Sueños húmedos

Algo que me encanta de Pilar es que siempre está dispuesta a todo. Apenas llevamos siete meses de apasionado noviazgo, y ya hemos hecho el amor de todas las formas y en todos los lugares que se nos ha ocurrido.

Desde la primera noche en que comenzamos a salir, al bajar del auto, un beso llevó a otro beso más ardiente. Luego, otros besos cada vez más fogosos. Comenzaron, entonces, las múltiples y ávidas caricias. Primero, caricias sobre la ropa; luego, bajo la ropa y, finalmente, caricias sin ropa, que casi nos arrancamos. Empezamos contra una portezuela del auto, hasta abollarla. Seguimos en el cofre y abollamos el cofre. Entonces, nos arrojamos sobre el pasto, no sé si húmedo de nocturno rocío o por nuestros sudorosos cuerpos desnudos. Desnudos en la noche, nada menos que en el jardín de la casa de mis padres, hicimos el amor junto a la alberca y seguimos en la alberca. A partir de ese día no hemos dejado de experimentar nuevas formas de erotismo: aparte de las noches y los días memorables que hemos copulado como locos en nuestras respectivas casas o en mi oficina en todos los lugares posibles, hemos aprovechado el baño del museo de ciencias en Acapantzingo, o una sala de la Exposición Colectiva “Menú Visual” en los Talleres La Guayaba M33, y otros sitios públicos, en particular el cine. La primer vez fue en una sala medio vacía de la Cineteca Nacional, sentados en la última fila, desnudé a Pili por completo y la penetré por detrás mientras oprimía sus senos y los levantaba desafiantes hacia la pantalla donde indiferente se proyectaba “Los límites del control” de Jamrusch. Otro día, durante la exhibición de “La caída de la casa de Usher”, película muda musicalizada en vivo, en la sala llena del teatro Ocampo, sentados en la parte más alta, Pili me hizo sexo oral, mientras yo la penetraba con los dedos y, últimamente, durante los estrenos de películas comerciales en Plaza Galerías, acostumbramos masturbarnos en las filas de en medio, o hacemos el amor en el baño o en algún pasillo oscuro, donde a menudo nos descubren.

En los dos últimos meses, habíamos comenzado a experimentar incluso con el flashing, diversas modalidades del sadomasoquismo y variedades nuevas de fetichismo. Por eso, aquella noche, después de haber bebido cerveza en abundancia, le propuse a Pili aprovechar para hacer una sesión de “lluvia dorada”. Como siempre, se mostró dispuesta. Así que, después de vendar sus ojos y propinarle una buenas nalgadas, nos metimos desnudos a la ducha, ella de rodillas frente a mí, con las manos atadas a la espalda, y yo de pie, apuntando a sus senos con mi pene. Comenzó la descarga y una intensa onda de placer recorrió mi cuerpo, no sólo por el chorro caliente de orina que salía de manera particularmente abundante, acompañado por la clásica sensación de alivio, sino que la salida del dorado fluido me producía un leve cosquilleo que equivalía, sin duda, a un mini-orgasmo prolongado, que fue brutalmente interrumpido por una vigorosa sacudida y un grito angustiado de Pili que me decía: ¡Despierta, Juan! ¡Otra vez te orinaste en la cama!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *