—Shisss, cállense. Hay algo en el techo, ¿sí oyen? —todos en el cuarto guardaron silencio, principalmente los niños, que ya llevaban rato oyendo las vigas crujir—. ¿Sí oyes, Chela?, en la cocina —la mujer asintió inútilmente; la ventana del cuarto no alumbraba su lado de la cama. José se levantó, y el rechinar de los resortes del colchón silenció de momento el ruido en las tejas.
—Con cuidado, José. No vayas a pisar a los niños.
…¿Papi?, ¿a dónde vas?…
…No papá, no vayas…
…Apá, no salga. Lo acompaño, apá…
—Cállense —ordenó Marcela, la madre de los seis que ahí se hallaban tendidos en el piso, sobre cobijas y tapetes. Después murmuró—: Pásenme a Jaimito, que no vaya a chillar.
José siguió hasta la cocina y abrió lento los cajones más altos del gabinete, luego hurgó detrás del mueble e introdujo las balas a la recámara del rifle que ahí guardaba. Todos en la habitación lo veían por la abertura de la cortina que separaba el cuarto de la cocina, y gracias a la luz de luna que se filtraba por la ventana de la puerta principal. José se paró al lado de la estufa y dirigió el cañón hacia las tejas. Recorrió el seguro y reposó el dedo en el gatillo.
…No es nada, apá, véngase al cuarto y tráigase el rifle…
…Ya se fue, José. Ha de haber sido un gato, o las ratas…
—No, mamá —dijo Lupita—, está aquí, en el cuarto; tiene a Jaimito en los dientes.
Una figura que daba contra el techo salió de la esquina más oscura de la habitación y se paró junto a la cama. Ellos no lo sabían, pero había estado allí desde antes de que pegaran pestañas. La criatura era una bestia bípeda, escueta, pero muy alta; de piel pellejuda y amoratada cubierta por un pelaje negro y espeso que olía a cerillos quemados.
—¿Qué pasa, Marcela? —preguntó José desde la cocina tras el repentino silencio. ¿Chela? —José regresó a la habitación. Llegó a la entrada del cuarto y pegó el rostro a la cortina.
—Chela… háblame —entre las sombras, José vio a Joaquín, el mayor de sus hijos. Lo vio hincado a medio cuarto. Con el dedo señalaba a la esquina de la habitación, sin color en la cara. José dio un paso hacia atrás, afianzó el agarre del rifle y entró al cuarto. Ni siquiera alcanzó a procesar lo que vio: su cabeza fue cercenada y devorada en un parpadeo. La criatura que sostenía a Jaimito no tenía manos; lo que deberían ser sus dedos eran dientes apilados en torno a una ventosa que se extendió lo suficiente para envolver, tasajear y succionar la cabeza de José antes de que jalara el gatillo.
El cuerpo de José cayó al piso chisgueteando por el cuello. Los niños gritaron con el baño tibio que los empapó de pronto. No así Marcela, quien se quedó pasmada al ver a Jaimito, su bebé de once meses, envuelto por otra de las ventosas de la criatura.
—¡No, por favor! —suplicó al ver que algo similar a lo que acababa de decapitar a José se dirigía ahora a la cabeza de su pequeño.
La bestia resopló y se agachó. Todos en la habitación pudieron ver su rostro: una masa perfectamente redonda, con un ojo central que no parpadeaba, que parecía mirarlo todo sin siquiera moverse. Entorno a él se curvaban decenas de dientes agudos e irregulares, mientras una mata de raquíticos pelos le cubría el casquete, misma que se agitaba con las inhalaciones y exhalaciones que de ahí provenían pues, abundantes orificios nasales se extendían por el cráneo, desde la frente y hacia atrás, hasta la base del cuello.
Como era de esperarse, sus súplicas y las de sus hijos fueron ignoradas.
La obligaron a ver como sus hijos eran desmembrados y devorados, no solo por bestias similares a la de la habitación, sino por todo tipo de engendros que salían de la tierra, cosas amorfas parecidas a insectos, pero del tamaño de un perro de raza grande: arañas de patas ahuesadas con dos cabezas llenas de ojos, una a cada extremo del cuerpo peludo, y con alas de avispa con las que se elevaban por los aires para disputarse el festín.
Además de Marcela, había otra espectadora, que desde los campos presenciaba la escena escoltada por dos Blókn. Era la Krokáan, la reina de las KáshMhir, quien observaba satisfecha la repartición de fórmulas de esa noche.
Imagen destacada: Midjourney, laboratorio independiente de investigación.
Juan José Zavala Estrada (JJ MASON).
Nacido en Acámbaro, Gto., el 24 de enero de 1985. Narrador. Estudió la Licenciatura en Administración de Empresas en la Universidad del SABES, campus Acámbaro. Escritor del género negro, de novela policiaca y de terror. Seleccionado para formar parte de la quinta, séptima y octava generación del Fondo Para Las Letras Guanajuatenses. Ha colaborado en el semanario Cambio XXI y varios de sus relatos han sido adaptados al formato de audio y trasmitidos por diversas cadenas de radio. Sus obras: HALóCCU, La Huerta, Luces en el cielo, Las necesidades de la Carne y Entrañas de Tierra las ha trabajado bajo la tutela de escritores como Eduardo Antonio Parra, Geney Beltrán Félix e Imanol Caneyada. Ganador del Certamen Internacional de Novela de Terror Alas de Cuervo 2022 por su novela La Huerta. En 2023 lanza su libro: Las Necesidades de la Carne, editado por Estigma Ediciones.
Historias de entes que imaginamos estás sobre nuestro techo lo curioso es cuando como en éste relato dichos mounstros se vuelven realidad
Gracias por leer y comentar, Leopoldo. Sí, a veces un ruido en el techo no es nada, pero tras veces…
Excelente relato, me transportó directo a imaginarlo, felicidades, espero más relatos JJ Mason
Muchas gracias, Alfonso. Claro que sí, estaré publicando más relatos relacionados con este universo. Gracias por leer y comentar. Un abrazo.
Muy buena novela de terror ¡me atrapo!
Felicidades al escritor .
Gracias, Claudia, por darte el tiempo para leer “El mal crece”, y gracias por comentar. Un saludo desde Guanajuato.
Me gustó la narrativa, muy sangriento para mí gusto, me hizo imaginar los detalles de la escena … Los monstruos debajo de la cama que todos los niños temen se hicieron reales !
Exacto, Irán. Todos alguna vez hemos sentido miedo en nuestro cuarto, en nuestra cama, bajo las cobijas. Este relato aborda ese miedo de manera colectiva. Gracias por comentar. Un fuerte abrazo.
Un relato que atrapa y asusta. Muy buen texto. Saludos.
Lizbeth, buena noche. Gracias por leer el relato, y gracias por tu comentario. Pronto subiré más historias relacionadas con este mundo de fantasía oscura y terror. Saludos.
Excelente!!!!, en verdad me cautivo
Muchas gracias por leer y comentar el relato. Pronto estaré compartiendo más historias. Un saludo a la distancia.
Da miedo que pueda pasar una situacion asi, de niño yo veia una sombra que se reia en los muebles y que se pasaba tambien al techo despues de leer la historia, fue una reminicencia hacia mi infancia. Gracias JJ Manson
Miguel, gracias por darte unos minutos para leer esta historia. Sí, creo que de niños todos vivimos cosas aterradoras; y creo a muchos nunca nos creyeron. Ahora que uno voltea al pasado surge la pregunta de si eso que pareció tan real solo fue producto de nuestra imaginación, o si con la razón encontramos una forma de bloquearlo. Abrazo fuerte.