Parpadea

                                    “Parpadea mariposa parpadea, que te toca remediar un viejo futuro”

                                                                                               Parpadea, Jaguares

Juventina pasaba horas embobada frente a la televisión todos los días, la niñez se le iba sentada en el sillón, viendo caricaturas, ¿qué podía hacer yo, si tenía que atender el changarro?

Tenía un ritual cuando llegaba de la escuela; después de comer y terminar sus deberes, podía estar horas, frente a la televisión.  Entonces me di cuenta que “se iba”, era como si durmiera con los ojos abiertos.

Un día le llamé varias veces, pensé que solo me ignoraba; la casa pudo haberse caído y ella seguía en trance, así que me puse ante la pantalla, y vi lo que la enajenaba. Dejó caer lágrimas, asumí que era por no parpadear, pero Juventina observaba el cuadro que estaba colgado arriba del monitor.

Me asusté pues no respondía, primero la sacudí despacio, luego más fuerte y seguía sin reaccionar, en mi desesperación la abofeteé y sentí como se estremeció, como si el espíritu que andaba vagando regresara a su pequeño cuerpo.

–¿Por qué tienes cara de espanto, abue? –Me sentí muy mal al ver marcada su mejilla. La abracé y pareció desconcertada.

–Te hablé muchas veces hijita, estabas como dormida. –Enseguida perdí su atención. Ladeó la cabeza esquivándome y sobándose el golpe comenzó a reírse de los personajes en la pantalla. Me senté un rato a su lado y ella actuó como si nada hubiera pasado.

En la noche, cuando ella y su madre dormían, contemplé el cuadro, ¿qué podía tener de especial para Juve? El paisaje de campo que apenas recuerdo y en el que viví cuando era pequeña; el viejo pozo, los árboles a la lejanía dando sombra a la casa y un corral que apenas se distinguía.

Desde que tengo memoria, la pintura ha formado parte de la familia; sus colores han resistido al tiempo, quizá por eso no he tenido el valor de deshacerme de ella, creo.

Al día siguiente, Juventina se sentó como cada tarde en el sillón, pero ahora llevaba consigo su cuaderno de dibujo y sus plumones.

–¡No vayas a ensuciar los cojines, hijita mía!

–No abue, no te preocupes, tengo mi plumón mágico que borra manchones.

Le hice compañía, debía estar alerta. Comenzó a dibujar el paisaje del cuadro, pero por alguna razón colocó todo al revés, como si lo estuviera viendo a través de un espejo.

Se enfocó especialmente en el pozo, sus manitas regordetas dibujaban con cierta similitud las grietas y la textura de los ladrillos. 

–¿Y ella, hijita? ¿Quién es? –Pareció buscar en el cuadro de arriba, una respuesta. Y asintió como si éste le dictara en alguna frecuencia inaudible para mí.

–Eres tú

–Pero recuerda que yo no tengo una mano

–Eres tú el día en que te caíste al pozo y la perdiste

–¿Quién te dijo eso?

–¿Entonces es verdad?

–Sí, bueno…

–El pozo me habla y dice que, si pido un deseo con todo mi corazón, me lo concederá.

–Es una pintura, no puede decirte nad… –¡El día del accidente yo también lo escuché! ¿Cómo pude olvidar esa voz? Eran susurros en mi mente infantil.

–Adentro de mi cabeza, abue. Hoy me dijo que dibujara el día en que lanzaste una moneda pidiendo que tu mamá dejara de pegarte, tú resbalaste hasta el fondo y el corazón de ella se detuvo al verte caer y se durmió para siempre.

–¡Juventina, déjate de cosas locas!

–El pozo me dijo que deseara lo que yo quiera, pero a cambio me pide que haga algo.

–¡Pues no vas a pedir nada y se acabó!

Me subí en una silla para quitar el cuadro, éste se resistía a ser despegado. Al lograrlo, el vértigo se apoderó de mí como si cayera en un vacío profundo en el momento que bajaba del asiento. De inmediato lo lancé al bote de basura, el vidrio se estrelló dejando escapar un pedazo de cartón que permanecía oculto detrás de la pintura.

Era una especie de papel antiguo con garabatos que no entendí, lo tiré al sentir la textura escamosa, parecía piel. No podía ser algo bueno, así que le prendí fuego y aquello crujió emitiendo unos chillidos agudos que me atravesaron como punzadas. Abracé a Juventina y le dije que se olvidara de la pintura y su pozo.

–No sé abue. Todos los días yo le pedía que te regresara tu manita para que me pudieras peinar como a las niñas de mi salón y se juntaran conmigo, yo le echaba monedas imaginarias para que me lo cumpliera, pero me dijo que no era suficiente, debía dibujar mi deseo, y por eso estás enterita en mi dibujo, además…

–¡Ay, hija de mi corazón! ¿qué te pidió a cambio?

–Que coloreara atrás de mi dibujo lo mismo que está en la pintura, pero con mi mami durmiendo para siempre, como la tuya.

6 comentarios

  1. Tremendo relato, me gustó mucho.

    1. Muchas gracias (⁠ ⁠ꈍ⁠ᴗ⁠ꈍ⁠)

  2. Muy bueno! Y ese final! Se me erizó la piel con el final.

    1. Muchas gracias (⁠。⁠•̀⁠ᴗ⁠-⁠)

    1. Muchas gracias por tus amables comentarios (⁠ ⁠ꈍ⁠ᴗ⁠ꈍ⁠)

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