Equivocada vida
Equivocado yo
Ven a por mi morena
que yo sin ti me hundo
en un mar tan profundo
en un día sin respiro
Todo llegará – Manu Chao.
El aroma del perfume de la jefa llegó antes que ella, ese aroma dulzón que trataba de ocultar el hedor que tenía su alma. Cuando entró no esperó ni intentó disimular sus ganas de chingar a los demás, era como un buenos días para ella, sí es que el concepto de bondad habitaba en su existencia.
—A ti te buscaba, Marcos. ¿Sabes que si no mandas ese oficio de suficiencia te pueden meter a la cárcel? Primero un citatorio, luego administración, finanzas y contraloria estarían atrás de ti. Ni creas que voy a firmar eso…
—Lo mandé anteayer, te marqué copia en los correos pidiéndote lo revisaras y aquí está impreso —dije, cómo dicen los que acaban de matar un jabalí con sus propias manos y gracias a ello podrá llevar un plato a la mesa. Ella sólo crujió los dientes y leyó la fecha del correo con rencor. Era una mamada, en realidad no había hecho nada, sólo actualicé las fechas para tener algo que enviar. Estaba demasiado triste por la ausencia de Yolis que se había ido a Disneylandia con Rodri. Puto lugar más feliz del planeta mis huevos.
Como adelanté mi trabajo me primiaron mandándome a la bodega a hacer inventario. Un inventario de miseria y estupidez almacenada. Yo ocupaba el primer registro. “Marcos Moreno adquirido en 1989, pésimas condiciones, sin amor propio, gruñe cuando se mueve y con voces en su cabeza, aveces lloriqueos en su cabeza.” El odio estaba ahí, en ese escritorio, en ese papel, en esa tarde que cantaba victoriosa la existencia humana. Algo debía morir. Yo, por ejemplo.
Cuando regresé a la oficina, escurría en moco por culpa de mi alergia al polvo. En ella, se escuchaban el aburrido canto de las mañanitas, Idilía cumplía años, 50, según face pero parecía de 60, no menos.
Al poner un pie dentro de la oficina, el canto aumentó una escala en apatía, como si eso fuera posible. Volvieron a sus sonrisas fingidas, a su alegría más para el merengue del pastel y la Coca Cola que por la cumpleañera. Ella, de alguna manera agradecía también eso y el no haber cooperado con 47 pesos. La mañana se había extinguido como la erección de un borracho que pensaba reviviría con la cocaina; regia y violenta.
Antes de servirme pastel me pidieron mi cooperación, di con dolor uno de 50, de los billetes nuevos y bonitos. No esperé mi cambio. Justo antes de probar el pastel de la cincuextona me pasaron una llamada. Es de Recursos Humanos, me dijó la flaca de mi jefa, su voz ahora sí contenía una sincera alegría.
—Bueno, aquí Marcos Moreno… Sí, lo sé, ahora voy para allá —entre mis palabras había un silencio sepulcral, las miradas se apostaron en mi nuca como si fueran colmillos de un vampiro en ayuno. Salí sin llevarme el retrato de sus expresiones ni probar el pastel, de algún modo las identificaba una a una, al igual que el sábor del merengue…
Tomé el camino largo a RH, en realidad no había camino largo (o todos sus caminos son largos), lo único que hice fue dar una vuelta antes por el zócalo. Me compré una nieve de limón con chile y chamoy. Hacía calor pero la tarde era linda, llenándose de flores las jacarandas y los flamboyanes. Recordé a Gardenia, una novia de la prepa que era 3 años mayor que yo. Era enorme de todos lados, de las caderas, de los senos, de las piernas, de los ojos. Su nombre era raro, pero supongo que sus padres no quisieron llamarla Rosa o Margarita. Gardenía siempre usaba ropa interior con estampados floreados y en cada oportunidad que tenía me los mostraba. A los 16 esas acciones son recordadas para toda la vida. Un día Gardenía y yo dejamos el amor en manos de alguien más, creo que fue ella la que decidió mostrar sus calzones a un tipo de la universidad, eso estaba bien, siempre me pregunté que había visto en mí, tal vez por eso Yolis no se fija en mí, a nadie le gustan los tipos tibios e inseguros.
La nieve duró menos de lo esperado. El calor seguía ahí, dentro de mí. Sabía lo que venía pero bueno, uno con el tiempo aprende a enfretar sus batallas aunque no sepa pelear, el caso es que el contrincante no se vaya en perfect. En el edificio habían quitado a la recepcionista, así que sólo te recibe un policia que generalmente está comiendo algo, te desconocen aunque portes tu credencial y te hacen las misma preguntas; a dónde se dirige, con quién, etc., la apatía por delante. La oficina de RH estaba adornada con una enorme fotografía en blanco y negro de un campesino sonriente, en el fondo el campo de caña quemado, en espera de la nueva siembra. Su mensaje era confuso. La joda azucarera sigue trabajando igual desde los tiempos post revolucionarios. La tierra es de quién la trabaja mis huevos.
–Hola, Marcos, tardaste en llegar –estaba ahí, Don Humano, extendiéndome la mano con sus saco de Zara, su camisa abierta para mostrar sus cadenas de plata y sus pulseras esotéricas para evitar el mal de ojo, repeler las mala vibras. Le di la mano y su apretón fue muy suave contrario al mío.
–Había tráfico –le dije, aunque mi chiste era muy malo ambos sonreímos.
–¿Sabes por qué te he mandado a traer?
–Sí, he demostrado que tengo mayores capacidades y me van a dar un aumento –estaba en llamas. Aunque esta vez no hubo sonrisa en su rostro.
–Tu jefa está preocupada por tu conducta y también porque te estás llevando material de la oficina, marcadores, post-it, cosas así, además de tu puntualidad, tus ausencias largas, en fin, tu falta de compromiso con la Institución.
–Mi jefa no se preocupa, que no te engañe, ¿te dijo que el otro día le dijo a la secretaría que era una lástima llegar a esa edad y sin capacidades, o que hizo llorar a Gris por haber escrito mal un correo electrónico? Le dijo de todo, que por eso su marido la había dejado, que qué clase de ejemplo de la daba a sus hijas comportándose como alguien insegura y así. Es una horrible persona que ustedes se han encargado de premiarla ascendiéndola.
–Desconozco esas situaciones…
–Pues porque ustedes sólo se rozan con la realeza, los plebes nos imaginan así, como ese campesino, feliz de la chinga y la playera bien puesta. La hipocrecía pues. ¿Ya me puedo ir?
–No, Marcos. No puedes llevarte las cosas…
–Pero debo llevarme trabajo a la casa, trabajar fines de semana y sonreírle a mi jefa por ser bien ojete y tratarnos de la punta de su zapato.
–Hablaré con ella…
–Y le aumentarán el sueldo –estaba descontrolado, lo sé, es que hacía calor, es que extrañaba a Yolis, sus piernas, sus chinos, su sonrisa llena psicología.
–Tengo que darte un descanso sin goce de sueldo –su rostro estaba rojo, de poder nalguearme ahí mismo lo haría –. Firma aquí.
Firmé y me salí sin despedirme. Mis pasos caminaron en automático a la cantina que se encontraba en la esquina. Creo que visitaría a mi mamá otra vez, extrañaba sus enchiladas verdes. También le pediría dinero prestado.
Twité: “El mundo es injusto para todos, menos para los culeros.”
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Editor, escritor y promotor de lectura. Ex godín alcohólico, poeta frustrado. Ciclista emergente. Eterno padre de Camila.