Mechones

En el pueblo todos esperan estos días con mucho cariño. Yo no. Menos después de tantas desapariciones. Cada noche que rezo, le pido a la virgencita que cuide a mis amigas. Por mi hermana no puedo pedir, a ella no la volvimos a ver. Desapareció una noche y lo único que se encontró fue una de sus sandalias. Cuando vino don Chema a darle la noticia a mi amá y se la entregó, su rostro se volvió gris, vi cómo se retorcía su estómago y salía disparada la leche y el pan que temprano comió. Después de eso, no volvió a ser la misma. Camina por la casa despacio, sus hombros caídos me recuerdan a mi muñeca de trapo, hasta sus ojos, parece que ya no miran. Es tan delgada que ni siquiera la ropa se atreve a rozarla. Pero en estas fechas de Hanal Pixan, en lo que sus hermanas preparan el pib, ella saca la sandalia amarilla y la limpia con mucho cuidado, la pone entre sus brazos y la mece cantando la canción que siempre nos adormecía.

Don Chema donaba el altar, era muy grande. De diez pisos. Todos los del pueblo ayudamos a adornarlo. Mi mamá y sus hermanas bordan carpetas cada año para los muertitos de cada familia. Se pone mucha comida, las prendas preferidas de los familiares muertos, juguetes, cigarros. Don Chema está siempre ahí, muy pendiente. El pide que las cosas de las niñas desaparecidas se pongan en un mismo lugar, para que ellas se acompañen en el más allá, dice. Quién sabe lo que habrán sufrido las pobrecitas, recalca.

A mí, estar junto a don Chema no me gusta. He visto cómo huele todas las cosas de las niñas, que ya no eran niñas. Ni siquiera mi hermana. Las toma entre sus manos y se las lleva a la nariz. Sus ojos cambian, como que se hacen más chiquitos y empieza a respirar raro. Nadie lo ha visto, pero yo sí, incluso me doy cuenta cómo se toca el pollo. Pobrecito, se ve que sufre mucho, porque después se pone a llorar. Él no me ve, porque estoy debajo del altar, escondida.

Recuerdo el día que le llegó a mi hermana eso que dicen nos cambia la vida. La sangre que salía de su cuca. Ella estaba feliz porque ya sería grande. No la entendía, y tampoco las miradas de los hombres del pueblo. Cuando mi mamá nos manda a buscar a mi apá a la cantina, no quiero. Don Chema y sus amigos nos miran como si fuéramos unos dulces, sus ojos se oscurecen y se tocan también allí abajo. Mi hermana era bruta, no los veía, y me decía que no era cierto. La sentaban en sus piernas y le decían que platicara de aquella vez que un alux le había salido en el monte. Ahí sí don Chema es bueno, él sólo miraba raro, pero no la sentaba en sus piernas. Terminaba enojado y gritándole a mi apá. Borracho infame, le decía llévate a tus hijas que no deben estar aquí. Jalaba a mi hermana, levantaba a mi apá y salíamos con él a cuestas. Pesaba como un bulto de grano y su olor nunca me ha gustado, olía a fermento. A mi mamá tampoco le gusta, y menos cuando él llega a casa y la jala a la hamaca. Los ojos de ella despiden asco y miedo. Pero ahí se iba con él y sólo escuchábamos el tuic tuic de la hamaca que se meneaba con fuerza, y los quejidos de dolor de quien es golpeada. Odio escuchar, sé que le duele mucho.

 Ayer en la tarde, cuando llegamos a ver el altar, mi mamá gritó muy fuerte. En donde estaba la sandalia amarilla de mi hermana, apareció la del otro pie. Dicen que ella la trajo. Pero no se me va a olvidar la cara de don Chema. Alcancé a ver que sus labios sonreían un poco. Todos los años pasaba lo mismo. Al menos los últimos dos, que fue cuando empezaron las desapariciones. Aparecían de la nada en el altar, prendas de las niñas desaparecidas. Un calcetín, un listón, algo.

He seguido a don Chema a su casa. Mi mamá me dijo que su esposa lo abandonó una mañana. No saben por qué, ni él. O eso dice. Pero yo ya no estoy tan segura. Siempre se va pronto, no espera siquiera el pib. Sólo se la pasa parado a un lado del altar. He visto cómo nos mira a mí y a otras amigas. Parece de verdad que estuviera viendo un delicioso pastel, o una sopa de lima, que sabemos que le encanta. Se chupa los labios y sus ojos se hacen de nuevo chiquitos, como si con eso nos pudiera ver mejor, hasta veo cómo traga saliva. Vi que notó que lo observaba. Se despidió de todos, dijo que estaba muy cansado.

No sé por qué seguí a don Chema a su casa. Me quedé parada detrás de la ceiba, su tronco grande me cubría. La ventana se iluminó por la luz de una vela. Me acerqué despacio. La oscuridad no me dejaba ver bien qué tenía en el altar, estaba parado ahí de frente, me daba la espalda. Vi que tomaba un bultito entre las manos y lo olía. Lo dejó y tomó otro y luego otro. Me di cuenta que eran mechones de cabello. Bajó el cierre de su pantalón y sacó su pollo, comenzó a acariciarlo, hasta que dio un grito ahogado. Se quedó un rato ahí, lloraba. Sentí algo en mi panza y como mi mamá, muchas ganas de vomitar. Pero no quería hacer ruido. Muy suavecito, tomé el camino a casa.

Desperté con los calzones embarrados de sangre. No le diré a nadie, ni a mi mamá, no quiero. Me da miedo desaparecer.

6 comentarios

  1. Tremendo y macabro. Comienzas en un relato antiguo que nos lleva sin ninguna emoción y de pronto nos das un vuelco completo y aterrador. Felicidades.

  2. Ufff!!!
    Me dolió tu relato, la inocencia y la maldad en la misma escena, grotesca, cruda y real.
    Felicidades!

  3. Que ganas me dieron de tener un machete y aplicar la castración. Me moviste todas las emociones. Like

  4. Es un relato muy crudo que nos deja ver el miedo en toda su expresión, y te pone a pensar sobre muchas situaciones que se dan en la vida y que te provocan miedos e inseguridades.

    Muchas felicidades Nena

  5. Es un relato muy duro expresado como solo tú sabes hacerlo Leny de la realidad que viven las niñas y mujeres en las comunidades en donde hay muchísima ignorancia, crueldad, descuido y que incluso se vuelven casi como usos y costumbres siendo que caen en el rubro de delito, pero incluso eso se les prohíbe denunciar, se les obliga a callar.

    Felicidades amiga que expones lo que muchos quieren callar pero eres la voz de muchas niñas y mujeres.

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