Como dos imanes

“Forever isn’t for everyone

Is forever for you?’’

Snap out of it – Arctic Monkeys

            A veces los hechos te dejan rebotando sin sentido, e incluso, tal vez, carente de la fuerza necesaria para escribir lo que a posteriori podría ser aliviador, esa especie de catarsis literaria que ocurre algunas veces. Me pasé varios días intentando encontrar las palabras, ya no las frases, sino las palabras mínimas que pudiera decir o escribir. Porque los hechos (como me enseñó un maestro que a su vez le enseñó otro maestro) están desprovistos del alma de los hechos. Y esa frase vuelve todo tan verosímil que asusta.

            El alma de los hechos es mucho más profunda que los hechos en sí. Si hablara de hechos todo se volvería únicamente anecdótico: vos y yo estaríamos sentados en un bar de algún barrio porteño, por caso Almagro, por caso Congreso, da igual. Estaríamos allí compartiendo un trago, un vino o una copa, estaríamos ahí hablando del trabajo, de mis notas, de tus negocios, de las obligaciones, del mundo adulto en el que nos hemos metido, reiríamos tras recordar momentos adolescentes, pediríamos la cuenta, luego nos abrazaríamos y hasta luego/hasta pronto/nos vemos. Pero no, nos queda otro cuento. Uno mejor, diría.

            En ese cuento, por caso, yo me permitiría hablar de las cosas que siempre quise decir pero por miedo, dolor o inocencia dije mal, sin el corazón puesto en la mano como deben ocurrir ciertas cosas, como escribo ahora estas líneas que pesan toneladas: cada palabra pesa una tonelada.

En el brebaje que deja la necesidad de la honestidad y el alcohol, te miro unos segundos –siempre bastaron unos segundos para mirarte y ver– y te digo entonces, la verdad. Hay verdades que no se dicen y no pasa nada, nadie muere, nada cambia: nada-nada; pero hay verdades que, si al menos tarde no se dicen, quedan atoradas en la garganta: esta es una de esas verdades. Entonces me desnudo en un segundo y me visto al segundo después. Lo que dije no pone pausas y confesás que para vos también era probable mi verdad. Y, tal vez menos apurado que yo, te volvés a vestir. Mientras te pones la remera decís que el derrumbe, a veces, es el mejor lugar para encontrarse y sabemos que eso es una gran mentira, pero los dos nos derrumbamos alguna vez o mucho tiempo, o muchas veces, y sabemos de memoria que esa es una mentira que salva, como algunas mentiras.

            Después me pedirás perdón a mí y a la niña que aún soy o fui, aún no lo tengo claro. Pero lo dirás tan de corazón que, con el corazón en la mano, nos abrazamos. Tu aorta bombea sangre a volcanes, la siento al apoyar mi cabeza en tu pecho y en tu cuello. Ese bombeo me alivia y, por un segundo, me siento gravitar. Vuelvo a la tierra reprochándote más fuerza en tus manos y vos respondés con una caricia delicada y después me apretás contra vos, como para no soltarme, como para no dejarme ir ¿cuántas caricias más apagan el fuego de mi niña? ¿cuántas más necesitaré de vos?

            Las trampas de la mente son imanes para los deseos, son como pequeños animalitos que saltan de un lado a otro de tu cerebro, y te obligan a reunirte con el infierno y el cielo al mismo tiempo. Vos sos el cielo y el infierno, me digo. Vos sos, siempre fuiste vos. Y en ese hueco que queda, en ese segundo antes de que el pensamiento domine el corazón, ahí, ahí latiendo está la realidad que nos inventamos y la que deseamos, pero sobre todo, está la realidad que dice que aunque pasen mil años más, mil siglos más, algunas cosas –quizás las más importantes– siguen intactas, siguen existiendo pese a nosotros y al lugar en el que estemos. Todo esto sigue, Federico, y no hay vuelta atrás.

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