Imagina que estás sentada al borde de un mundo que se disuelve, sin saber que el borde está lejos, muy lejos; dentro de ti.
Lo que se desplaza frente a mis ojos es una nebulosa, o eso quiero creer, una cuna de estrellas. Ojos los llamo por inercia, pero hoy no soy más que un cúmulo de energía que ha sido disuelto en el éter, en el gran caldo atómico, la deidad.
Te has vuelto parte de la danza galáctica. Ha ocupado tu sombra su lugar en el espacio.
El corazón que tuve es un recuerdo, atado quedó al cuerpo que fue mi vehículo durante corto tiempo. En este ahora –libre de reencarnación– me desplazo, medusa, hasta el confín de la oscuridad. Presiento los límites del espacio y del ser.
Tu instante no alcanza a ser comprendido en siglos. Un millón de millones de medidas de tiempo; y un parpadeo.
Innumerables pupilas conforman mi esencia, cientos de narices y oídos. Soy una sonda vibrando entre las cuerdas invisibles de este universo. No hay lapso ni dimensión en mis movimientos. Muero y nazco, segundo a segundo; estoy, soy la nada y la totalidad. Si tuviera manos, cada dedo serían incontables mundos. Si tuviera pies, mis huellas crearían islas y océanos. ¡Qué de tempestades soplarían mis cabellos!
Flota, flota. Ve con la sapiencia de lo que no existe y la duda de lo que siempre es.
Las lágrimas que ya no derramo serían lago; la eternidad de las selvas serían el tamaño de mi sexo. Mis labios, si fuera corpórea, verían el nacimiento de especies aún no imaginadas. Me ondulo, lo que soy se desvanece entre planetas y reaparece en una lluvia de meteoros. Cayendo constante al vacío, elevándome a lo absoluto; giro y muerdo mi cola, mi risa pinta dragones.
Ya no hay dolor en este espacio que ha conocido todos los terrores.
Treinta lunas tan blancas como lo fueron mis huesos, enterradas al frente de un hogar en abandono. Olvidados a los besos de la tierra, reencontrados por la madre eterna que me reconfiguró. El miedo se ha ido en una cascada de luz. Arriba la oscuridad lo cubre todo con su bendito manto.
Así como la inmensidad gira y se destruye para volver a existir, así has girado.
Si fuera piel, sentiría el roce de las estrellas, aspiraría sus vapores. Si pesara me hundiría en su voluptuosidad. Si tocara, me detendría en los giros que doblan la no materia. Pero aquí no soy más que la brevedad que comparten los astros; el salto que une átomos y el que los separa.
Lates desde dentro, pero estás fuera. No hay arriba y no hay abajo; pero se reflejan.
Al centro de la gran explosión, muerte y vida no son más que un eco. Aquí donde los vientos estelares cantan sinfonías sordas, aquí donde bailo, y bailamos y giramos, y somos causa y testigo del enamoramiento de las estrellas.
Ferviente lectora de lo extraño y lo inusual. Amante de monstruos y extrañezas. Activa participante de talleres de escritura e incansable compradora de libros. Algunos de sus relatos y poemas han sido publicados en proyectos como Cuentística, Penumbria, Especulativas y Lengua de Diablo.