El héroe real

A Jack siempre le había gustado estar solo en su habitación. Cuando no estaba en la escuela o con sus amigos, no había nada que le encantara más que jugar con sus juguetes.

Sus padres consideraban que después de terminar sus deberes, era bueno distraer la mente con un poco de diversión e imaginación; y eso era exactamente lo que hacía. Adentraba su mente en mundos llenos de aventura, en donde la paz y la justicia reinaban ante el mal. Él era el propio conductor de su historia e iba batallando contra fuertes ejércitos y malvados villanos dentro de las cuatro paredes de su habitación.

En sus manos cobraban vida los muñecos de plástico con la forma de legendarios héroes que aparecían solo en la tele, y los cuales habían acompañado la niñez de sus propios padres: Superman el Hombre de Acero, Batman el Murciélago, Capitán América, Hulk, y muchos más que se perdían alrededor del suelo entre cubos y trastos para construir famosas ciudades donde los hechos se llevarían a cabo.

Sí, podría decirse que los superhéroes eran una parte importante de su vida. Jack los amaba. No había un solo día que se perdiera los episodios de la Liga de la Justicia o Los Vengadores. Sus diminutos ojos de niño de siete años brillaban cada vez que el soldado de América empuñaba su colorido escudo, o el simple poder que guardaba el martillo de Thor cuando este lo lanzaba hacia el cielo. Era como si todo lo bueno del mundo se reflejara en aquellos animados, y él quería algo parecido. Quería salvar al mundo de una forma tan gloriosa como ellos lo hacían. Sin embargo, aún era muy niño para eso. Pero cuando creciera se aseguraría de mantener sano y salvo cada parte de él. El mundo necesitaba héroes cada día, aunque a tan temprana edad Jack no sabía aún cuál era su deber.

El Capitán América siempre hablaba sobre el deber, y un día que quiso preguntarle sobre eso a su padre, éste le respondió que muy pronto lo entendería. Cuando fuera mayor.

¿Por qué todo debe saberse cuando se es mayor?

Lo ignoraba, simplemente continuaría jugando sobre su cama, pero por esa noche ya era suficiente. Había llegado la hora de dormir.

—Muy bien, campeón –dijo su padre, atrapándolo de un salto entre sus brazos–, llegó la hora de los dulces sueños.

—No quiero irme a dormir. Aún es temprano –protestó Jack, al tiempo que le rodeaba el cuello con sus cortos bracitos.

—¿Ah, sí? A mí me parece que estás muy cansado.

—No lo estoy.

—Pues averiguémoslo –le desafió, moviendo los dedos de su mano libre con aire juguetón.– Te haré cosquillas, cosquillas de la verdad, si te ríes es que tienes sueño y si no te dejaré jugar.

Jack intentó no ceder, pero enseguida que los dedos de su padre comenzaron a rozarle la panza no pudo aguantarse. Comenzó a reírse descontroladamente mientras retorcía su menudo cuerpo para soltarse. Las cosquillas de la verdad eran como su kryptonita, siempre lo debilitaban.

—Hora de ir a la cama –finalizó papá, llevándolo cargado hacia el colchón de sábanas azules con un montón de estrellas bordadas.

Jack se acurrucó como un oso y recargó su cabeza contra la almohada a la luz de la suave lámpara de mesa. Su padre lo arropó bien con el edredón y colocó su conejito de peluche para que pudiera dormir tranquilo, ya llegaría un momento en el que no lo necesitaría.

—Papá… –lo llamó en baja voz.

—¿Si?

—¿Por qué mami no ha venido a darme las buenas noches contigo?

El rostro de papá se marchitó en el instante que Jack preguntó por su madre.

—Mamá está cansada hoy –era mentira, Jack la había escuchado llorar en la cocina esa misma noche.

—¿Por qué está preparando tu uniforme?

El adulto no pudo seguir ocultando más la verdad a los ojos sabios e infantiles de su hijo, que se percataban de todo lo que sucedía sin aún entender nada.

—Ven aquí, campeón.

Jack hizo caso y se deslizó para sentarse en su regazo. Él lo abrazó cariñosamente contra su pecho y depositó un tierno beso en su coronilla.

—¿Alguna vez me has oído hablar de tu abuelo?

El niño negó rotundamente, entonces procedió:

—Su nombre era Gerard, y era un gran general de ejército. Luchó en muchas batallas y dirigió numerosos comandos militares. Yo mismo, cuando tenía tu edad me sentaba en frente del armario donde guardaba su uniforme, miraba sus medallas y me probaba sus gorras –sonrió, recordando los tiempos en los que adoraba escuchar las anécdotas de su padre en la guerra–. Fue un soldado honorario del Ejército. Las personas lo respetaban mucho por ello, y ahora yo también he sido llamado para luchar en la batalla tal y como lo hizo él.

Jack escuchaba cada detalle de las cosas que le decía su padre. No podía creer que en su familia hubiera hombres de tan alto valor, y ahora su papá también formaría parte de ello.

—El Capitán América también fue un soldado honorario ¿Acaso serás así como él?

Su padre le regaló una sonrisa, pero le negó con lágrimas en los ojos. Lo que Jack no sabía era cuánto podía afectar una guerra, cuántas almas podían perderse con la sola explosión de una granada, con un solo disparo… pero un día entendería todo. Esa noche no.

—¿Por qué no estás feliz, papi? –interrogó el niño inocentemente, limpiándole una lágrima que corría por su mejilla.

—Porque tendré que dejarlos a ustedes aquí y los extrañaré mucho.

—Pero serás un héroe.

—No todos los héroes pueden ser invencibles, Jack. Algunos simplemente no estamos preparados para ese cargo.

—Pues yo quiero ser invencible. Quiero salvar el mundo al igual que Superman– exclamó decidido.

Su padre le pellizcó la nariz suavemente:

—Ya sabes que no existe un hombre con capa que pueda volar, ni un soldado extremadamente fuerte o una mujer maravilla –le explicó detenidamente mientras recogía uno de los muñecos del suelo y lo observaba ante sus ojos–. Son solo personajes, no los encontrarás en la vida real.

—¿Entonces para qué los hacen?

—Para enseñarles a los niños como tú.

—¿Enseñar qué?

—A ser valientes… –sonrió, y Jack pudo ver toda la verdad en sus ojos–, a mostrarles que no existen límites para cumplir tus sueños. Te enseñan a pensar en los demás, a aceptar que todos somos diferentes y únicos, a poner tu vida para ayudar a otros, a luchar contra el mal que hoy en día siempre asecha, y lo más importante de todo…. te muestran que nunca, absolutamente nunca, debes darte por vencido.

Jack se removió incómodo en su lugar.

—No entiendo. Entonces, si no existen los superhéroes ¿Quién protege al mundo?

—En primer lugar, Dios, y en segundo ¿Quién te ha dicho que no existen?

Ahora el niño estaba más confundido que antes ¿Cómo era posible que hace un momento su padre le dijera que eran simples personajes y ahora que sí existían? ¿Se estaría volviendo loco?

—Existen muchos superhéroes en este mundo, tú mismo los has visto cientos de veces –le explicó su padre, entusiasmado con el rumbo que había tomado aquella conversación–. Están esos señores que patrullan las calles vestidos de azul. Los policías se encargan muy a menudo de proteger a las personas buenas de las malas, hacen justicia. Así como un doctor puede salvarte de una enfermedad ¿Qué haríamos en un mundo sin doctores? Estaríamos perdidos ¡Y los bomberos! Claro que sí ¿Quién apagará el fuego de las casas? Además, están los constructores, que nos dan un hogar, los presidentes para controlar el orden y la seguridad del país, y muchos ¡Muchos más!  El mundo está lleno de superhéroes, hijo. Y algún día te aseguro que serás uno de ellos.

—¿Cómo puedo ser un superhéroe si no tengo poderes?

Su padre se echó a reír y abrazó súbitamente a su hijo como si con ello se le fuera la vida. Se encargaría de darle valor a sus palabras para que Jack lo entendiera, de eso estaba seguro.

—No necesitas tener poderes para ser extraordinario, Jack. Solo necesitas ser tú mismo. Básate en los buenos valores de un superhéroe: honor, valentía y generosidad. Te serán de gran ayuda cuando vayas creciendo porque esos tres valores deben ser los que formen a un hombre. Un día me preguntaste sobre el deber, y yo te dije que lo descubrirías pronto. El mío es protegeros a tí y a tu madre; pero hay veces que el deber se hace mucho más grande cuando tu patria te llama para servirle, porque de esa forma no solo los cuido a ustedes, sino a un montón de personas que tienen familiares esperándolos aquí.

—Volverás pronto ¿verdad?

—Claro que sí. Nada me impediría regresar con ustedes, pero hasta entonces quiero encomendarte una misión muy importante…

La chispa se encendió en los ojos del pequeño, haciéndolo dar un brinco de emoción.

—¿Qué cosa?

—Tienes que ser un buen chico todo el tiempo que yo no esté aquí, ayudar a tu madre y no darle preocupaciones. Debes protegerla, Jack, porque yo no estaré aquí para hacerlo. Es una misión muy importante, espero que no me falles.

—No te preocupes, papá –Jack sonrió–. Haré lo que sea necesario.

El hombre le dedicó una mirada llena de orgullo. Su chico sería un gran hombre cuando creciese, y si tenía suerte él podría estar presente para verlo. Acto seguido, volvió a dejarlo acostado en su camita y tras decirle un sereno “Buenas noches”, se encaminó hacia la puerta de la habitación para irse a dormir.

—Papi – le llamó el niño una vez más, sentándose de golpe para mirarle a través de la oscuridad.

Este se giró sorpresivamente hacia donde el rostro lleno de pecas de su hijo lo seguía, preguntándose qué querría ahora.

—¿Sí?

Jack suspiró bajito y selló su charla sin apartar los ojos de los suyos:

—Te quiero tres millones.

Desafortunadamente, todos los sueños no pueden cumplirse, así como un verdadero héroe no siempre puede ser invencible.

Lo recordaría como uno de los más tristes, y a la vez, uno de los más valiosos días de su vida. Estaban todos delante de la gran caja, en la cual, y no podía dejar de pensarlo, se encontraba descansando eternamente en paz su papá.

Su madre estaba justo al lado. Le había obligado a ponerse un traje que le quedaba muy ajustado y le daba comesón en los hombros; pero según ella era una ocasión importante. Iban a despedirse de él, y con ellos, todos los que agradecían por su labor. Dos grandes hileras de soldados vestidos con el uniforme de la armada iban a ambos lados del ataúd, firmes y serios, dándole honor al héroe caído: su padre.

Llegó el turno de ellos para despedirse. El montón de personas que estaban presentes los dejaron pasar hacia la tumba antes de que desapareciera para siempre. Jack no entendía por qué su madre continuaba llorando. Era cierto que no lo volverían a ver, pero él había sacrificado su vida por salvar la de otros. Ese fue el gran sacrificio de su padre, para enseñarle y a la vez mostrarle a su hijo que el amor es más importante que cualquier cosa.

Estaba feliz de decir que aquel hombre había sido su padre. El hombre que luchó por su país, que ayudó a salvar millones de almas, que guió un batallón solo, y  todo eso lo convirtió en mártir. No para el pueblo, sino para su pequeño hijo… para que lo recordara como tal.

 Su padre era un héroe real, y él se encargaría de seguir sus pasos.

 Así que allí, al pie de su lápida en el cementerio, con su más grande orgullo y alegría de niño que va creciendo; alzó su mano hasta colocarla a la altura de su frente y le dijo adiós con un típico saludo militar. Ese mismo acto sorprendió y ablandó el corazón de todos en aquel sitio, y los obligó a hacer lo mismo en respuesta.

 Fue entonces cuando Jack se dio cuenta de cuál era su verdadero deber, y como ya lo había prometido, haría lo que fuera necesario para cumplirlo.

 El niño tomó la pálida mano de su mamá y la apretó con la fuerza debida.

 —No temas, mamá –le dijo seriamente, mirando hacia arriba para encontrarse con los ojos cristalinos de ella que lo observaban con adoración–. Yo te protegeré a partir de ahora.

1 comentario

  1. Felicidades Deborah, muy sensible tu escrito, tus letras nos llevan a viajar con la inocencia a la madurez del niño.

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