No es el calor
es lo que nos recuerda.
Es la maldita sensación de que el frescor
arde ausente
y que no
va a regresar.
No hay más.
Porque no tenemos una idea del infierno.
No podemos tenerla.
Por más que lo invoquemos,
que lo maldigamos.
No podemos saber qué es el infierno.
Y no tenemos porqué tener su idea.
Esta generación
aun juntando todas sus lecturas
no podría armar 
el fragor intelectual que surgió del lento roce
de dos placas tectónicas:
creer en la Biblia
durante miles de años
y sufrir la turbia melancolía de Dante por Beatriz.

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