Ulises García
I
EL FINAL
Mariana despertó por el dolor que sentía en el rostro y en el cuerpo. Se sentó en la cama con mucho esfuerzo y miró a su alrededor. Estaba en un cuarto de hotel limpio pero austero: la cama, una mesita con dos sillas y una televisión. Se abrazó a sus rodillas y tomó aire lo más profundo que el dolor de su cuerpo le permitió.
Se levantó y fue al baño, revisó en el espejo los golpes en su cuerpo. Su ojo izquierdo seguía un poco hinchado, enrojecido; su pómulo derecho aun mostraba un tono violeta y cuando levantó su blusa se sorprendió con la mancha casi negra en su costado. Cerró los ojos y recordó el origen de todas esas lesiones. El rostro lleno de sangre y con mirada sorprendida del Señor X apareció en su mente.
Volvió a recostarse y se quedó ahí por un largo rato mirando el techo y las aspas del ventilador que oscilaban lentamente. De cuando en cuando volteaba a ver las dos maletas que estaban sobre la mesita de noche y junto a ellas, la foto de la puerta de la que sería su casa una vez que lograra terminar su viaje. Con la punta de sus dedos tocó delicadamente las lesiones de su rostro, el dolor la hacía cerrar los ojos.
Tenía algo de hambre y el pago de su estancia en aquel lugar incluía un desayuno pero no quería salir de la habitación. El miedo de ser vista y reconocida era demasiado. A pesar de que había seguido el plan de huída puntualmente, no se sentía confiada. Pero el hambre se hacía cada vez más presente. Se asomó por la ventana y alcanzó a ver que el comedor estaba vacío. Era buen momento para ir a comer algo.
El calor y el aire polvoriento la tomaron por sorpresa, se cubrió el rostro con una mano y se colocó sus lentes negros con la idea de que eso cubriría sus golpes. Mientras caminaba hacia el comedor volteó a ver a su alrededor. Había llegado a aquel lugar durante la noche y no tuvo oportunidad de ver nada. Solo estaban el hotel, un par de casas muy alejadas una de la otra y la carretera sobre la que pasaban constantemente trailers de uno o dos remolques. Todo era muy llamativo para ella.
Se sentó en un gabinete junto a una ventana, quería seguir viendo los camiones pasar, la mesera llegó con la carta, una jarra de café y una sonrisa. Mariana se sintió un poco temerosa cuando aquella joven la saludó preguntándole cómo había pasado la noche, no le agradaba ser notada. Consideró que sería menos llamativo actuar con naturalidad y respondió con otra sonrisa y diciendo que había dormido muy bien. Era evidente que la mesera, que además era la recepcionista, estaba consciente de los golpes que los lentes obscuros no cubrían del todo. Mariana ordenó: huevos con jamón, una pieza de pan y una coca cola.
Pidió la cuenta. Al recibirla tuvo la tentación de pagar con el billete más grande que tenía y dejar una propina enorme, pero aquello sería demasiado llamativo, pagó lo justo con la propina adecuada. Volvió a su habitación.
Encendió la televisión, no había mucho qué ver, solo transmitían tres canales. El canal 2 fue la opción. Estuvo todo el día viendo telenovelas y programas que no tenían mucho sentido. Cada que veía un corte informativo se le apretaba el estómago, pero no se mencionaba nada que la involucrara. Comenzó a pensar que no podía quedarse más tiempo en ese hotel. Abrió una de las maletas, ahí seguían los fajos de billetes y las dos pistolas. En cuanto las vio, recordó a Elián, tirado en el piso tratando de detener la sangre que le salía del abdomen. Tomó aire para pensar en otra cosa. De la segunda maleta, en la que llevaba un poco de ropa, sacó un mapa y lo extendió sobre la cama: pasó el resto de la tarde revisando la ruta que tenía que seguir para llegar a su destino. Antes de continuar era necesario comunicarse con la persona con la que se había acordado la compra de la casa.
Al otro día, durante el desayuno le preguntó a la mesera si había algún lugar para hacer un par de llamadas telefónicas, la jóven le indicó que atrás del hotel había un par de teléfonos que funcionaban con tarjetas de prepago, ella las vendía. Mariana le compró una con saldo suficiente y se dirigió a ellos. De las dos casetas, solo una era útil. La otra había sido vandalizada al grado de ser inútil. El teléfono que sí servía estaba en muy mal estado. Los números en la pequeña pantalla eran casi imposibles de leer y los botones requerían de bastante presión para marcar los diez dígitos. Después de unos cuantos tonos alguién contestó: era la voz de una mujer con acento extranjero, se llamaba Magda. Mariana le explicó que era la esposa de Elián, el hombre que había hecho el trato para comprar su casa. La mujer respondió con entusiasmo y le comentó que todo estaba listo para recibirlos, que no se preocupara, los papeles habían llegado por correo y el depósito ya se había hecho. Colgaron. Mariana se relajó un poco y se distrajo un momento con todas las notas y rayones hechos en la superficie de aluminio de la caseta: unas románticas, otras vulgares, ninguna con buena ortografía. Durante gran parte de la noche Mariana no pudo dormir. Tomó aire: había matado a cuatro personas para huir, no sentía ningún remordimiento, tampoco se alegraba de haberlo hecho. Lo que le costaba trabajo era eliminar las imágenes de sus víctimas y, sobre todo, los sonidos de los golpes, los disparos y los quejidos.
Tenía mucho miedo, en algún momento se sintió paralizada, se recostó boca abajo y recordó la última vez que había ido al cine con su papá, “La guerra de los niños” fue la película que vieron, era española y ni a ella ni a su papá les había gustado mucho, pero aún así rieron bastante. Le gustaba ver a su padre reír.
Al otro día se despertó un poco más tarde de lo que hubiera deseado, era momento de seguir con su camino. Fue al comedor para pedir su último desayuno en ese lugar.
El viaje de Mariana hacia el sur fue largo. Veía cómo cambiaban el paisaje, las construcciones y hasta los anuncios conforme se acercaba al centro del país. Cada que sentía algún tipo de duda o de imposibilidad, miraba la foto del portón decorado con el dibujo de unas pequeñas aves y detrás del cual estaba la casa en la que viviría el resto de su vida.
La última parada que hizo antes de llegar a la capital fue en un paradero de camiones que esa tarde estaba poco concurrido. Recordó que, mientras Elián le contaba el plan, le comentó que cruzar la ciudad podría ser complicado. Antes de bajar de su auto revisó el mapa en el que habían trazado la ruta a seguir, no quería llamar la atención, no quería que fuera tan evidente que no estaba segura de su destino.
El comedor del lugar era demasiado parecido a todos los anteriores que había visitado en su camino, hasta sintió una especie de comodidad en ese detalle. Como siempre, se sentó junto a la ventana, desde donde podía ver la carretera y su auto. No dejaba de sorprenderse con el paso de vehículos que pasaban en ambos sentidos. Pidió algo de comer y mientras comía, con la mayor discreción posible, le pidió al mesero direcciones para cruzar la ciudad. El muchacho le explicó con exageración el reto que enfrentaría, incluso le recomendó que mejor contratara a un taxista y lo siguiera y le pagara al otro lado de la ciudad. También le dijo que, a final de cuentas era una línea recta de principio a fin y que una referencia de que ya había llegado a la salida era un monumento dedicado a los trabajadores de la construcción. Ella agradeció las instrucciones y después de terminar su comida continuó con su camino.
La entrada a la ciudad fue complicada: avenidas enormes se distribuían hacia todos lados, la cantidad de autos era absurda y la velocidad a la que manejaban era exagerada. Tuvo que hacer un esfuerzo para concentrarse y se integró al flujo vehicular. Fue siguiendo la corriente lo mejor que pudo y decidió que no era necesario contratar a nadie que la guiara. Confió en su mapa y que, como le había dicho Elián, era una línea recta de principio a fin. La ciudad era enorme, quería poner atención a todo lo que veía, cientos de edificios uno pegado al otro, anuncios espectaculares, camiones, autos, gente, puestos, semáforos, vendedores en las esquinas. En algún momento consideró que tal vez podría volver en otro momento y conocer aquella ciudad mejor.
Por fin pudo ver cada vez más anuncios que indicaban su destino y, tal como le habían dicho, vio el monumento que marcaba el final de la ciudad, era difícil no verlo, no muy lejos había una gasolinera en la que se detuvo a cargar gasolina. Hacía algo de frío y el acento de las personas le llamaba la atención.
Volvió a la carretera, el paisaje era hermoso, nunca había visto tantos árboles juntos, unas cuantas montañas se veían a lo lejos y no dejaba de emocionarse cada vez que veía un pequeño pueblo al costado de aquella carretera que, a diferencia de las demás era bastante sinuosa.
Llegó a una curva que le pareció infinita e imposible, hubo un momento en el que creía que iba a perder el control de su auto, pero llegó al final y alcanzó a ver un valle en el que se distinguía, entre cerros redondos, una ciudad pequeña. Ese era uno de los puntos de referencia que recordaba. Metros más adelante tomó una desviación que la llevó a una carretera más estrecha, según los letreros que veía estaba muy cerca de su destino. Su pulso se aceleró un poco.
Una caseta de cobro más, una desviación muy corta, una gasolinera. Ahí se estacionó unos minutos para pensar lo que haría después. Originalmente, la idea era llamar a su futura casera para recibir instrucciones de cómo llegar a la casa, pero decidió que esperar un par de días más no estaba de más.
A un costado de la gasolinera estaba un pequeño local que servía como estación de una línea de autobuses, entró al lugar y le preguntó a uno de los muchachos que atendían si era posible que le recomendaran algún hotel. La recomendación fue casi inmediata y las indicaciones para llegar a aquel lugar fueron precisas.
Era un lugar que desde el estacionamiento se veía lindo. Parecía pequeño, pero al entrar a la recepción pudo ver que era bastante espacioso, una combinación de muros blancos y arcos de piedra gris. Como no era periodo vacacional y era un día entre semana, el lugar estaba algo vacío, conseguir lugar no fue difícil. Solicitó una habitación por ocho días, no pagó por adelantado para no llamar la atención. El jardín era grande, distribuido en varios niveles y desde la terraza del lugar se veía prácticamente todo el pueblo, era una imagen que nunca había visto y que nunca se imaginó que vería. Su habitación estaba hasta el extremo del lugar y su balcón daba a la alberca.
Durante la tarde solicitó a la recepción que la comunicaran con el número telefónico de Magda, la vendedora de su futura casa. La señora le contestó con mucho gusto y le preguntó si ya estaba cerca. Mariana le explicó que tardaría un par de días más en llegar y que no llegaría con su marido, los planes habían cambiado y solo estaría ella. Terminó la llamada y se acostó sobre la cama sin destenderla, en poco tiempo el sueño la venció y se quedó dormida hasta la mañana siguiente.
La cara había dejado de dolerle, la única molestia que tenía era por los golpes en el costado de su cuerpo, la espalda le molestaba por el viaje en carretera tan largo y las marcas en sus pómulos ya no estaban. Se dio un baño rápido y fue a la recepción para preguntar cómo llegar a la casa de Magda. El pueblo no era tan grande así que llegar a pie no era difícil. Las calles, estrechas y empedradas, húmedas y con árboles a sus lados no eran rectas, parecían ríos.
Reconoció la casa al instante: la entrada pintada de rojo con unas pequeñas aves pintadas en la parte superior, el pulso se le aceleró un poco al verla. Pasó frente a la propiedad caminando lentamente, volteaba a todos lados y hacía lo posible por ver al interior de manera discreta. Necesitaba ver que no hubiera nada raro o sospechoso, aún sentía que una emboscada estaba a la vuelta de la esquina. Al parecer todo estaba en orden. En teoría Elián había hecho todo de manera muy discreta y sin dejar rastros, pero ella consideraba que era mejor cerciorarse. Desde donde estaba podía ver un poco del jardín y parte de la construcción. Era una casa hermosa.
Pasó un par de días más en el hotel, cada día le avisaba a Magda que estaba por llegar. En esos días fue conociendo el pueblo y merodeando su futuro hogar. Al tercer día decidió que era momento de aparecer. Quedó de ver a Magda en la casa y después de un par de horas se encontraba tocando la campana.
Magda abrió la puerta y soltó una risa entusiasmada, la abrazó y mientras la miraba de arriba a abajo le comentó que era muy joven y guapa. La hizo pasar y la dirigió al jardín principal. Un par de perros criollos retozaban alrededor de ambas, Mariana acarició con cariño a ambos y los tomó del hocico para mirar sus ojos. Magda sonrió y le comentó que si lo deseaba los perros se podían incluir en el trato.
El recorrido de la casa no fue muy largo en sí, la construcción no era muy grande, lo que era grande era el jardín en el que había varios árboles y una pequeña alberca. En cada habitación y en cada lugar que Magda le mostraba se detenía a contarle algún anécdota: cuando su marido y ella llegaron de Alemania, la compra del terreno, acerca de sus hijos, que ahora eran adultos y vivían lejos. Le contó cómo el marido había muerto serenamente dormido bajo su árbol favorito. Era una casa que tenía muchas historias escritas dentro de sus muros. Al final del anecdotario comentó que extrañaría mucho México, pero que era momento de volver a su país. En el momento que Mariana menos lo esperaba, Magda le preguntó por Elián, su esposo. Mariana apretó la boca y desvió la mirada, con voz baja y sin mucha emoción le dijo que él vendría mucho tiempo después, que se había quedado en el norte para juntar un poco más de dinero. Magda no preguntó más.
Fueron al comedor, en la mesa había una jarra de agua de naranja y un par de vasos, también estaba un sobre amarillo del que Magda sacó dos juegos de copias de los papeles de la casa, Mariana casi llora cuando vio su firma en esos documentos. Ambas los leyeron y acordaron que todo estaba en orden. Antes de despedirse, Magda miró todo a su alrededor, no podía creer que, de un momento a otro, se desharía de todo aquello, desde la casa hasta los muebles. La tarde estaba comenzando cuando Magda y Mariana se despidieron, aquella señora rubia y alta la abrazó y le deseó lo mejor en esa casa.
Mariana se quedó sola en el jardín con los dos perros. Estaba sola por primera vez en su vida, no tenía pasado, no tenía futuro. Se dejó caer en el pasto y lloró, golpeó el suelo, clavó los dedos en la tierra y con la frente entre sus rodillas gritó. Los perros se movían cerca de ella e intentaban lamerle las manos. Ahí se quedó ella hasta que anocheció.
II
HUÍDA
El cuerpo de la Señora X estaba sobre la cama, tenía el rostro cubierto con una almohada. Sus manos y piernas atadas a los postes de la cama. En el suelo, boca abajo y lleno de sangre, estaba el cuerpo del Señor X. Mariana los miraba en silencio con las manos temblorosas sentada desnuda en un pequeño sillón.
Se levantó para bañarse, una vez bajo el agua de la regadera se dio cuenta de que la sangre no se lavaba tan fácil, talló su cuerpo y sus manos lo más fuerte que pudo hasta que logró limpiarse toda. Se miró al espejo mientras se secaba, al parecer el único indicio de violencia que quedaba sobre de ella era el corte que se había hecho en la mano cuando le rompió la botella en la cabeza al Señor X
Salió del baño y se encontró de nuevo con la escena, sintió una náusea que no esperaba, ni siquiera mientras asesinaba a ambas personas. Tomó aire, eso era lo que Elián le había recomendado cada vez que sintiera que perdía el control. Comenzó a vestirse y a prepararse para abandonar aquella habitación, antes de salir abrió la bolsa de la Señora X, tomó la pistola que ella siempre cargaba ahí y la guardó, era un elemento del que Elián no sabía nada.
Salió al pasillo y buscó la habitación que le habían indicado que buscara una vez que hubiera llevado a cabo el asesinato, ahí encontró ropa distinta a la que llevaba, una peluca y las llaves del auto que utilizaría para escapar, se disfrazó lo mejor que pudo y, como indicaba el plan usó las escaleras que llevaban al estacionamiento sin pasar por la recepción, en donde estarían los guardaespaldas del Señor y la Señora X.
Manejó lo más calmada que pudo, no quería que una falta de vialidad pusiera en riesgo todo lo que había logrado hasta ese momento. Cada que veía una patrulla pasar cerca de ella miraba hacia adelante con la vista fija en algún punto. Recorrió la ciudad siguiendo la ruta que había practicado con Elián y por fin llegó a su destino: una colonia bastante ostentosa en la que cada casa era más grande que la anterior. En automático, con la mente casi en blanco llegó a la puerta de la casa del “Compadre” y se estacionó, pudo ver que desde una de las ventanas del segundo piso Elián la observaba. La puerta se abrió después de un breve zumbido, antes de entrar miró al otro lado de la calle y vio que ahí estaba estacionado el segundo auto de la huída, el auto que Elián había conseguido para que ambos se fueran al sur.
La casa del “Compadre” era compleja, llena de pasillos y habitaciones, a pesar de que Mariana había estado ahí varias veces, aún se perdía un poco. Cuando pasó por la sala donde se llevaban a cabo las fiestas a las que la llevaban el Señor y la Señora X sintió un escalofrío.
Elián la recibió en una pequeña sala que estaba justo antes de la habitación principal. Con voz serena le preguntó si todo estaba hecho, Mariana solo movió la cabeza para responder que sí. Él la abrazó y después de un beso en el cuello le hizo saber que todo estaba por terminar. Ella se sintió un poco asqueada, no podía esperar más.
La habitación era grande y poco iluminada. En un extremo, el “Compadre” estaba sentado en un sillón de piel con un trago en la mano y viendo la pantalla de una televisión de gran tamaño Mariana y Elián se acercaron a él que, sin voltear, le pidió a ella que se sentara en el brazo del sillón y comenzó a acariciarle las piernas. De nuevo la sensación de angustia y las ganas de sacar la pistola que traía en su bolsa para matarlo, pero tenía que ser paciente.
Elián se disculpó con el pretexto de preparar algo de cenar y para dejarlos para que platicaran. El “Compadre” volteó a ver a Mariana a los ojos y le pidió que le contara, con detalles, cómo había ocurrido todo. Cada descripción era un disfrute para él; su sonrisa, a pesar de ser discreta, mostraba el gusto que sentía. Antes de terminar el relato, que parecía eterno, las manos huesudas, y venosas que habían estado acariciando las piernas de Mariana fueron subiendo cada vez más hasta llegar a sus ingles. Ella comenzó a temblar un poco y el “Compadre” le pidió que se calmara; aquello solo la alteró más. La voz de Elian reventó el silencio de la habitación: la cena estaba servida en el comedor. Los tres bajaron juntos.
Los tres se sentaron a la mesa, el “Compadre” en la cabecera, pidió las manos de ambos y con los ojos cerrados dio gracias por los alimentos, en cuanto terminó, apenas había abierto los ojos Elián sacó una pistola de bastante calibre y sin decir nada le disparó tres veces en el pecho. El viejo no pudo ni gritar, quedó con la cabeza hacia atrás en su silla. Todo fue muy rápido. Siguió un momento de silencio, de inmovilidad. El sonido y la luz quedaron estáticos.
Elián, como si nada hubiera sucedido, le dijo a Mariana que todo estaba listo, había llenado una maleta con suficiente dinero, estaba en el auto en el que se irían, junto con una maleta con ropa. También le comentó que la transacción de la compra de la casa se había realizado. A nombre de Mariana, como él le prometió. Ella sonrió y se levantó, le dijo a Elián que necesitaba ir al baño, en su camino le dio un beso en la frente.
Fue a buscar su bolsa, sacó la pistola que le había robado a la Señora X, volvió al comedor, se colocó a un lado del cuerpo del “Compadre” y disparó cuantas veces pudo sobre Elián que cayó junto a su silla, después colocó el arma en la mano ya casi rígida del viejo. Se acercó a ver a Elián, aún respiraba con mucho trabajo. Estaba sobre un costado y volteó a verla con mirada de sorpresa y enojo, se podía ver su confusión. Mariana, sin expresión, miraba como se desangraba. Sin saber cómo, Elián logró incorporarse y la agarró de una de sus muñecas, Mariana no logró evitarlo, Él comenzó a golpearla en todos lados, era demasiado fuerte y no se detenía. Todo se fue oscureciendo.
Mariana no supo cuánto tiempo estuvo inconsciente, tampoco tenía claro en qué momento Elián murió. Cuando recuperó el conocimiento aún era de noche, le costó algo de trabajo levantarse, le dolía todo el cuerpo y la cabeza, estaba algo mareada. Se arregló un poco la ropa y se quitó el pelo de la cara. Buscó en las bolsas del pantalón de Elián y encontró su cartera, ahí estaba la fotografía de la casa que tenía que encontrar en aquél pueblo del que no conocía nada. Salió de la casa, antes de subir al auto revisó la cajuela: dos maletas, una con ropa y otra con dinero, estaban ahí.
Subió al auto y tomó aire un par de minutos. Encendió el motor y, con la vista algo nublada, comenzó su viaje hacia el sur.
III
ASESINATOS
Era el cumpleaños número veintiuno de Mariana. Ella había decidido que esa era la fecha en la que su regalo sería dejarlo todo atrás. Aunque para lograr su objetivo se tuviera que convertir en una asesina.
Su habitación era amplia y bien iluminada; casi no tenía decoraciones, su cama estaba al centro flanqueada por un par de mesitas en las que había libros y una lámpara. Se levantó de la cama. Estaba desnuda, siempre dormía así, no era decisión suya. Caminó a su ropero y seleccionó un vestido, como todos, era muy pequeño y apenas le cubría el pubis. Esa vestimenta tampoco era su decisión. No escogió ropa interior, de todos modos no la tendría puesta mucho rato.
Bajó al comedor, ahí la esperaban el Señor y la Señora X. Al verla le aplaudieron y la felicitaron, ella se acercó primero a la señora que la abrazó y le dio un ligero beso en la boca. Después al señor que, sin levantarse la abrazó y le apretó las nalgas con la brusquedad de siempre.
Mientras desayunaban, la Señora X no dejaba de hablar del festejo que tendrían los tres por la noche, lo que más parecía causarle entusiasmo era que el “Compadre” les había conseguido una reservación en un hotel que, por lo que mencionaba, era de mucho lujo y prestigio. Escuchar todo aquello alteraba el temple de Mariana que se esforzaba por mantener la mirada en su plato, comer y sonreír delicadamente.
Cuando el Señor X terminó, Mariana se puso de pie y se inclinó sobre la mesa para que él pudiera pararse detrás de ella y levantar su diminuto vestido. Sonrió al notar que no se había puesto ropa interior y sin preámbulo alguno la penetró. La Señora X observaba aquél momento sin perder detalle.
Al mediodía, Mariana estaba en su habitación, era la hora acordada para confirmar que el plan de matar al Señor y la Señora X. Abrió un poco la cortina y alcanzó a ver el auto de Elián estacionado en la calle, puso su mano contra la ventana y las luces frontales del vehículo se encendieron un par de veces.
La Señora X llamó a Mariana para que bajara a la sala, ahí la esperaba con varias bolsas de las que fue sacando ropa y maquillaje. Le pidió que se desnudara y comenzó a vestirla, mientras la acariciaba le decía que era su “muñequita”. Al terminar, se quedó en silencio unos segundos observándola —Si tuviera una hija quisiera que fuera tan bonita como tú— Fue la única vez en todos esos años que aquella mujer se dirigió a Mariana con un tono de ternura.
Llegó la hora de la celebración, a la puerta de la casa llegó una camioneta negra y el chofer bajó a abrir la puerta para que subieran. Mariana quedó en medio del Señor y la Señora X que fueron acariciando sus piernas todo el trayecto. El recorrido no fue muy largo, en unos minutos estaba frente al hotel, Era un edificio alto que parecía hecho de cristal. Bajaron del auto y el chofer se ofreció a llevar a la recepción la única maleta que llevaban.
La primera parte de la noche fue en el restaurante: una mesera les indicó su mesa y les dejó los menús. El Señor y la Señora X le dijeron a Mariana que aquella era su noche, que pidiera lo que se le antojara. Pidió una hamburguesa, una malteada y, de postre, un “banana split”, hacía años que deseaba comer eso, le recordaba los fines de semana que salía con su papá.
La idea era hacer una escala en el bar, pero la Señora X pidió que fueran directo a la habitación y que allá pidieran las bebidas. El Señor X aceptó la propuesta y se dirigieron directo al elevador que los llevaría a la suite en la que iban a pasar la noche.
Los siguientes eventos tomaron más de una hora, pero Mariana siempre los recordaba como si hubieran sucedido en segundos. Al parecer, su mente así lo prefería: entraron a la habitación, el Señor X se desnudó y, mientras la Señora X se ponía un atuendo de cuero, Mariana se fue quitando toda la ropa. Los tres subieron a la cama y comenzaron los besos y las caricias, llegó el momento en el que Mariana sería atada a la cama, pero los interrumpió y, argumentando que era su cumpleaños, solicitó que esa noche fuera la Señora X a quien se atara. Estuvieron de acuerdo con risas morbosas. El señor X estaba comprobando lo efectivo de las ataduras cuando Mariana tomó la botella que les habían llevado a la habitación y, sin dudar un segundo, comenzó a golpearlo en la cabeza mientras la Señora X, amordazada y sin poder moverse, solo podía gemir y sacudirse. Fueron varios golpes antes de que la botella se rompiera y cuando se rompió, el cráneo y el rostro del Señor X estaban irreconocibles. Estaba claro que matar a golpes a un humano no era tan duro como matar a un perro.
Mariana se detuvo, su pulso estaba enloquecido y su respiración era insuficiente. Vio que tenía una herida en la mano. El señor X temblaba en el piso pero estaba claro que no se levantaría, nunca más. La Señora X no lloraba, su mirada era de odio y sus gemidos ahora eran más un gruñir constante, seguía intentando soltarse, pero no era posible. El cuello de la botella estaba en el suelo, era grande y le sobresalía una astilla larga y gruesa. Mariana la levantó antes de subir a la cama y montarse sobre el cuerpo de aquella mujer a la que miró fijamente antes de comenzar a destrozarle la garganta. Al terminar tomó una almohada y se tapó el rostro para poder gritar y llorar unos momentos antes de huir de aquel lugar. Se avergonzó un poco del alivio que estaba sintiendo.
IV
DECISIÓN
Elián se estacionó frente a la casa del Señor y la Señora X, bajó de la camioneta y escoltó a Mariana hasta la puerta. Antes de que abrieran la puerta, Elián le recordó que estaría pendiente de su señal, eso fue todo lo que le dijo.
El señor X los recibió y le dijo a Mariana que fuera a su habitación, mientras ella se alejaba alcanzó a escuchar al señor preguntarle a Elián si el “Compadre” había quedado complacido con Mariana, pero no alcanzó a escuchar la respuesta. Antes de llegar a su cuarto fue tomada del brazo por la Señora X que, sin decir nada, la llevó al baño y la metió a la tina. El agua estaba muy caliente
Mientras tallaba el cuerpo de Mariana, le preguntaba acerca de los días que había pasado con el “Compadre”, acerca de su rancho, de sus lujos y del sexo, quería detalles muy precisos acerca de ese tema en especial. Mariana le respondía monótona y sin dejar de mirar la espuma del jabón flotando sobre el agua. Tenía mucho sueño y estaba agotada, pero aún tenía que mantenerse despierta. Esa noche, el Señor y la Señora X se encontraban especialmente excitados y fue utilizada de forma más fuerte que de costumbre. Hubo un momento en el que estuvo a punto de vomitar pero logró contenerse..
Los siguientes días fueron rutinarios: despertarse, bajar casi desnuda a desayunar, complacer, volver a su habitación, bañarse, estar lista para bajar casi desnuda a comer y así también para cenar. Notaba que tanto el señor como la señora estaban de muy buen humor; bebían más de lo acostumbrado y el sexo se estaba volviendo más violento.
Durante las noches, antes de dormir, todos los recuerdos de los últimos días se fundían en un bloque de sonidos e imágenes que se manifestaban de manera simultánea en su cabeza: los disparos que acabaron con la vida de su padre y de su madre, los gemidos del Señor y la Señora X el día que la tomaron por primera vez, la voz del “Compadre”, el llanto de los perros que había tenido que matar a golpes.
Dos noches después de haber vuelto del rancho del “Compadre”, la Señora X le hizo notar que se veía un poco agotada y demacrada, su estado era incómodo y poco atractivo, había que hacer algo al respecto, así que la llenaron de vitaminas y complementos. Mariana tuvo que hacer un esfuerzo para recuperarse, le daba esperanza el plan que había organizado con Elián y el “Compadre”. En poco tiempo había vuelto a verse mejor. Su sonrisa discreta, su disponibilidad para complacer al matrimonio X y el color de su piel eran aprobados de nuevo.
Unas semanas antes de su cumpleaños, mientras desayunaban, Mariana hizo algo que nunca antes había hecho, pidió un regalo: quería festejar su cumpleaños en un lugar que no fuera la casa, quería saber lo que era un hotel de lujo, quería sentirse especial. Tanto el Señor como la Señora X rieron, ella se levantó de su silla y tomó la mano del señor, la puso en uno de sus pechos y repitió la petición. El señor la tomó del cuello y apretándole un poco le dijo que lo pensarían. La noche de ese día, antes de dormir, con la espalda y las nalgas llenas de moretones y mordidas, prendió y apagó la luz de su habitación tres veces. A varios metros de ahí, Elián, que estaba vigilando desde su auto, vio esa señal, encendió el motor y se dirigió a casa del “Compadre”.
V
PREPARACIÓN
La carretera que llevaba al rancho del “Compadre”, era una línea recta que se perdía en la distancia. Elián manejaba a alta velocidad, Mariana no sabía si era su manera de manejar o si lo hacía para intimidarla, ella solo miraba por la ventana. El trayecto duró un par de horas cuando mucho.
El rancho era una casa con un par de rediles en los que había algunas vacas bien nutridas, también se podía ver un establo y un lago artificial con patos. Los recibieron dos hombres que los llevaron a la casa y los instalaron, después de eso se fueron y los dejaron solos. Elián le dijo a Mariana que descansara un rato, mas tarde comenzarían a entrenar para llevar a cabo el asesinato del Señor y la Señora X.
Después de descansar un par de horas Mariana salió del cuarto y se encontró con Elián en la terraza principal, frente a él, había una botella de tequila medio llena y un revólver que se veía muy limpio y pesado, le pidió que se sentara y una vez que ella lo hizo Elián comenzó a hablar, a contarle su historia: él había sido recogido por el “Compadre” cuando tenía doce años, desde ese día, su función fue la de asistir en cualquier “mandado” que le fuera requerido, al principio era un tema de limpiar los autos, ir de compras, alimentar a los perros y pequeñas tareas que cualquier padre le pediría a un hijo. Pero cuando cumplió catorce años, sin ningún tipo de preparativo o de aviso, el “Compadre” lo llevó a su habitación y lo volvió su amante.
La historia continuó: no era posible salir de esa situación, el único familiar que Elián tenía era su hermano que estaba encarcelado y el sistema carcelario estaba bajo control de aquel hombre del que nadie sabía nada más que su apodo: el “Compadre”, así que por la salud y el bienestar de ese hermano, era mejor “portarse bien”. Conforme fue pasando el tiempo, Elián obtuvo ciertos privilegios y sin darse cuenta había ganado un lugar importante en la organización de aquel hombre, además, cuando había cumplido la mayoría de edad, El “Compadre” perdió todo interés sexual por él. Decidió seguir trabajando para aquel hombre, a final de cuentas recibía una buena paga y nadie estaba arriba de él, pero cuando vio la idea del “Compadre” de utilizar a Mariana para acabar con el Señor X, se dio cuenta de que podía utilizar ese mismo plan para matarlo y luego desaparecer. De todos modos su hermano había muerto en la cárcel de un cáncer fulminante y ya no tenía nada que perder. Volteó a ver a Mariana y le dijo que juntos, él y ella acabarían con todo y después de eso ella podría irse a donde quisiera, él la ayudaría.
Elián guardó silencio unos minutos y después le dijo a Mariana que se quitara la ropa y se pusiera un mameluco de mecánico y unos guantes que estaban sobre un sillón, ella obedeció. La llevó a un tejabán que estaba al fondo del terreno, ahí, en una especie de gallinero había un grupo de perros encerrados que comenzaron a ladrar inquietos cuando los vieron entrar. Mariana miró con nervios cómo Elián sacaba a uno de los canes con mucha brusquedad y lo amarraba a un poste. Después tomó un pequeño garrote y se lo dio —Le vas a pegar a ese perro hasta que lo mates—.
La tarde terminaba, y a pesar de que aún había luz, el sol ya no estaba presente. Las primeras estrellas comenzaban a aparecer y con ellas el sonido de la fauna nocturna, hacía frío. Elián estaba sentado en la sala escuchando música mientras fumaba y bebía, estaba muy tranquilo e intentaba cantar las canciones que escuchaba. Desde donde estaba sentado alcanzaba a ver a Mariana tirada junto a la alberca.
A Mariana le dolía todo el cuerpo, sobre todo le dolían los brazos. No paraba de llorar y de temblar. Por más que intentaba seguir el consejo que Elián le había dado de respirar para controlar sus emociones no lo lograba. Su mente no podía procesar lo sucedido en la tarde, y el sonido de los golpes y el llanto de los dos perros a los que había matado sonaba una y otra vez en lo más recóndito de su mente. Aquél fue el primer día.
Los siguientes días fueron peores de lo que Mariana se hubiera imaginado: cada día, Elián la obligaba a cometer actos nuevos de violencia contra perros cada vez más grandes y agresivos, en algún momento se cambió del garrote a un cuchillo y, para terminar fue instruida en cómo usar un arma de fuego. Unos días antes de regresar a la ciudad, mientras cenaba con Elián, le comentó que no confiaba en él. Dudaba mucho que, llegado el momento cumpliría con su parte del plan y, en un momento de arrojo, propuso que si no le daba una garantía absoluta ella no lo ayudaría. Elián la observó con fastidio y le recomendó que fuera a dormir y que después hablarían del tema.
A la mañana siguiente iban de regreso a la ciudad, Elián manejando a alta velocidad y sin decir nada. Según el plan del “Compadre” aún no era momento de volver, Mariana no entendía muy bien qué pasaba. La ruta que tomaron no era habitual, se dirigieron a una zona que no le resultaba familiar. Se estacionaron frente a un edificio de pocos pisos, al que entraron, Elián la condujo a uno de los departamentos, mientras subían por las escaleras, él le contaba que aquél era un refugio del que nadie sabía nada y desde donde planeaba su venganza y escape. Los únicos muebles que había era un escritorio con un teléfono, una televisión y una mesa en la que había unos cuantos papeles.
Mariana solo escuchaba cómo Elián hablaba con alguien por teléfono. Acerca de la compra de una casa y de las escrituras, él mencionaba que la compra era un regalo para su esposa y que en menos de dos meses estarían llegando por allá. Cuando colgó el teléfono le mostró una foto de la entrada de la casa: un portón rojo de madera con unas aves pintadas en la parte superior. Luego le mostró un contrato de compra que le prometió poner a su nombre pronto. Guardó la foto en su cartera y le prometió dársela cuando todo terminara.
Al anochecer habían vuelto al rancho, Elián le dijo que esa noche no habría más “práctica”, consideraba que ella ya estaba lista para lo que se tenía qué hacer. Mariana, sin darse cuenta, durmió tranquila toda la noche. Dos días después regresaban a la ciudad.
VI
EL PACTO
El “Compadre” encendió un cigarro y le dio un trago a su vaso de whisky. Exhaló y guardó silencio un momento. Mariana lo miraba con miedo.
—Tu padre y tu madre no eran malas personas… tampoco eran buenas, pero, en general, no eran malas. Pero les ganó la ambición. Sobre todo tu padre comenzó a ser un poco abusivo con sus socios—
Un trago más, una fumada, un silencio
—Yo intenté protegerlo, pero todo tiene un límite y tu papi rebasó el suyo y el Señor X supo aprovechar el cansancio de los demás para destruirlo—
Se acercó a ella y comenzó a acariciar su espalda, él olía a alcohol y a tabaco.
—Hablé varias veces con tu papá y con tu mamá, pero no me hicieron caso—
Comenzó a deslizar los tirantes de su vestido y bajó sus manos hasta tocar sus pechos, Mariana se estremeció.
—Además, tu padre santo, aunque te duela, te perdió en una apuesta y prefirió suicidarse y matar a tu mamá para que no viviera el dolor de verte en casa del Señor y la Señora X. Lo que tal vez no sabías es que el juego estaba arreglado, tu padre hubiera ganado, pero el Señor X se encargó de que no fuera así—
El “Compadre” le había quitado el vestido a Mariana que ahora estaba de pie desnuda mientras él le besaba la espalda y le acariciaba las caderas.
—Has pasado ya ocho años en la casa del Señor y la Señora X, te hemos visto crecer con ellos y has aguantado la última voluntad de tu padre sin cuestionar, pero en la última fiesta que tuvimos pude notar que, no muy en el fondo tienes un odio bastante profundo por ellos dos y, casualmente, yo necesito quitarmelos de encima porque, así como tus padres, están comenzando a excederse en sus formas—
Con sus manos huesudas y manchadas por la edad, aquél hombre viejo y tétrico le empujó los hombros para que se arrodillara. Puso su miembro en la boca de Mariana y continuó hablando como si nada.
—Yo ya estoy viejo y cansado y prefiero gastar mi tiempo en otras cosas que andar poniendo en orden a la gente. Podría pedirle a Elián que se encargara, él es muy hábil, pero si el resto de la sociedad me vincula con lo que le suceda a ese par, va a ser muy incómodo, así que te voy a proponer lo siguiente… ponte de rodillas en la cama por favor—
Mariana obedeció y sintió el esfuerzo que hacía el “Compadre” por lograr una erección.
—Tú te vas a encargar de matar al Señor y la Señora X. Va a parecer una venganza bastante merecida y cuando lo hagas yo me voy a encargar de que te vayas lejos con una buena cantidad de dinero y sin ley que te persiga—
El hombre seguía intentando sin lograr nada.
—En un mes, más o menos es tu cumpleaños, vas a pedir que de regalo te lleven a algún lugar especial. Yo les voy a recomendar a donde ir y les voy a regalar la estancia. Es el hotel más lujoso de la ciudad y no se van a resistir a mi regalo, ahí vas a llevar a cabo tu venganza—
El “Compadre” perdió toda esperanza y se sentó en la cama, le ordenó a Mariana que hiciera lo que pudiera con sus manos, ella intentó complacerlo.
—Elián te va a ayudar en todo, la semana que viene te voy a pedir prestada por unos días y tú aprovecharás ese tiempo para aprender a matar y el día de tu cumpleaños, podrás desquitarte de todo el más que el Señor y la Señora X te han hecho.
El placer del “Compadre” nunca llegó y le indicó a Mariana que mejor se vistiera, ambos bajaron a la sala en donde Elián penetraba de forma violenta a la Señora X mientras el Señor X los observaba.
VII
LA LLEGADA
Los primeros años en la casa del Señor y la Señora X fueron solitarios. Pasaba la mayor parte en su habitación y le daban permiso de ver un programa de televisión al día, a ella le gustaba ver “El príncipe del rap”. En la casa solo estaban ella, los Señores X y una mujer que solo hacía el desayuno y la comida. Todas las veces que Mariana intentó platicar con ella terminaron en silencio.
Poco a poco, conforme los meses pasaban, La señora X comenzó a interactuar con ella: la peinaba por las mañanas, le llevaba algo de ropa, le contaba anécdotas cotidianas y se quejaba de sus amistades. Al final del primer año sus privilegios habían aumentado un poco: podía ver más horas de TV, su guardarropas aumentaba y de cuando en cuando la llevaban a pasear. El Señor X no parecía nada interesado en ella.
Contrataron a un tutor que iba varios días a la semana a darle las clases equivalentes a la secundaria, era un hombre que, como la cocinera, no preguntaba ni hablaba de nada que no tuviera qué ver con las lecciones. En algún momento la Señora X decidió que era buena idea que Mariana aprendiera a manejar, así podría acompañarla de compras y funcionar como chofer. A pesar de los gritos y los regaños, aprender a manejar fue algo que disfrutó mucho.
Mariana no entendía muy bien lo que pasaba, no le quedaba muy claro porque ese par de personas la habían recogido después del suicido de su padre y su madre. No eran familiares y los había visto un par de veces en reuniones, pero no los ubicaba como personas tan cercanas.
Al paso de los años el Señor X comenzó a estar más presente en la vida de Mariana. Le llevaba regalos o le hacía comentarios acerca de lo bella que se estaba poniendo, pero la convivencia diaria seguía siendo con la Señora X.
Cuando se acercaba su cumpleaños número dieciocho, la Señora X le llevó varias bolsas de ropa que le había comprado como regalo. A Mariana le llamó la atención que era ropa que le parecía un tanto vulgar, cada que se probaba una prenda se sentía incómoda con lo expuesta que quedaba. Pero la Señora se deshacía en halagos.
Llegó el día, Mariana cumplió dieciocho años, desde temprano, la Señora X la llevó a desayunar a un sitio de cierto lujo, después dieron un par de vueltas por los únicos dos centros comerciales de la ciudad. Volvieron a casa antes de que anocheciera, el Señor X estaba en la sala y sonrió cuando las vio llegar, Mariana notó una mirada entre ellos que no comprendió muy bien al principio. Le pidieron que fuera a su cuarto y ahí los esperara.
Mariana estaba nerviosa, de pie junto a su ventana se asomaba al jardín tratando de no pensar en nada. Escuchó la puerta abrirse y vio a la Señora X entrar desnuda. Nunca la había visto así y sus nervios aumentaron. La mujer se acercó a ella y sin decirle nada comenzó a desvestirla. No pudo evitarlo y lloró pero su llanto fue ignorado y, una vez desnuda, fue conducida a la habitación principal, ahí, el Señor X las esperaba sobre la cama. Esa fue la primera de muchas noches que fue parte del entretenimiento de los Señores X.
A partir de ese momento Mariana comenzó a conocer más del círculo social de aquel matrimonio y, sin querer, también de sus padres. Era muy confuso pensar que su padre y su madre formaran parte de un grupo de personas como ese. Comenzaron a llevarla a reuniones en las que todo giraba en torno a los excesos, ahí comenzó a escuchar el nombre del “Compadre” una especie de ser mitológico que siempre se nombraba pero nunca aparecía. Al principio solo el Señor y la Señora X tenían sexo con ella durante las reuniones, les gustaba ser vistos mientras eso sucedía, pero en poco tiempo fue ofrecida a otras personas sin ser consultada o considerada.
Por fin conoció al “Compadre”. Fue durante una de las reuniones a las que ya se había acostumbrado, pero notó que en esa ocasión todos los asistentes estaban especialmente nerviosos y alterados. Pudo ver que tanto el Señor como la Señora X estaban ansiosos por lo que ocurriría. La fiesta estaba en un momento de clímax, se había bebido y la música aturdía los oídos. De pronto todo se detuvo y hubo silencio, en el umbral de la sala estaba el “Compadre” Mariana se sorprendió un poco al verlo, imaginaba una persona muy diferente, nunca se imaginó a un viejo tan delgado. Después de mirar a todas las personas en la fiesta, algunas desnudas, otras borrachas y unas cuantas a medio vestir, sonrió y con un ligero movimiento de cabeza dio la señal para que todo continuara. La música y las risas volvieron.
El viejo caminó acompañado de Elián hacia donde estaban el Señor y la Señora X, ambos abrazaban a Mariana que aún seguía vestida. El “Compadre” saludó con indiferencia y miró a Mariana de pies a cabeza. Tomó del brazo al Señor X y se alejaron un poco.
Al otro día, durante el desayuno, el Señor y la Señora X platicaban acerca de lo mucho que Mariana le había gustado al “Compadre”, lo comentaban como si ella no estuviera ahí, se notaban emocionados.
Pasaron meses y unos años, comenzó a ser habitual que el “Compadre” los acompañara en sus encuentros sexuales, también Elián participaba. Mariana se había convertido en una especie de maquinaria que se desconectaba su parte consciente cada que el sexo comenzaba. Todo se mantuvo relativamente igual.
Una noche, durante una reunión en la que había pocos asistentes, al Señor X le ofrecieron a una chica muy joven que estaba presente a la que comenzó a penetrar violentamente. Mariana estaba sentada en las piernas del “Compadre” mirando aquella escena y no pudo evitar un ataque de odio que culminó con una sola frase —Un día vas a morir— El “Compadre” volteó a verla a los ojos y le sonrió.
Días después de esa noche, sin avisar, el “Compadre” fue a cenar a la casa de los Señores X y al acabar la cena pidió que Mariana se ausentara porque quería hablar con ellos de un tema que había llamado su atención, ella subió a su habitación con mucho miedo. Por la noche, antes de que se quedara dormida, la Señora X entró a su cuarto para decirle que el “Compadre” había solicitado una cita a solas con ella a solas, que se preparara… aquellas eran buenas noticias.
VIII
EL INICIO
La hora del desayuno era el momento que Mariana más disfrutaba del día. Le encantaba bajar al comedor y sentarse entre su padre y su madre a quienes saludaba siempre con un beso en la frente. Ellos siempre le sonreían al verla y le recordaban lo bella que era. Mientras comían, su padre le hacía un resúmen de las noticias que él estaba leyendo en el periódico. A su madre no le gustaba mucho la idea, opinaba que no era bueno para una chica tan joven estar escuchando del mal del mundo.
Su padre la llevaba a la escuela un día y a otro su madre, pero, en secreto, ella prefería ir con él porque siempre le contaba cosas muy interesantes, acerca de la ciudad y su fundación, o de eventos históricos del país, al parecer era un hombre muy interesado por la política y la historia. Cuando le tocaba viajar con su madre, no la pasaba mal, pero los temas eran un poco aburridos para ella, siempre hablaban de su futuro como una mujer de sociedad, un pilar de la cultura social de aquella ciudad. Mariana solo contestaba sonriendo, en realidad ella quería viajar lo más pronto posible y, de preferencia, lo más lejos posible.
No era muy popular en la escuela, no tenía una amiga o amigo en especial. Le gustaba ir a clase, convivir lo necesario y volver a casa, encontraba muy gratificante las tardes sola en su cuarto y, cuando su papá volvía del trabajo lo recibía en la sala y juntos veían “El príncipe del rap”, reían bastante con esa serie y a ella le daba mucho gusto ver reír a su padre.
Mariana no conocía a nadie más de su familia, nunca supo de sus abuelos o tíos, en su casa no había fotos familiares, sólo las de ella y sus padres, tampoco salían mucho de viaje, un par de veces habían cruzado la frontera norte para hacer unas compras, les quedaba cerca; pero no era común que dejaran la ciudad.
De cuando en cuando sus padres organizaban reuniones en la casa, pero no la dejaban estar con los invitados, Mariana los observaba desde el segundo piso pero siempre la descubrían y la mandaban a dormir, ella había apodado a los invitados: el hombre pelirrojo, la mujer del perrito, el tipo pinguino y el Señor y la Señora X, entre otros personajes que solían llegar cuando la noche iniciaba y se iban cuando la noche terminaba. Una noche, salió al baño a una hora a la que ella tendría que estar dormida, mientras caminaba, escuchó que su padre discutía con alguien, se asomó discretamente y pudo ver que con quien peleaba era el Señor X, pero no pudo entender qué era lo que sucedía.
Después de esa noche notó que su mamá pasó varios días inquieta, cuando la llevaba a la escuela no platicaba de nada. Lo mismo sucedía con su padre, guardaba un silencio al que ella no estaba acostumbrada, pero al paso de un par de semanas todo volvió a la normalidad y en poco tiempo Mariana olvidó el incidente. Los desayunos y los viajes a la escuela volvieron a ser los mismos de siempre.
Los sábados iba con su padre a una cafetería en el centro de la ciudad, siempre pedía una hamburguesa, una malteada y, de postre, un “banana split”, él se burlaba de ella y le decía que si continuaba con esa dieta engordaría. Después de la comida iban al cine y, antes de volver a casa visitaban una presa de agua en la que su padre le contaba que ahí él había aprendido a nadar. Los domingos iba con su madre a la iglesia. nunca entraban a la misa, solo se paraban en la entrada un rato y luego iban por un café y un helado. Su mamá hablaba mucho menos que su papá, pero también la pasaba bien con ella.
Unos meses antes de su cumpleaños número quince notó que sus padres estaban de nuevo preocupados por algo, volvió el silencio en sus idas a la escuela y su madre se encerraba por horas en su habitación. El último sábado que pasó con su padre fueron a la cafetería y a la salida, en lugar de ir a la presa, fueron al cine. La única película que pudieron encontrar fue “La guerra de los niños”, era una película española protagonizada por un grupo musical de aquel país. No les gustó mucho, pero rieron un rato. A la salida, antes de subir al auto, su padre la detuvo un rato y le dijo que vendrían momentos difíciles, pero que ella era una chica muy inteligente y que podría superar cualquier adversidad. Mariana sonrió y no le dio mucha importancia a eso.
Sucedió un día de clases: Mariana estaba en el salón escuchando a la maestra cuando la mandaron llamar de la dirección, ahí la esperaban dos agentes de la policía que la llevaron a su casa. El lugar estaba lleno de gente y un par de ambulancias estaban estacionadas en la entrada. Antes de que pudiera entrar, una señora que se presentó como trabajadora del Estado, se acercó a ella y le comentó que sus papás habían fallecido. Sin preámbulos ni formalidades la subió a un auto y la llevaron a una oficina en la que un hombre bastante tosco le hizo un resúmen de las cosas de la manera menos empática posible. Le contó que su padre había matado a su madre y luego él se había suicidado.
Mariana estaba suspendida, a su alrededor todo se movía muy rápido. Agentes que pasaban junto a ella como si no existiera, los sonidos de los teléfonos sonando constantemente, gente hablando del suicidio y homicidio de sus padres como si ella no los escuchara y, antes de que la noche llegara, la mujer que se había presentado como trabajadora del Estado se acercó a ella y le dijo que habían ido a recogerla, la tomó de la mano y la llevó a la sala de espera, ahí la esperaban el Señor y la Señora X.
Ulises José García Rodríguez, nacido en Cuernavaca Morelos el 3 de diciembre de 1974. Estudié servicios editoriales con el grupo editorial Versal de 1999 a 2000. Manejé un proyecto editorial llamado TREBUCHET EDITORIAL del 2000 al 2005, he trabajado como asistente en distintos proyectos de edición impresa y digital así como en el transporte de libros en papel a versión Epub. Egresado del Diplomado en creación literaria de la escuela de escritores Ricardo Garibay.