Una bañera con patas de garra de león

La joven, vestida de esmoquin y sombrero de copa aparece en el escenario, silenciosa. A su señal, se abre la gran cortina de pesado terciopelo color vino y se muestra el fondo vacío. Solo una bañera con doradas patas de garras de león está sobre el suelo. Ella pide a varias personas del público que suban al escenario y la examinen. Una vez han terminado, desde lo alto descienden cuatro cadenas sobre el proscenio. Ella las sujeta a los agujeros perforados a lo largo del reborde de la bañera, hace una señal y la bañera es izada a unos tres metros. Entonces, coloca una escalera de tijera junto a la bañera. Da unas palmadas y 26 monos que entran al escenario en fila, corren escalera arriba, uno detrás de otro y de un salto entran en la bañera. Ésta se sacude con cada mono que cae pesadamente entre sus compañeros. El público ve una mezcla de cabezas, patas, colas… y por fin todos los monos se acomodan y la bañera vuelve a quedar inmóvil. El mono más viejo siempre es el último en subir por la escalera. Él usa un chaleco de colores con cuentas brillantes. Cuando entra en la bañera, de lo más profundo de su pecho sale un resonante bramido que retruena por todo el escenario. La gente lo miran boquiabiertos, expectantes. Tras un brillante destello de luz, dos de las cadenas se desprenden y la bañera se vuelca para mostrar su interior: está completamente vacía. Se escucha una lluvia de aplausos, hurras, risas incrédulas.

 Las luces encienden y apagan. La banda toca una melodía marcial y pegajosa. El público se pone de pie, entusiasmado. Se oyen gritos. La chica agradece haciendo leves caravanas. El escenario sigue vacío, con la bañera colgando al centro. La gente empieza a dejar la sala, en orden. Algunos ríen aún y comentan que el espectáculo fue sensacional, aún sorprendidos.

En otro lugar del mundo, los monos caen uno a uno, como si resbalaran por un tobogán, sobre el polvoso piso de un terreno baldío. Los monos se sacuden el polvo. Uno que otro se queda mirando el entorno con curiosidad, los más, empiezan a caminar en todas direcciones. Los chimpancés pronto encuentran camino hacia un bosquecillo y se trepan a las ramas de los árboles. Los monos capuchinos comienzan una búsqueda frenética de alimentos. Los aulladores inician su particular sonido gutural, llamando a sus congéneres. Un pequeño tití se siente perdido y gira sobre sí mismo. No sabe a dónde dirigirse. Es pequeño y fácil presa para cualquier depredador. Opta por esconderse entre unos matorrales. Un grupo de monos rojos, inicia una carrera sin destino claro: lo suyo es correr.

El mono más viejo de todos, un lanudo color castaña observa todo. Sabe que le queda poco tiempo de vida. Este fue probablemente su último viaje. Se pregunta quién lo sucederá. Se quita el chaleco multicolor y lo cuelga en un arbusto. Se queda pensativo, haciendo recuerdos. Sabe bien que, en un breve tiempo, o en días o meses serán trasportados a través del tiempo y el espacio –nunca se sabe de qué manera- y llegarán puntuales al viejo carro de circo, a sus jaulas y sus instalaciones y volverán a emprender un viaje más por intrincados caminos, hasta llegar a una nueva plaza, donde se anunciará el espectáculo de los 26 monos. Una noche fresca y airosa, se abrirán las cortinas de un viejo teatro de madera y todos, irremediablemente tendrán que salir al escenario, bajo luces de colores y montarse en la bañera de las patas de garra de león, Una y otra vez. Como en un ciclo sin fin.

*Este trabajo esta basado en el cuento 26 monos, además del abismo, de Kij Johnson. Lo abordamos como un ejercicio del taller de Literatura especulativa y de lo extraño, con el tremendo Efraim Blanco.

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