La muerte o un racimo de fresas

No matter how they tossed the dice, it had to be,

the only one for me is you, and you for me.
The Turtles

–La verdad es que el tiempo es como un racimo de fresas –le decía Sergio a su novia–. Un racimo de fresas extendido hasta el infinito hasta que alguien interrumpe su flujo. Así, si algún dios decide tomar una fresa y probarla, entorpece el continuo y algo en la historia del universo cambia para siempre. También, por ejemplo, cada uno de los pasos que doy para terminar de subir estas escaleras. Ninguno de ellos debe entorpecerse porque si no, jamás llegaría a mi destino. Por eso tú y yo estaremos juntos para siempre.

La novia de Sergio llevaba un año de muerta.

La enterraron un sábado por la tarde, en una de esas ceremonias muy al estilo mexicano, con mariachis, plañideras que nadie conoce y desafortunados (y perfectos) chistes de velorio. Durante la ceremonia en la que un sacerdote católico pidió unas palabras a los familiares, Sergio quiso intervenir. Aunque para aquellas alturas había dejado de ser oficialmente un miembro de los Pérez Figueroa, él sentía que aún era parte de aquella familia de personas no muy altas, de cabello chino y ojos pequeños y oscuros. Su novia era así, una chica preciosa a la que él consideraba su chaparrita cuerpo de uva. Había escuchado la frase alguna vez, en una película de Pedro Infante, y desde entonces era el modo perfecto de describirla ante cualquiera de los amigos a los que se las iba a presentar. El discurso de Sergio trató un poco sobre la música que su novia escuchaba; de racimos de fresas; de las veces que se dieron la mano para subir hasta el pequeño departamento de azotea (en ese momento el padre de la chica pegó un respingo y abrió los ojos grandes) y de cómo se habían conocido.

Se conocieron en una de esas fiestas extrañas de disfraces, en las que algún veinteañero con nostalgia crónica convoca a una fiesta “setentera”. Así, entre algunos jipis, Lennon’s y McArtneys, conoció a una chica vestida a la Janis Joplin, con aquel atuendo perfecto, el pelo chino hasta la cintura, y unos lentes redondos de color azul rey. Se enamoraron al ritmo del Happy together de The Turtles.

Después del accidente, toda la familia estuvo de acuerdo en que la chica fuera enterrada con aquel disfraz que tanto le gustaba. Una foto enorme, donde ella posaba de la mano de Sergio, acompañaba al ataúd y a los mariachis que tocaban aquella tarde de sábado, entre la lluvia de junio y las lágrimas de los amigos y parientes de la recién fallecida; por supuesto del novio, vestido como el Morrison más triste de la historia.

–Eres mi alma gemela –le decía Sergio a su novia muerta mientras cuatro sujetos bajaban el ataúd hasta el fondo de un agujero rectangular, al que algunos lanzaban puñados de tierra y los mariachis tocaban una versión extraña y desafinada de Walk the line, de Johnny Cash.

Para la tercera semana de duelo, a Sergio le costaba trabajo salir a la calle.

–Hoy hay fiesta en casa de Alejandra –le dijo su mejor amigo por teléfono.

–Diles que me disculpen, mi chica no se siente bien –fue el pretexto de Sergio para no ir. Y al momento de que aquellas palabras salieron de su boca entendió lo que podían provocar, lo que pensaría su amigo, lo funesto que sonaba al decir tal cosa; pasó unos buenos quince minutos dándole vueltas al asunto. Para cuando al fin las llamadas y mensajes de sus amigos lo dejaron en paz, vio una película recostado en el sofá, y pensó en que si las cosas seguían así, su gente cercana dejaría de invitarlo a lugares y pasaría sus días en casa, hecho un nudo en el sofá.

–No sería lo peor del mundo –le decía con una sonrisa a su novia muerta–. Si nadie me vuelve a invitar que no lo hagan, ya encontraré nuevos amigos y amigas.

La familia de su chica lo fue olvidando poco a poco. Los amigos más cercanos insistieron hasta que se cansaron y, en algún parque de la ciudad, Sergio ocupaba una banca en la que siempre se sentaba del lado izquierdo. Allí escuchaba música de una época a la que se transportaba viendo fotos; álbumes como cápsulas del tiempo que se entrelazaban al racimo de fresas en su cabeza; eran sólo Sergio y su novia viajando en una nave que tenía la forma de un disco de vinilo. Allá iban, al espacio profundo, a través de planetas con iluminación perfecta donde nadie los podía molestar y donde un joven Enrico Musiani cantaba Piccola e fragile a través de un megáfono que llenaba la galaxia con su voz. Al final del día Sergio siempre miraba a su lado derecho y sonreía. Era la sonrisa de quien se sabe enamorado. La mueca de quien no puede evitar la satisfacción de sentirse acompañado en su propia soledad, mientras el mundo gira a su propio ritmo y los días transcurren con una pista de sonido distinta para cada cual.

Sergio volvió a casa.

Pensativo, abrió la puerta del edificio y subió las escaleras contando, como solía hacerlo, cada uno de sus pasos.

–No me importa no volver a salir con nadie nunca –le dijo con voz segura a su novia muerta–. No necesito que me hagan citas ni que me inviten a sus fiestas ni nada. No necesito a nadie. Para eso te tengo ti.

–Y sabes que aquí estaré siempre. No necesitamos a nadie más –le respondió ella, que lo tomó de la mano, en aquella sensación fría/caliente que hacía a Sergio pensar en fiestas donde sólo sonaba su música favorita; se dieron un beso largo, húmedo, que les supo a un racimo de fresas, y juntos contaron (hasta el infinito) el número de escalones para llegar al pequeño departamento de azotea. The only one for me is you, and you for me, so happy together…

4 comentarios

  1. Que cuento Efraim. Muy triste. Tal vez sea la época que nos hace evocar. Y un final que nos envuelve en la locura. Muchas gracias. Leerte es magnífico

  2. Un cuento que nos hace recordar que hay amores eternos. Me gustó mucho. Gracias por compartir tu letras.

  3. Sentí…
    Maybe
    Oh, if I could pray, and I try, dear
    You might come back home, home to me
    Bravo! Me encantó.

  4. La historia me impactó, la manera en que Sergio se deja llevar por su fantasía renunciando a la realidad es devastadora; me recuerda a la película Bliss, donde dos drogadictos viven su ilusión felices, mientras sus seres queridos sufren viendo como poco a poco desaparecen de este mundo. Aplausos!

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