Era el solsticio de invierno que los hombres llaman Navidad, aunque en lo más oscuro de su mente tienen el conocimiento de que dicha fiesta es más antigua…
H.P. Lovecraft
Era época de amarguras y festividades. Tardes cada vez más cortas y el inicio de los meses de hambruna. Ecos de canciones tristes reverberaban en el aire rebotando contra los aullidos de la peña. Mientras el sol descendía para dar paso a la noche más larga del año, los habitantes del pueblo a las faldas de la montaña se preparaban para subir por el viejo camino del monte al amparo de la luz de los faroles. Sus pies acostumbraban marchar al ritmo inexorable de los ritos de paso por las estaciones. En primavera y verano dejaban sus huellas sobre la tierra al trazar surcos para la siembra. En invierno llegaba el momento de pagar deudas por el alimento cosechado y el peaje era la caminata del farol, durante la gélida víspera del solsticio de invierno.
Una densa negrura se extendía sobre el valle. Solo las estrellas mudas e indiferentes, acompañaban el andar de la hilera de peregrinos que en la lejanía se percibían cómo insectos de luz titilante. Cómo un enjambre lanzando sortilegios para apaciguar a las deidades de la oscuridad. Mujeres, niños, jóvenes y ancianos murmuraban al unísono una monótona melodía en un lenguaje olvidado. Entre el tiritar de cuerpos y el castañeo de dientes, aguzaban los sentidos, para librar raíces traicioneras y desfilar por la orilla del despeñadero sin caer a las abisales fauces del barranco. Era importante evitar tales accidentes y reservar los sacrificios hasta llegar al refugio de la Madre sin nombre.
Alcanzar el santuario era arduo y algunos quedaban rezagados, por lo regular esos eran los elegidos. La Madre de dientes afilados mostraba predilección por los niños y los ancianos. En esta ocasión al divisar el monolito de piedra de la diosa de sonrisa congelada, un bramido glacial apagó la llama de los faroles. En las tinieblas de aquella noche sin luna los peregrinos temblaron sacudidos por las pisadas colosales. Cómo una avalancha primigenia la ogra derribó árboles y recolectó su tributo, antes de desaparecer en el pico de la montaña.
Al reavivar el fuego notaron la ausencia de una niña pequeña. Las lágrimas y los gritos no tenían sentido ante lo que no se podía evitar. Cada invierno la luz de los faroles era un implacable recordatorio de fragilidad y crueldad. Solo restaba retomar el canto y encender la pira ceremonial. La rueda del año debía continuar.
(1983, CDMX) Bruja y psicoterapeuta. Especializada en las artes oscuras
de la teoría psicoanalítica. Escritora de cuentos tétricos que han sido publicados en antologías
y revistas digitales como: Antología Medusas (2022), Antología Siniestras: Cuentos de
mujeres que incomodan (Especulativas, 2022), Penumbria Distópica (#55, 2022), Penumbria
Cuento Fantástico (#56, 2022), Antología de Ciencia Ficción (Cósmica Fanzine, 2022),
Antología Navidades Paralelas (Lengua de Diablo, 2022) y Revista Exocerebros (#5, 2023).
Twitter: @andreamadrueno
Instagram: @andreamadrueno