremos de estrellas, continúo diciendo, nos revolcaremos en la oscuridad como lo hacemos los millares de mi especie, uno sobre otro, uno contra el otro, uno dentro de otro; nuestras pieles se fundirán en este líquido nocturno y cuando menos lo pienses habrás cubierto el cielo porque habrás dejado residuos en la superficie cósmica de este planeta. No te bastará, me aseguró, y desafiarás la atmósfera para cubrir nuevos espacios, nuevos planetas. Y yo no podré seguirte allá, pero para entonces habremos ya danzado en el océano de los dragones. Tendremos criaturas de fuego que iluminarán a la gente de este lugar, tantos como quieras. Daremos al mundo nuevas constelaciones para nombrar y entonces mirarás con orgullo a tus hijos y a los nombres que recibirán. Hoy es la noche del dragón, anda, déjame llevarte.

      Siento la noche penetrando mis arrugas, el frío en mi corazón, el calor en la boca. Me convierto en oscuridad y, por fin, me disuelvo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *