Canción que mi madre nunca escribió

Ulises García

I

Era miércoles por la mañana, estaba nublado y hacía frío. Me serví una taza de café y, mientras bebía con sorbos breves, revisé la maleta que había preparado para el viaje: iría a conocer por primera vez la casa de mi madre y de mi padre; ellos ya habían muerto. Mi madre hacía dos años. Mi padre hacía un par de meses.

Subí a mi auto y mientras se calentaba el motor sintonicé la estación de radio de la universidad, un par de voces conocidas hablaban acerca de la obra que estaban por reproducir.

Me tocó el tráfico habitual de esas horas, veía por las ventanillas a niños y niñas peinados y con uniformes, recordé mis épocas de infancia, a pesar de que me gustaba mucho ir a la escuela, nunca me gustó el tiempo de traslado.

Vivía al sur de la Ciudad de México y la salida no quedaba lejos. A pesar de que me habían recomendado viajar primero a Cuernavaca y que de ahí me dirigiera al pueblo en el que estaba la casa, preferí tomar la carretera libre. Fui escuchando un cuarteto que reconocí al instante: el Número 6 de Bartok, nunca me gustó, pero eso no impedía que lo encontrara interesante.

El viaje no fue largo, duró un par de cigarros y cuatro piezas más. Llegué a mi destino, un pequeño pueblo entre Tres Marías y Cuernavaca, la niebla cubría las copas de los árboles y los tejados de las casas. Recorrí un par de callecitas empedradas y por fin estuve frente a ella. Era una casa de dos pisos construida en una zona en la que no había muchas casas cercanas, la reja de la entrada no tenía candado.

Estuve un rato sentado dentro de mi auto, fumé un cigarro mientras seguía escuchando la misma estación, la recepción se había distorsionado mucho y los vidrios comenzaron a empañarse lo que me dificultaba la vista. Bajé del auto y empujé la reja que rechinó un poco. Mientras me acercaba a la casa podía ver mi aliento.

El jardín estaba mal cuidado, había una pequeña alberca vacía, rodeada de pasto seco y pude ver en un rincón todas las bicicletas que había recibido como regalo durante mi niñez. Estaban oxidadas, llenas de telarañas y polvo. Estuve de pie frente a la alberca, el piso estaba cuarteado. Me acerqué al montón de bicicletas e intenté levantar una, no era tan fácil, estaba atorada con las demás.

Caminé por uno de los costados de la casa, un pasillo estrecho de tabiques cubierto de buganvilias que terminaba en un jardín trasero, ahí había un árbol de mango del que colgaba un columpio hecho de cuerdas y una llanta, tenía un par de fotos de mi madre en ese columpio, recuerdo que se veía feliz con las piernas levantadas y el pelo hacia atrás mientras se columpiaba. Me acerqué y lo mecí un poco. Dos perros de raza indefinida comenzaron a ladrar inquietos desde el fondo del jardín sacándome de mis recuerdos, no parecían amenazantes. Mis tías me habían avisado de ellos y los llamé por sus nombres, eso los calmó un poco y comenzaron a acercarse con la cola entre las patas y el hocico hacia el suelo; pasé un rato sentado en el columpio acariciándolos, ya se habían acostumbrado a mí y ahora retozaban y me lamían las manos. Desde donde me encontraba podía ver a través de un par de ventanas, una daba a la cocina y me permitía distinguir una repisa en la que había botes de distintas cosas, la otra me dejaba ver una mesa y unas sillas. Lloré un poco y seguí acariciando a los perros.

Me acerqué a la casa y me asomé por la ventana de la cocina, había unos cuantos platos sucios en el lavabo. Luego me asomé por la otra ventana, alcancé a ver un montón de libros y hojas llenas de escritos a mano regadas sobre la mesa. Seguí rodeando la construcción, hasta llegar al frente de nuevo. En la terraza de la entrada vi la guitarra de mi padre, estaba muy maltratada y llena de humedad. Según me contaron, ahí la había dejado unas horas antes de que lo llevaran al hospital. La tomé e intenté limpiarla un poco, toqué una por una cada cuerda, todas desafinadas, luego la devolví a donde estaba. Recorrí con la mirada, desde ahí se podía ver todo el patio frontal y parte del camino que llevaba a la entrada. La niebla comenzaba a disiparse. Los perros me habían seguido y estaban echados junto a la puerta.

Saqué el llavero que me habían dado mis tías y fui intentando hasta encontrar la llave indicada. Entré y tomé aire, olía a mi madre y a mi padre. Cerca de la puerta había una silla en la que me senté. Los perros entraron junto a mí y se acomodaron en distintos rincones en los que asumí que se acostaban siempre.

Tardé un rato en levantarme, observaba desde la silla todo lo que me rodeaba. Era una casa desordenada: libros apilados, ropa tirada, varios cuadros recargados en las paredes y los pocos que estaban colgados tenían una capa de polvo que opacaba el color de las obras, un perchero saturado de chamarras, abrigos y sombreros. En una mesa pequeña había unas cuantas fotos de mi infancia. Me levanté y poco a poco me fui adentrando en la casa.

La sala, iluminada por la luz que se filtraba a través de la única ventana, cubierta por una buganvilia desbordada, era un espacio amueblado con tres sillones, en el más grande había muerto mi madre. No me quise sentar ahí, solo me quedé mirándolo, la mesa de centro estaba invadida por ceniceros llenos de colillas, copas y vasos vacíos.

Llegué al lugar en el que estaba la mesa que había visto desde el jardín y comencé a ver las hojas sobre ella, era la letra de mi madre, eran canciones y poemas. Junto a esas hojas estaban todas las plumas que yo le había regalado; desde una que le había comprado la primera vez que fui a “Disneylandia”, hasta una “Mont Blanc” adquirida durante mi estancia en Inglaterra, era a la única a la que le quedaba tinta. La cocina no estaba mejor ordenada, una parte del piso estaba cubierta por botellas de vino paradas una junto a la otra y había unas cajas de cerveza vacías. No tenía estufa y el refrigerador estaba desconectado y abierto. En la barra que separaba al comedor de la cocina estaba lo que yo supuse fue lo último que mi papá leyó, era una semblanza de mi madre, publicada en una revista británica de jazz.

Los escalones que llevaban al primer piso crujieron conforme subía. El final de la escalera era un espacio con tres puertas. Abrí la más cercana a mí, daba un cuarto bien iluminado lleno de bolsas de tiendas de ropa y cajas de electrodomésticos. También había cajas de cds sin abrir y distintos reconocimientos arrumbados en un rincón. Entré al cuarto y comencé a revisar bolsas al azar, algunas tenían prendas sin usar. Otras tenían libros o agendas. Encontré un par de colecciones de películas que aparté del resto, también unas camisas y una chamarra de piel muy parecida a la que había usado la primera vez que vi a mis padres tocar. Despejé la cama que estaba cubierta por cajas y me acosté un rato mientras abría los cds y ojeaba los cuadernillos. Comencé a sentir que me quedaba dormido y mejor me levanté. El cuarto olía a humedad.

Después de esculcar y abrir bolsas decidí que era momento de pasar a la siguiente puerta. Era un cuarto que parecía romper con la realidad de la casa, era demasiado grande y desde afuera no se notaba. Largo, de un lado lleno de espejos, como si fuera un salón de danza. Un piano de cola en el centro, distintos instrumentos distribuidos por todo el lugar y un muro totalmente cubierto por fotos, programas de mano y gafetes de eventos. Años de la vida de mis padres estaba ahí, comencé a ver foto por foto, era la pared más larga del cuarto, algunas tenían cierto sentido en mis recuerdos y otras eran ajenas. Había fotos que me sacaban sonrisas, otras tenía que verlas un rato tratando de descifrar qué había sucedido. Los rostros de mi madre y padre eran inolvidables, siempre destacaban entre la gente. Tomé una guitarra que estaba recargada cerca de mí, no tardé mucho en afinarla y mientras continuaba mi recorrido comencé a tocar un poco. Nada en especial. Los perros entraron al estudio y comenzaron a restregarse contra mis piernas mientras yo seguía tocando. De una u otra forma llegué a la canción que más veces toqué con mis padres “Fly me to the moon”, seguía recorriendo las fotos, fijaba mi mirada en una, luego en otra, regresaba a la primera, buscaba líneas de tiempo, me inventaba juegos de encontrar elementos definidos en cada foto, reconocí las fotos sacadas en el cuarto en el que yo estaba, incluso pude reconocer a los perros en unas cuantas. Busqué la foto del primer concierto en el que los vi, pero no la encontré.

Yo sentía que llevaba horas en el estudio de mis padres, ahora estaba sentado al piano tocando una serie de acordes escritos con la caligrafía de mi madre, se escuchaban bien. Me acomodé en el banco, el piano estaba limpio, no tenía polvo por ningún lado. Comencé a tocar esos acordes con mayor concentración y escuchando. A los pocos minutos de repetirlos me di cuenta de que ya la había escuchado, estaba seguro. Me distrajeron los perros que súbitamente se levantaron de donde estaban echados y corrieron hacia afuera del estudio. Me asomé al pasillo y me encontré de frente con una mujer como de mi edad que estaba de pie sin moverse y llorando. No logré reconocerla. La saludé y me abrazó con fuerza, seguía llorando. Tomó aire y se recuperó un poco, me dijo que había ido a alimentar a los perros y que vio mi auto, pero no se esperaba escuchar que estuviera tocando esas armonías. Me llevó de vuelta al piano y me pidió que continuara.

II

Desde que yo era muy pequeño se encargaron de mí tres tías abuelas: Ruth y Berenice, eran las dos mayores, siempre estaban juntas, incluso compartían habitación. Irene, era la más joven de las tres y la que generalmente se encargaba de los negocios familiares. Mi madre y mi padre me visitaban una vez a la semana y era raro que faltaran. Siempre llegaban los viernes por la tarde o los sábados por la mañana y se iban el domingo o el lunes, eran fines de semana muy amenos. La comida era abundante, yo era el centro de toda la atención y siempre había un momento en el que mi madre y mi padre tocaban y cantaban. Me gustaba mucho ver a la familia durante esos momentos.

Mi infancia no fue muy distinta a la de muchas personas. Mis tías me habían inscrito a una escuela bastante buena, hice amistades, me festejaron cumpleaños con fiestas llenas de niños y niñas corriendo por el jardín; la vida era rutinaria y estable.

Una de las pocas veces que mis padres se ausentaron más de tres semanas fue durante los días siguientes al temblor de 1985, recuerdo que mis tías no pudieron disimular su nerviosismo y desaparecían por horas durante el día; muchos años después me enteré de que salían a buscarlos en hospitales y morgues, al mismo tiempo que llevaban víveres a los campamentos de quienes habían perdido sus casas. Fueron días en los que tuve miedo pero me distraía manejando mi bicicleta en el jardín o nadando. Doña Eva y don Josué, un matrimonio que había trabajado con la familia durante años, intentaban distraerme, pero solo lograban confundirme y preocuparme con su exceso de atención.

Mis padres aparecieron unos días antes de la navidad, al parecer habían quedado incomunicados por los daños del temblor, fue cuando supe que vivían en Morelos, en algún pueblo cerca de la ciudad de Cuernavaca. En un principio mis tías les reclamaron la falta de comunicación y se podía notar su enojo, pero poco a poco se fueron alegrando y en pocas horas aquel fin de semana se volvió un momento alegre, mi mamá cantó mucho y ese día sentí que la atención que me ponía mi padre era algo que no quería perder nunca.

La casa de mis tías era grande y entre sus pasillos y habitaciones se generaban corrientes de aire que la enfriaban. Dos pisos y un jardín amplio, libreros, cuadros y ventanales cubiertos por cortinas pesadas que se mantenían cerradas. Era un lugar silencioso y el ruido que se llegaba a escuchar creaba un poco de eco. Al fondo del jardín, en una casa anexa vivían doña Eva y don Josué. Ellos me tenían mucho cariño y en más de una ocasión se ganaron el reclamo de alguna de mis tías por esconder o solapar “travesuras” que yo hacía. El único lugar que estaba restringido para mí era el sótano, mis tías me habían advertido que no entrara ahí porque no era un lugar para estar jugando. En alguna ocasión, tomé el llavero de doña Eva, abrí la puerta de aquel lugar y me metí. El techo era bajo y, aún con la luz encendida, la iluminación era mala. Estaba lleno de muebles y maletas muy bien acomodados, cubiertos de sábanas para protegerlos del polvo. Encontré entre las cosas una colección de libros de historia, la mayoría de la Segunda guerra mundial y comencé a ojearlos. En algún momento volteé y me di cuenta de que mis tías Ruth y Berenice me miraban con molestia. Me sacaron del lugar y regañaron a doña Eva por su descuido. Al otro día, al volver de la escuela, todos los libros que estaba ojeando se encontraban sobre mi cama. Pasé toda la tarde acomodándolos en mis libreros.

A la familia de mi mamá la conocí muy poco, vivían lejos y vinieron de visita pocas veces, mis tías los hospedaban con amabilidad y recuerdo que tenían una relación cordial. Mis abuelos maternos eran amables y respetuosos conmigo pero con mis padres eran muy impacientes y la condescendencia les duraba poco. Todas las veces que nos visitaron terminaron con mi abuela llorando mientras se despedía de mí diciéndome que no era mi culpa y que me amaban.

Los padres de mi padre solo eran una referencia. Sabía que mi abuelo era el hermano menor de mis tías, el único varón. Se había casado con la hija de un banquero gringo con la que se fue a vivir a Nueva York. Durante su estancia allá, se dedicó a incrementar la riqueza de su suegro y tuvo a mi papá, su único hijo y cuando éste cumplió doce años, mi abuelo desapareció y no se volvió a saber de él. No robó nada del banco, no tenía deudas, no se le conocían enemigos, solo desapareció y mi abuela educó a mi padre hasta que falleció unos años antes de que yo naciera. Mis tías se expresaban muy bien de ella y de mi abuelo evitaban hablar.

Cuando cumplí doce años mis tías me llevaron de viaje por Europa, fue un viaje largo y recorrimos varios lugares, ellas no tenían ganas de tomar los tours diseñados para turistas y prefirieron ser ellas las guías. Todas habían viajado antes por el continente y tenían amistades en distintos puntos de interés. Recuerdo que las dos cosas que más me llamaron la atención fueron el muro de Berlín (que caería poco tiempo después) y escuchar la sinfonía 40 de Mozart en la Berliner Philharmonie. Un viaje pensado para un mes y medio terminó durando tres. Ese fue el primer periodo largo que pasé sin ver a mis padres, pero de todos modos logré hacer muchas llamadas telefónicas que ellos respondían con agrado.

A nuestro regreso del viaje mis tías descubrieron que durante su ausencia se había perdido una cantidad de dinero en efectivo que ellas guardaban en casa. Juntaron a todas las personas de confianza que entre lágrimas y juramentos probaron que no eran culpables. Unos días después, mientras buscaba algo bajo la cama, encontré una pulsera que era de mi madre, me la puse, yo se la había regalado un par de años atrás y pensé en devolvérsela la próxima vez que la viera. Cuando llegó la hora de la cena, doña Eva, que siempre subía a avisarme, se sorprendió mucho al ver la pulsera y con voz baja y conmocionada me pidió que la escondiera y que nunca le dijera a mis tías que la había encontrado. También me pidió con insistencia que se la devolviera a mi madre cuando no estuvieran ellas.

Pasaron dos años que no fueron muy destacados. Ir a la escuela, ver a mi madre y a mi padre cada fin de semana, vacaciones en distintos destinos nacionales y, casi sin darme cuenta comencé a tocar el piano y la guitarra. En mi cumpleaños catorce, mis tías me avisaron que mi regalo sería muy especial, que ese año no haríamos la fiesta acostumbrada. Cuando volví de la escuela, sobre mi cama estaba una chamarra de piel negra, una camisa blanca y unos jeans azules nuevos. Me vestí con esas prendas y estuve esperando la hora del regalo. Mis tías pasaron por mí. Después de un recorrido algo tedioso en auto, llegamos a un auditorio rodeado de gente esperando a entrar. El chofer de nuestro auto dio la vuelta y entró a un estacionamiento que estaba vacío, ahí nos esperaba una chica que saludó a mis tías con mucho cariño y luego nos pidió que la siguiéramos, nos guió por varios pasillos hasta llegar a un salón lleno de gente y ruido. Una de mis tías me llevó de la mano hasta que llegamos a un camerino en el que estaban mis padres. Nunca los había visto así, vestidos con ropa muy llamativa, parecían disfrazados. Al verme dejaron la plática en la que estaban y me saludaron con entusiasmo, luego de agradecer a mis tías por llevarme, me presentaron con todas las personas del camerino.

No podría negar, incluso ahora, que mi interés por la música terminó de concretarse esa noche, nunca había visto a mis padres tocar en público. Eran los invitados especiales de una banda de jazz que venía de Alemania. Durante la hora y minutos que duró el concierto no dije nada, solo escuchaba y veía como mi madre cantaba con una voz que jamás pensé que tuviera y mi padre tocaba la guitarra con agilidad y pasión. Al terminar el concierto, mi madre me mandó un saludo especial y el público me aplaudió, como no supe qué hacer, lloré.

Mi familia reaccionó con entusiasmo ante mi interés por la música y en poco tiempo estaba tomando distintas clases particulares que fueron dándole forma a mi carrera. En un principio, todas las lecciones las recibí de amistades de mis padres, que me trataban con camaradería y con quienes más tarde compartí escenario. A partir de mis inicios en la música comencé convivir más con mi madre y mi padre, a mis tías parecía agradarles es situación

Una navidad, mis tías organizaron una reunión a la que invitaron a mucha familia que yo no conocía o había visto muy poco, además de la reunión, decidieron que sería mi primer recital en público y mis padres me acompañarían. Parecía una idea divertida. Los ensayos con mi madre y mi padre fueron serios y comprometidos, a un mes de la presentación habíamos logrado un repertorio de canciones navideñas y algunos arreglos de jazz. Mis tías mandaron abrir el salón de la casa y lo arreglaron para la ocasión. Una semana antes, mis padres me regalaron mi primera guitarra eléctrica profesional: había sido de uno de los primeros maestros de mi padre, una leyenda del blues francés y un buen amigo de mi papá. Era una guitarra elegante de color vino.

La fiesta fue concurrida, llegaron primas, primos, tíos, tías y amistades diversas. Mis abuelos maternos se disculparon por no poder ir. Antes de nuestro número, la familia tuvo un par de horas para convivir. Mis tíos saludaban a mi papá y a mi mamá con gusto y se sacaban fotos con ellos. Yo conocí a una prima y a un primo que eran gemelos, no eran primos hermanos míos pero también tocaban música y platicar con ellos me distrajo hasta que mis padres me llamaron para que nos presentáramos. Mis primos me hicieron comentarios de apoyo y sonreían mientras me acompañaban al escenario improvisado para esa noche. Nuestro acto fue muy bien recibido, se sacaron fotos y un par de tíos incluso tomaron videos con sus enormes cámaras VHS. Había risas y peticiones de encore. Mis tías bebían vino y nos aplaudían como si estuvieran en la ópera. Mis padres se quedaron un par de horas más, pero mi madre comenzó a sentirse mal y ambos se fueron. El resto de la noche la pasé platicando con mis primos y se nos permitió tomar media copa de vino. Al final de la noche, me despedí de mi primo con un abrazo y mi prima se despidió de mí con un ligero beso en los labios que hizo arder mi rostro.

La amistad con mi primo fue volviéndose más frecuente y eso parecía agradarle a mis tías, mi prima ensayaba con nosotros de cuando en cuando, y en poco tiempo habíamos logrado armar un trío que sonaba interesante; uno de mis maestros, que era dueño de un restaurante, nos escuchó y le comentó a mis tías en el que podríamos tocar los domingos. A ellas la idea les pareció buena y durante unos meses fuimos el grupo que amenizaba los domingos. Mis padres solo fueron una vez a vernos. En ese momento tenían un serie de grabaciones y su tiempo era limitado. El grupo con mis primos duró poco, a finales del siguiente verano mis padres me consiguieron un curso en Texas y, aunque prometimos retomar el proyecto una vez que regresara, nunca sucedió. Pero eso no afectó mi amistad con ellos y nuestra cercanía se mantuvo. Antes de irme al curso, mi madre y mi padre me llevaron a cenar al lugar de un amigo de ellos. Fue de las primeras veces que salíamos sin mis tías. Mi madre se veía un poco agotada, pero cada vez que me descubría observándola me hacía algún gesto chusco y se reía.

En un momento que mi padre fue al baño, ella me tomó de la mano y me dijo que siempre estuviera de lado de mis tías, sin importar lo que pasara. Pude ver que tenía un vendaje en el brazo, pero se lo cubrió y me dijo que uno de sus perros la había mordido jugando. Casi al terminar, el dueño del lugar les ofreció el escenario, pero mi madre se veía cada vez más mal y se excusó con pena. Me llevaron a casa de mis tías.

Una noche, después de ir al cine con mi primo, encontré que mis padres estaban en la sala con mis tías, no era un día habitual de visita. Mis padres me saludaron con gusto y me pidieron que los dejara seguir platicando. Pude notar que mi madre había llorado. Subí a mi habitación y estuve tocando un poco mientras veía algo en la televisión. Me quedé dormido antes de que se fueran mis padres y no quisieron despertarme para despedirse. Al otro día, mientras desayunábamos, la más joven de mis tías me dijo que iríamos de vacaciones a la playa solo ella y yo, que sería parte de mi regalo de cumpleaños diecisiete.

Mis tías eran copropietarias de un hotel en la zona del Caribe, cerca de Cancún. Era un lugar al que yo nunca había ido y al que, generalmente, solo iba mi tía Irene a hacer cuentas y supervisar su parte del negocio. Ahí pasaríamos las vacaciones. Cuando llegamos al aeropuerto nos esperaban un chofer y una asistente que saludó a mi tía con mucha reverencia mientras que el chofer tomó nuestras maletas y las acomodó en la parte trasera del vehículo. Yo ya había conocido algunas playas, pero no en esa zona y mientras avanzábamos sobre la avenida principal pude observar la cantidad de maquinaria que se utilizaba en la construcción de edificios. El azul del mar era difícil de ignorar.

El hotel al que llegamos era de menor tamaño que los que lo rodeaban, pero se podía distinguir que no era un lugar barato. Pasamos frente a la recepción, las personas que trabajaban ahí volteaban a vernos.

El viaje a la playa estaba planeado para durar diez días, los primeros cuatro los dedicamos a nadar y recorrer sitios de interés, mi tía disfrutaba mucho beber y comer. También le gustaba bailar, pero yo no era el tipo de pareja que ella quería así que la vi bailar con varios de los huéspedes del lugar. El quinto día me dijo que cenaríamos en el balcón de la suite que ocupábamos. Pusieron una mesa y un par de meseros nos atenderían. Comimos un poco y, como en cada ocasión especial, se me permitió beber una copa de vino. Cuando estábamos por terminar, mi tía me miró a los ojos y con una sonrisa me dijo que había cosas que era momento de las que yo me enterara:

Mis padres no eran aptos para cuidarme. A los pocos meses de haber nacido estuve a punto de sufrir un accidente muy grave por un descuido de ellos y mis tías habían decidido encargarse de mí y apoyarlos con algo de dinero. Ganaban más o menos bien de sus conciertos, pero su modo de vida no era barato.

El padre de mi padre no estaba desaparecido, se había enamorado de una aeromoza francesa y había escapado con ella. Murió poco después de su escape pero a tiempo de dejarle a ella algo de dinero.

Mis abuelos maternos estaban totalmente dispuestos a recibirme en su casa en Baja California, pero tenían decidido no volver a ver a mi madre ni a viajar a la ciudad.

Por último, mi tía Ruth y mi tía Berencie en realidad eran pareja, lo habían sido durante años.

Tomó un trago de su copa de vino y le pidió al mesero que le trajera tequila y cerveza. Después de que yo quedé en silencio un rato, me miró a los ojos y sonrió, me dijo que todo estaba bien y que no fingiera, que estaba segura de que yo ya sospechaba de algunas de esas cosas. Fue a mi lugar y me abrazó, y con mucho cariño, me dijo que no había nada por qué sentirse mal. Después pidió que prepararan la camioneta porque iríamos a bailar.

Durante el vuelo de regreso a la ciudad, no podía dejar de ver por la ventana, no se me ocurría de qué hablar. Mi tía me recordó que todo seguiría igual. Después de esas vacaciones, al final del verano, entré a la escuela de música, tanto mis padres como mis maestros consideraron que era lo mejor. La escuela era una construcción de tabique rojo con un estilo indefinido, las escaleras eran de madera y crujían al paso de la gente. Mis padres me acompañaron a mi primer día de clases pero prefirieron quedarse en el auto, mientras me acercaba a la entrada me hacían señas de apoyo de festejo.

Tal vez porque estaba iniciando mis estudios musicales, tal vez porque los años pasaban, a lo mejor por algún tipo de vergüenza social, pero mis padres comenzaron a hacer intentos para rehabilitarse, fueron momentos en los que dejé de verlos por meses. fui a visitarlos en un par de sus retiros, pero me pedían que no lo hiciera. Mis tías pagaban esos intentos y no hablaban del tema. Yo ya estaba en clases y comencé a tener amistades e invitaciones a proyectos que duraban poco. Era común que mis compañeros y compañeras, cuando lograban cierto grado de confianza, me preguntaran por mis padres, lo hacían con cautela pero insistían en respuestas claras, la mayoría de las veces mis respuestas eran chistes que los dejaban con dudas, a veces les contestaba con la verdad.

Cuando cumplí veinte años la casa de mis tías se transformó en algo parecido a un carnaval: abrieron de nuevo el salón principal y lo llenaron de mesas, el patio fue iluminado y montaron una tarima para bailar, junto con un escenario de muy buen tamaño y, sin duda, fue la fiesta más grande con la que se festejó mi cumpleaños.

Llegaron más de las amistades que hubiera esperado, la mayoría porque querían conocer a mis padres, así que quedaron sumamente complacidas cuando vieron a mi madre cantar acompañada de mi padre. De lado de la familia llegó mucha gente y recibí una llamada telefónica de mis abuelos maternos que, como cada año, me reafirmaban su cariño y sus puertas abiertas cada que yo quisiera ir a visitarlos.

Al final de la noche mi padre se despidió de mí y me dejó un rato a solas con mi madre que, con lágrimas en los ojos me dijo que siempre sería un hijo amado. Que pasara lo que pasara nunca me sintiera responsable de lo que ella y mi padre hicieran de su vida. Me dio un beso en la mejilla y me pidió que me siguiera divirtiendo en mi fiesta. Mis tías bailaban y el escenario estaba tomado por varias amigas que cantaban mientras bebían.

En algún momento de la noche, mi prima y mi primo me pidieron que tocáramos algo, pero no estaba muy inspirado así que mejor nos pusimos a beber hasta que perdimos la memoria. Fue la primera borrachera que me puse en la vida. Pero la compañía era muy buena.

III

La amiga de mis padres se llamaba Teresa. Me contó que no llevaba más de cuatro años de conocer a mi madre y tres de conocer a mi padre: Fue hacia una de las paredes y como si conociera ese lugar abrió uno de los espejos que resultó ser un pequeño bar, Sacó una botella de tequila y un par de cigarros sin filtro; después de darle un trago me ofreció, no dije que no.

Continuamos tocando mientras bebíamos. Ella me contó que esa canción era la única canción que mi madre le había intentado componer a mi padre, pero nunca la terminó porque, a ellos dos, no les gustaba dedicarse canciones. Poco antes de morir, mi madre había sentido la curiosidad de terminarla. Buscamos entre todas las partituras que estaban sobre el piano y fuimos separando las que creíamos que eran apuntes para esa pieza. Comenzó a sonar el teléfono. Yo ni siquiera pensé que hubiera uno. Teresa se fue y lo contestó como si fuera su casa. Por lo que pude entender, quien fuera que llamara sabía que ella estaba ahí, sin consultarlo conmigo, explicó que yo también estaba ahí, que estábamos tocando, y que no estaría de más que nos fuera a visitar. Colgó y me pidió que siguiéramos.

Un rato después, sin tocar la puerta, entró al estudio un hombre al que Teresa saludó con cariño. Se llamaba Bruno y era bajista. Yo no lo reconocí, pero él sí me reconoció. Dejó su bajo en el piso y me abrazó, no dijo nada. Sacó de su morral un par de botellas de ron y otras de Coca-Cola, y después de preparar un trago para cada quién, nos pidió que le mostráramos lo que estábamos haciendo; encendimos tres cigarros. Ella tomó la palabra y comenzó a explicar una serie de cosas que yo no había acordado en ningún momento. Él balanceaba la cabeza asintiendo a todo y comenzó a tocar un poco. Teresa me dió un ligero golpe en el hombro y retomé el tema que llevábamos armado. Escuchar todo lo que habíamos hecho, ahora acompañado por Bruno, me hizo decidir que era momento de comenzar de cero.

En un momento en el que intercambiábamos ideas, el teléfono volvió a sonar. Esta vez Bruno respondió. Teresa seguía explicándome lo que ella comprendía de esa canción. Pude escuchar que nuestro compañero de ensayo platicaba afectuosamente con alguien a quien, sin consultarme, invitó: “Estamos haciendo algo, vente”. En un principio creí que ya era tarde, pero en realidad no. No pasaban de las cuatro de la tarde.

Eran alrededor de las cinco de la tarde, cuando escuchamos que alguien gritaba desde el jardín, eran una baterista y su padre, un trompetista que había sido de mis primeros maestros, nos saludamos con un abrazo largo, se llamaban Marcia y Esteban, ambos habían llegado por la invitación de Bruno, pero era claro que aquél lugar era un segundo hogar para ellos.

Seguimos trabajando sobre lo mismo mientras nos miraban con atención, Marcia se acomodó en la batería que estaba en una esquina del estudio y Esteban sacó su trompeta y ajustó la boquilla.

El alcohol no faltaba, tampoco faltaron las anécdotas de mis padres, historias que yo jamás había conocido: me enteré que mi madre había ido a sacar a mi padre de alguna delegación policial en Francia; que de manera voluntaria y sin cobrar absolutamente nada, habían acompañado a una pequeña banda de Jazz en España que tiempo después se volvió bastante famosa. En algún momento lloramos, pero Teresa, que había asumido la dirección, nos pidió volver a la pieza.

Teresa contó hasta cuatro y comenzamos a tocar, para ese momento ya teníamos un piano, una trompeta, bajo, batería, guitarra y un público conformado por cinco personas, todas ellas invitadas por Teresa y Bruno. Desde mi lugar al piano reconocí a muchas y me reconocían a mí, pero no recordaba todos sus nombres. La pieza había tomado algo de forma y había un consenso acerca de que así sería como mi madre la hubiera compuesto.

El teléfono continuaba sonando, ahora era atendido por una amiga de mis padres a la que yo sí recordaba bien; pero por estar al piano no la había podido saludar como se merecía. Ella solo me hacía señas de que no me preocupara y siguiera tocando. Era una actriz que siempre admiró la voz de mi madre. Yo solo alcanzaba a escuchar como narraba lo que estaba sucediendo ahí y sugería, a quien fuera que se encontraba al otro lado de la línea, que se presentara al estudio. Continuamos tocando.

Decidimos tomar un descanso. Para ese momento, el estudio se encontraba lleno de amistades de mi madre y mi padre, que habían ido llegando poco a poco y que se veían bastante cómodas y familiarizadas con el lugar. Fui de persona en persona, a algunas las conocía y a otras no, pero todas me abrazaban y me daban palabras de apoyo o me compartían alguna anécdota de un pasado paralelo al mío. Era un grupo que parecía más una familia que un círculo social. Teresa me hizo señas desde el piano y me acerqué. Según ella, era momento de presentar lo que habíamos avanzado hasta ese momento.

Antes de iniciar lo que sería la primera versión terminada de la canción incompleta que mi madre jamás le había compuesto a mi padre, toda la concurrencia me pidió unas palabras. Me puse de pie y después de advertir que lloraría, comencé mis palabras. No fueron largas ni profundas, afortunadamente, cuando comencé a llorar, la mayoría de los presentes también. Mencioné a mis tías, a mi madre, a mi padre y a quienes estaban ahí presentes y que me habían dado clases durante mi formación musical. Sonreí, levanté mi vaso para brindar al unísono y presenté la primera versión de la pieza que acabábamos de armar.

Teresa contó hasta cuatro y comenzamos: Bajo solo, la voz de Teresa, guitarra eléctrica, batería, piano, la voz de Teresa, metales y coros al unísono de todo lo demás, la voz de Teresa, un pequeño solo de flauta, respuestas del resto de la banda, más coros y la voz de Teresa, participaciones de quienes nos escuchaban, repetimos todo un par de veces y finalizamos. Aplaudimos, hubo abrazos, lloramos. Seis años después, más o menos, habíamos tocado por primera vez la canción que mi madre nunca escribió.

La gente entraba y salía, personas se despedían con promesas de vernos pronto y trabajar en uno u otro proyecto. A pesar de que el tema seguía siendo nuestro estreno involuntario, los instrumentos ya habían sido ocupados por nuevas manos y se podían escuchar distintos intentos por interpretar temas clásicos. Teresa no dejaba de hablarme y yo tenía la mirada fija en la puerta del cuarto de mis padres, aún no entraba ahí.

En un descuido de Teresa, me alejé del grupo y salí de la casa, me alejé lo suficiente como para poder verla toda y escuchar a quienes estaban dentro, encendí un cigarro y tomé aire. Me interrumpió la voz de Jacinto, él se presentaba como Jazzinto y era de los pocos maestros con los que seguía llevando una relación cercana, de cuando en cuando tocábamos juntos. Me abrazó y no dijo nada, solo me pidió un cigarro para él. Nos quedamos viendo la noche y escuchando lo que sucedía.

La fiesta se había fragmentado, pero no parecía disminuir de tamaño, la casa estaba totalmente ocupada. Entré acompañado de Jacinto y fui recibiendo comentarios de apoyo y pésame otra vez. Teresa apareció frente a mi sonriendo y me tomó de la mano, me llevó al comedor y me mostró que había tomado todas las hojas y plumas que estaban en la mesa y las había metido en un sobre de color Manila que me entregó para que no se perdiera nada. Luego fuimos a la cocina y me presentó a un grupo de personas que definitivamente no conocía y comencé a platicar con ellos acerca de mi infancia con mis padres. En algún momento me enteré que eran del equipo editorial de la revista que había publicado la última semblanza de mi madre, me regalaron un sobre con varias fotos tomadas ese día pero que no habían sido seleccionadas para la publicación. La escritora me platicó acerca de las cinco veces que la había visitado en esa casa. Yo no la había leído. Nunca me gustó leer lo que se publicaba acerca de mis padres.

El grupo se retiró y ahora me encontraba platicando con el grupo de la gente más joven de la fiesta, la mayoría se dedicaban a la música, pero había un par de poetas y escritoras. Yo estaba entre la generación de sus padres y la suya, algunos me preguntaban acerca de mis conciertos o de la experiencia que había sido ser alumno de sus padres o madres. Mis historias y experiencias parecían gustarles mucho y mis chistes los hacían reír. Teresa me miraba desde otro grupo y me sonreía.

Habíamos comenzado a tocar de nuevo, ahora estábamos en el jardín trasero y yo me balanceaba ligeramente en el columpio mientras tocaba la guitarra. Teresa cantaba y nos acompañaba un flautista. Un grupo intentaba prender una fogata pero las lluvias recientes habían dejado toda la madera húmeda y les costaba trabajo. La luna se alcanzaba a ver entre las nubes y no se escuchaban ruidos urbanos. Olía a hierba fresca.

Teresa me tomó de la mano y me llevó a unas escaleras de metal que yo no había visto que llevaban a la azotea. Estaba arreglada con una pequeña palapa y sillones, me llevó a la orilla y desde ahí pudimos ver gran parte de la ciudad, las nubes se habían adelgazado hasta dejar casi al descubierto la luna. Me comenzó a platicar cómo había conocido a mis padres, no llevaba mucho tiempo de ser su amiga. Ella vivía cerca y comenzó a acercarse a ellos porque los escuchaba ensayar, un día tuvo la confianza de tocar a la puerta y le contó a mi madre que quería cantar con ellos. A mis padres les causó mucha gracia la impertinencia y la dejaron integrarse a sus ensayos. Con ellos, Teresa, fue aprendiendo a cantar y a tocar un poco la guitarra. Me contó que mi mamá siempre hablaba de mí y me mostraba todas las fotos en las que salía yo. Siempre quisieron presentarnos, pero nunca sucedió.

IV

Pasé tres años en Inglaterra. La mayor parte de mi tiempo se iba en clases y en distintos trabajos que intenté mantener a pesar de que no los necesitaba. Mis tías eran dueñas de un pequeño departamento en una zona algo alejada de mi escuela y eso me ahorraba una buena cantidad de dinero. Más adelante, me hice de un poco de dinero extra rentando el cuarto que sobraba. Fueron años en los que vi poco a mi familia. Me visitaron dos o tres veces, pero era más común que yo viajara a México a visitarlos.

Durante mi segundo año, conocí a una pintora marroquí con la que viajé por varios lugares de su país, durante un mes recorrimos pueblos y carreteras. Ella me contaba la historia de cada lugar que visitábamos. Pasamos casi medio año juntos, conoció a mis padres e hizo buena relación con ambos y unos días antes de que le propusiera que hiciéramos más formal nuestra relación, me informó que se casaría con un escritor al que conocía de unos años antes. Me agradeció mucho el tiempo juntos y se despidió.

Cuando volví a México ya no llegué a casa de mis tías, ellas habían comprado un departamento que sería para mí, no era muy grande pero estaba en una zona privilegiada de la ciudad, me gustaban mucho sus calles pequeñas, parques, cafés en las banquetas y una librería de ventanas amplias y pisos de madera. En un principio, mis tías me visitaban una o dos veces a la semana, pero en poco tiempo dejaron de hacerlo, siempre prefirieron que nos viéramos en su casa. También mis padres fueron unas cuantas veces, pero nunca se abandonaron los domingos de comer toda la familia junta.

Mis padres estuvieron fuera del país unos meses en una gira por el sur de Estados Unidos en la que les había ido bien y cuando volvieron me propusieron que hiciéramos una pequeña réplica en una serie de hoteles de la riviera maya. Acepté y comencé a organizar mi agenda. Unos días después, durante una comida con mis tías, mi tía Irene, como vocera de las tres, me comentó que no estaban muy seguras de que fuera buena idea que tocara con mis padres, sobre todo en una gira como ellos proponían. Yo les expliqué que mi edad ya era la suficiente como para convivir más con mis padres y que tendría cuidado. Mis tías se voltearon a ver entre ellas, Irene me dijo que no me estaban prohibiendo nada, que solo pensaban que aquello no era buena idea.

Los ensayos fueron cordiales y divertidos. No nos tomó mucho tiempo lograr un repertorio eficaz e interesante. Una amiga mía que tenía buena experiencia como mánager me ayudó con las fechas y locaciones. Mi tía Irene me visitó de manera imprevista unos días antes de que partiéramos a la gira, sacó una botella de tequila que yo tenía guardada en la barra y se sentó a platicar conmigo. Me planteó que entendía mi deseo por tocar con mis padres y le parecía que no era mala idea en sí, pero le preocupaba que algo fuera a salir mal y que por culpa de ellos yo quedara mal. Su opinión final fue que yo tratara de controlar todo y que no me sintiera mal si esto no resultaba como esperaba. Breve como todas sus pláticas, terminó haciendo bromas acerca de lo ordenado que yo mantenía mi departamento, lo consideraba un poco antinatural

La gira comenzó en Cancún y decidimos que yo me quedaría en un cuarto del hotel de mis tías, ellos escogieron una cabaña en otro lugar. Nuestra primera noche fue concurrida y fue evidente que habíamos causado buena impresión. Al terminar el concierto invité a mis padres a cenar algo pero prefirieron irse a su cabaña. Antes de irme a mi hotel decidí recorrer la playa. El paisaje había cambiado desde la vez que había venido con mi tía, lugares nuevos, más gente y una iluminación que opacaba las estrellas.

Después de nuestra tercera presentación habíamos tenido que modificar un par de fechas, los organizadores y nuestra mánager no esperaban que fuéramos a ser tan solicitados así que movieron fechas para presentarnos en cinco conciertos que no esperábamos. Incluso mis tías nos fueron a ver una noche. Comenzamos a ganar una buena cantidad de dinero y yo me refugiaba en la mánager a la hora de explicarles a mis padres por qué la repartición del dinero. Ellos aceptaban pero siempre solicitaban un poco más de lo que se repartía.

En dos meses nos habíamos presentado unas diez veces. La noche después de la décima presentación me llamaron a mi cuarto de hotel. Era la recepción del lugar en el que se estaban quedando mis padres, la persona que me llamaba trataba de sonar tranquila y cordial pero no lo estaba logrando y me solicitó que me presentara lo antes posible y que me daría una gracia de treinta minutos antes de hablar con las autoridades. Cuando llegué, el gerente, que era con quien había hablado por teléfono, me esperaba en la entrada acompañado por un guardia de seguridad. Se dirigió a mí con la mayor propiedad posible y mientras me guiaba me pedía que por favor lo disculpara por lo ocurrido pero que no había quedado otra opción, a lo lejos pude distinguir que mi madre gritaba amenazando a alguien.

Mi padre estaba tirado en el suelo con la nariz sangrando, mi madre golpeaba el pecho de otro guardia de seguridad y lo amenazaba con demandas. Un poco más alejado, se encontraba un hombre al que estaban deteniendo y que gritaba en inglés insultos que eran para mi padre y mi madre. El gerente me contó que mis padres habían organizado una fiesta con más invitados de los que el hotel permitía y que cuando aquel hombre fue a pedir que por favor terminaran con su escándalo, mi padre lo atacó con una botella y todo terminó mal. Discretamente me entregó una bolsa de plástico, yo no pude distinguir que había dentro. Me dijo que por el cariño que la comunidad hotelera le tenía a mis tías no procederían de forma legal, pero yo tenía que llevarme a mis padres en ese mismo instante. Luego podría venir por sus cosas.

Me dirigí al hospital más cercano, mi madre comenzó a decir algo pero no lo terminó, llegamos en silencio, llevé a mi padre a la recepción, no había mucha gente así que lo ingresaron pronto. La doctora de guardia me preguntó qué era lo que había consumido, no supe qué decirle, mi papá le dijo todo lo que necesitaba saber y comenzaron a curarlo. Salí a ver a mi madre, estaba recargada en el auto fumando, cuando me vio miró hacia el suelo. Le entregué la bolsa que me había dado el gerente, le di todo el dinero en efectivo que tenía y le dije que nos veríamos al otro día. Ella no dejó de mirar hacia abajo, tampoco me respondió.

Por la mañana mi madre me avisó donde se estaban hospedando y quedé de verlos en el restaurante de ese lugar. Cuando llegué ya estaban en una de las mesas, bebían cerveza y mi padre tenía la cara hinchada. Besé a mi madre en la mejilla y abracé con delicadeza a mi padre haciéndole un poco de burla, ambos sonrieron un poco y pedimos algo de desayunar. Al final del desayuno les pregunté si querían continuar con los conciertos, ellos prefirieron regresar a la ciudad. Al otro día los llevé al aeropuerto y nos despedimos con un abrazo entre los tres. Antes de que se fueran tomé a mi madre y le di un cheque por lo que les correspondía de los conciertos y me dijo que lo guardara, que después haríamos cuentas.

Mis primos aceptaron sustituir a mis padres, en dos días ya estaban en Cancún y no fueron necesarios muchos ensayos para dominar el repertorio. Mi prima había desarrollado una voz con gran presencia y mi primo se había vuelto un excelente pianista. Desde nuestra primera presentación nos acoplamos bien. Fuimos cubriendo los lugares que se habían programado y resultó una especie de vacaciones pagadas.

La gira continuó y concluyó con mejores resultados de los que esperaba. Las últimas tres noches recorrimos la mayor cantidad de bares y restaurantes que pudimos y gastamos una buena cantidad de dinero en ese recorrido. Hacía tiempo que no platicábamos tanto y nos pusimos al corriente de varias cosas. Nos pareció gracioso que cada vez que nos veíamos aquello terminaba en borrachera.

V

Teresa y yo nos besábamos, no nos abrazamos, solo nuestras bocas se tocaban. Se separó de mí, sonrió y me llevó de vuelta a la fiesta. La música había comenzado de nuevo en el estudio y querían que nos uniéramos Teresa y yo para interpretar de nuevo la canción que mi madre nunca le había compuesto a mi padre. Nos acomodamos y Teresa contó hasta cuatro.

Eran las cuatro de la mañana cuando pude notar que la gente comenzaba a irse. Todas las personas se despedían de mí antes de partir y nos prometíamos trabajar en algo. En poco tiempo solo quedaban los amigos más cercanos de mis padres, la mayoría habían sido mis maestros y maestras. La plática fue tranquila, casi silenciosa. Compartimos comentarios acerca de mis padres y de su música, lloramos, y nos despedimos. Nos veríamos pronto.

Teresa tomó mis brazos y los envolvió en su espalda, volvimos a besarnos y comenzamos a quitarnos la ropa, el banco del piano nos pareció un buen lugar, pero fue evidente que no lo era. Solo quedaba el cuarto de mis padres. Entramos desnudos, no se podía distinguir mucho en la penumbra, pero sí podía ver el cuerpo de Teresa. Tuvimos sexo hasta que nos venció el sueño.

Desperté cuando ya había luz en la habitación, me puse boca arriba y me di cuenta de que el techo y las paredes junto a la cama estaban cubiertas de fotos mías desde bebé. Recordaba muy bien varios de los momentos fotografiados, pero había algunos que no. Teresa seguía dormida, puse mis manos en una de sus nalgas y me dormí otro rato. Soñé mucho con mis padres durante esa segunda ronda de sueño. Sueños muy vívidos y cansados.

El pueblo en el que estaba la casa de mis padres, era húmedo y frío, las calles empedradas seguían mojadas por la lluvia de la madrugada. La idea era ir a desayunar a un lugar que Teresa conocía, pero antes quería pasar a su casa a cambiarse de ropa y a mostrarme el lugar. Era una casa pequeña: su cuarto, una sala, cocina y baño. Tenía un pequeño librero lleno y varias hojas de papel en las que había dibujado cosas estaban regadas por la sala. Mientras se cambiaba, me acerqué por su espalda, la abracé y postergamos el desayuno por unas horas.

El lugar al que Teresa me llevó a desayunar era la cocina de una casa, estaba acondicionada con tres mesas y sillas. Olía a leña quemándose y la dueña la saludó con familiaridad. Mientras llegaba lo que ordenamos intercambiamos miradas y besos en las manos. La comida fue sustanciosa y tuve que dejar una parte en el plato. El café no fue nada bueno. Mientras comíamos, Teresa me seguía contando cosas de su vida. Era originaria de la Ciudad de México pero se había ido a vivir ahí hacía unos años. Sus padres eran dueños de una empresa aseguradora renombrada y ella no quería saber nada de ellos.

Después del desayuno Teresa y yo regresamos a su casa por ropa y decidimos pasar otra noche en casa de mis padres. Le avisé a mis tías que estaría ahí, revisando y recogiendo lo que me quería llevar. Pasamos la tarde en la cama y en el piano, la voz de Teresa era muy particular, podía distinguir la influencia de mi madre.

Teresa me insistió que fuéramos a Cuernavaca, no quedaba lejos de donde estábamos y quería visitar el café de una amiga. Propuse una serie de opciones que no implicaran alejarnos de casa de mis padres pero cedí a ir con ella. De niño había ido unas veces a esa ciudad, solo recordaba balnearios y clubes de tenis. Nos estacionamos a un costado del Jardín Borda y recordé que había ido a remar ahí muchos años atrás. Caminamos por un par de calles pequeñas y llegamos al zócalo, el café estaba en la planta baja de un edificio de pocos pisos.

En algún momento en el que Teresa se enfrascó en una conversación en la que yo no figuraba mucho decidí ir a pasear por el centro de la ciudad. Caminé sin un rumbo definido, veía el zócalo, el kiosko y mientras observaba uno de los edificios más altos de la cuadra, me encontré con un compañero con el que había ido a la escuela, nos saludamos con cordialidad y me comentó que estaba trabajando en una escuela que no llevaba mucho tiempo de haberse formado. Estaba muy tranquilo y haber abandonado la Ciudad de México era rejuvenecedor.

Regresé al café después de haber platicado con mi ex compañero unos minutos, Teresa ya no estaba sentada con su amiga y sonrió al verme, yo le devolví la sonrisa y me senté junto a ella. Estuvimos una hora más ahí, ella saludaba a mucha gente y me presentaba con todas sus amistades. Cuando estaba comenzando a oscurecer volvimos a casa de mis padres. En el camino le pregunté si quería pasar una noche más conmigo y me besó en la mejilla. Paramos a comprar cervezas y algo de comer para pasar otra noche juntos.

No fue una noche de sexo. Le pedí a Teresa que me acompañara cantando mientras yo tocaba el piano. Comenzamos con piezas de lo más conocidas, después de un rato comenzamos a tocar cosas más complicadas y a la medianoche interpretábamos una serie de piezas que yo había compuesto hacía unos años a las que no les había encontrado una voz adecuada.

En unas horas y sin muchos problemas, Teresa y yo habíamos logrado sacar tres de mis canciones y ella se notaba entusiasmada. Decidimos dormir un poco y mientras el sueño nos ganaba le platiqué anécdotas acerca de algunas de las fotos que decoraban las paredes y el techo de la habitación de mis padres, ella se reía de lo simple de mi humor.

VI

Regresamos a la ciudad comenzando las temporadas navideñas, hacía frío y ya nos habíamos acostumbrado al calor tropical no ayudaba. Llegué a desempacar y a comunicarme con mis tías que me respondieron con mucho gusto y me citaron a desayunar al otro día. Se escuchaban de buen humor. Después les marqué a mis padres, contestó mi mamá y me dijo que nos veríamos pronto, que ambos estaban bien. Durante el desayuno con mis tías hablamos de la gira, sobre todo acerca de la participación de mis primos. En algún momento me preguntaron por mis padres, no había sabido nada de ellos, les comenté que habían tenido que interrumpir la gira por motivos laborales y cambiamos el tema.

Pasaron uno o dos meses sin que supiera mucho de mis padres, de cuando en cuando me llamaba mi madre o mi padre para preguntar cómo estaba y cómo estaban mis tías. La comunicación era poca y por lo que veía de las pláticas con mis tías, ellas tampoco estaban muy enteradas. Estuve a punto de romper el pacto e ir a buscarlos a su casa, pero recibí una llamada de ellos para que nos viéramos. La voz de mi padre se escuchaba entusiasmada. Al otro día los vi para comer, nos quedamos de ver en un restaurante que les gustaba mucho y la dueña era una gran amiga y admiradora de ellos. Ambos me saludaron con abrazos y besos. Durante la comida me contaron que los habían invitado a trabajar a Nueva York de dos a tres años.

Un par de semanas después los llevé al aeropuerto y después de abrazos quedamos en coordinar la primera visita que les haría. Volví a mi departamento e intenté ver alguna película mientras bebía cerveza, el sillón me resultó incómodo, no encontré una película que me atrapara y la cerveza que tenía me supo insípida. Le llamé a mis tías para ver si cenábamos algo pero cada una ya tenía planes. Mis primos estaban fuera. Tomé las llaves de mi auto y me dirigí a la calle pero no abrí la puerta. Volví a la sala y me senté hasta quedarme dormido.

La primera vez que fui a visitar a mis padres a Nueva York fue en invierno. Conocí el foro en el que estaban trabajando mis padres, era grande y moderno. Me contaban todo lo que hacían y me mostraron los lugares que habían descubierto. Librerías, cafés, restaurantes y una tienda de música en la que había un pequeño bar y en la que pasaban varias horas a la semana. Nunca fui al departamento en el que vivían, me quedé en un estudio que era propiedad de alguna amistad de la familia y nos veíamos en sus conciertos o en los lugares que visitábamos.

Una tarde me llamaron mis primos para pasar a mi casa, los recibí unas horas después y mientras tomábamos vino y cerveza, me comentaron que habían sido contactados por una banda extranjera que necesitaba músicos locales para una serie de presentaciones. Era un conjunto marroquí que estaba de gira por California y que habían decidido extender su recorrido a la Ciudad de México y parte de la Rivera Maya y confiaban en que nuestra experiencia en esa zona sería útil. Comenzamos la gira una semana después.

Cuando acabamos la gira con los músicos marroquíes hice una segunda visita a Nueva York a ver a mis padres. Era verano y la visita fue muy parecida a la anterior, mis padres seguían visitando el bar dentro de la tienda de música y varios de los mismos lugares que me habían mostrado la vez pasada. En un momento en el que mi madre y yo estábamos solos, me preguntó acerca de mi felicidad, sus ojos estaban distraídos y no me miraba directamente. Le comenté que mi felicidad estaba en buen estado. Me sonrió y me dijo que no la estaban pasando muy bien en su trabajo, pero que faltaba poco para terminar y volver.

VII

Era viernes, llevaba ya siete días en casa de mis padres. Había contactado a un jardinero y a un par de pintores que estaban dándole mantenimiento básico a la casa y al jardín, los resultados se notaban. Teresa iba poco a su casa y pasaba la mayor parte del tiempo conmigo. Las lluvias en ese lugar eran peculiares. En cuatro días logramos sacar cinco canciones de diez, ella se notaba inspirada, me comentaba que no había pensado en cantar tanto y yo, de manera sincera, le comentaba que su voz era especial, no en el sentido del virtuosismo sino por su color y volumen. A ella le gustaba cantar desnuda y a mí me distraía mucho así que le solicitaba que la desnudez la dejáramos para los momentos adecuados. Ella se burlaba de mí.

Ocho días después de haber ido por primera vez a casa de mis padres, organicé una comida ahí mismo. Invité a muchas de las personas que habían estado ahí la semana anterior pero me aseguré de que solo vinieran las que realmente habían formado parte de mi vida y la de mis padres. También invité a mis tías y a mis primos. La casa lucía muy bien con el jardín arreglado y la pintura nueva. También me había encargado de que la sala, la cocina y el comedor estuvieran en excelente estado. Toda la concurrencia la pasó muy bien. Mis tías lloraron un rato sentadas en la sala. Antes de que se fueran les regalé varias cajas llenas con las fotos que había despegado del estudio.

Cuando anocheció convoqué a que pasáramos al estudio, ahí invité a quienes la semana anterior habían participado en la composición que mi madre había dejado inconclusa y solicité que retomáramos la idea con una serie de arreglos que había llevado a cabo durante la semana.

Después de tocar un par de veces la pieza, hubo un consenso de que el resultado final había sido mejor de lo esperado. Les comuniqué mi intención de producir y grabar la canción y que le daría su respectivo crédito a cada quien, además de cubrir el equivalente en horas de trabajo que se le había dedicado a la pieza, cerramos el trato con abrazos y apretones de mano y continuamos la noche bebiendo.

Al inicio de mi segunda semana en casa de mis padres me comuniqué con una amiga mía que era cantante y le pedí que fuera a visitarnos, quería que escuchara a Teresa y le ayudara con unos detalles en su canto. Ella llegó al otro día de mi solicitud y congenió bien con Teresa, las dejé solas para que trabajaran y sin plan alguno fui a Cuernavaca al mismo café de unos días antes. Me recibió la amiga de Teresa y, a pesar de que no nos habíamos puesto de acuerdo, ahí estaba mi ex compañero de la escuela, le pregunté si podía sentarme con él y me dijo que sí, teníamos ganas de platicar.

La charla con mi amigo no fue muy larga, él iba a dar clases y yo no quería volver tarde a la casa de mis padres. Hablamos mucho acerca de cuánto era lo que creíamos haber logrado de nuestro proyecto musical. Ambos nos sentíamos en un punto medio en el que nos faltaba mucho para sentir que estábamos en la cúspide, pero considerábamos que íbamos bien. Cuando llegué a casa, Teresa y mi amiga seguían cantando, me quedé a escuchar y sonreí. Entré al estudio para ver el final de la clase, Teresa me saludó con un beso y un abrazo, me miró a los ojos y volvió a besarme. Mi amiga decidió que un día más de asesoría era suficiente, así que la hospedamos en el cuarto de los regalos.

Esa noche, acostados en la cama de mis padres, Teresa me contó que sentía que un universo que no pensaba conocer se estaba abriendo frente a ella.

El viernes llovió desde la madrugada. Teresa y yo desayunamos en la sala, los perros nos miraban desde sus cojines y movían sus colas sin levantarse. Acabando el desayuno subimos al estudio y por primera vez tocamos en una sola sesión las diez canciones que habíamos estado practicando. Unas eran exactamente como las había imaginado, otras no tanto, pero el resultado final era lo que yo quería. Bebimos el resto de la noche para festejar, no dejó de llover.

VIII

Mis padres terminaron su trabajo en Nueva York y avisaron que volverían. Yo los fui a recoger al aeropuerto. Me vestí con un traje y gorra de chofer e hice un pequeño cartel con su nombre para recibirlos. Era una temporada baja, no había mucha gente esperando ese vuelo. Ambos rieron mucho al verme, nos abrazamos y fuimos a cenar algo, se quedarían en un hotel y al otro día irían a su casa. Durante la cena me di cuenta de que se veían muy agotados, se veían más viejos que cuando se fueron. Ambos estaban muy delgados. Nos despedimos con gusto y quedamos de vernos pronto en casa de mis tías.

Mis padres no fueron pronto a casa de mis tías, pasaron varios meses antes de la primera reunión con ellas. Yo los veía un poco más y cada que se abordaba la sugerencia de ir a visitarlas ellos proponían cualquier otra cosa. Las pláticas con ellos eran vagas, preguntaban mucho acerca de mi situación sentimental y me exigían en tono de burla tener una cita formal cuando conociera a alguna chica que me enamorara. Sus rostros tenían arrugas nuevas y en un momento noté que ambos usaban lentes para leer, me burlé de ellos.

Poco a poco se fueron restableciendo las rutinas, nos veíamos los domingos en casa de mis tías para comer, pasábamos la tarde y cada quien se iba a su casa. De cuando en cuando mis padres pasaban la noche en mi departamento y eran momentos divertidos, me contaban de sus días en Nueva York y me contaban de sus planes de hacer de su casa una especie de escuela de música en la que no se cobraría por las clases, luego me preguntaban a mí acerca de mi vida y se mostraban orgullosos ante mis logros.

A pesar de que nunca estuvo en mis planes dar clases, conseguí trabajo en una escuela de música privada que pagaba bien y exigía poco tiempo. Necesitaba una rutina que me ayudara a comenzar con mis proyectos personales de composición que llevaba postergando varios años. Estaba muy concentrado en hacer una especie de colección de piezas basadas en formas muy tradicionales para una voz femenina. No quería pedirle ayuda a mi madre porque estaba determinado a que fuera una especie de sorpresa, pero aún así, cada que ella estaba conmigo le mostraba pasajes que me comentaba.

Comencé a salir con una profesora de matemáticas que conocí en la presentación de un libro. Ambos coincidimos en varios temas y después de la presentación fuimos a beber algo para seguir platicando. No nos tomó mucho tiempo comenzar a salir y sin haber acordado nada ella pasaba más tiempo en mi casa que en la suya. La llevé a conocer a mis tías y las tres la aceptaron pronto. Mis padres también la conocieron y simpatizaron mucho con ella, sobre todo cuando les confesó que conocía de su música y trayectoria. A mi madre le gustaba mucho platicar con ella y cada tanto le mandaba algún regalo conmigo. Cuando estaba solo con mis padres o mis tías, me preguntaban por ella y me recordaban lo buena que era para mí.

Mis padres cada vez tocaban menos y a pesar de que recibían invitaciones constantemente, rechazaban muchas. Mis tías, que ya no tenían nada que ocultarme, me comentaban que no se sentían bien con el estado de salud de mis padres, también me hacían comentarios acerca de préstamos de dinero y pagos de deudas que estaban solventándoles. Yo intenté cooperar con esos gastos, pero ni ellas ni mis padres aceptaron y prefirieron seguir arreglándose entre ellos. En una ocasión le pregunté discretamente a mis padres acerca de su falta de trabajo y me comentaban que estaban descansando de lo que había sido el trabajo en Nueva York, que en cualquier momento volverían a presentarse. Incluso sugirieron que consideráramos tocar juntos de nuevo.

A finales de año, mi madre recibió un premio por su trayectoria y poco tiempo después una revista con bastante autoridad de opinión publicó una entrevista y perfil de mi madre. Estaba feliz, fuimos a cenar mi novia, mis tías y mis padres para festejar sus dos triunfos, estábamos los siete comiendo, nos hacíamos bromas y recordábamos anécdotas. La mayor de mis tías le pidió a uno de los meseros que nos tomara una foto y terminamos con café y pastel. Mi madre no había comido nada, pero no dije nada al respecto.

Mi madre murió una semana después de que la vimos. Había amanecido acostada en el sillón de la sala de su casa, ya estaba muerta. El certificado médico decía una cosa, pero el médico que le hizo los estudios post mortem nos dijo que era por sobredosis. Todo fue rápido, no hubo un velorio largo, mis tías se encargaron de que el entierro fuera lo más pronto posible y solo se invitó a los padres de mi madre. La ceremonia fue corta y del cementerio fuimos todos a casa de mis tías. Mi padre no dijo nada en ningún momento y los padres de mi madre hacían lo posible por parecer tranquilos. Al otro día se despidieron de mí y me pidieron que por favor los visitara más seguido, que realmente me extrañaban y querían verme, yo hice la promesa de hacerlo. Le pedí a mi papá que se quedara conmigo unos días y aceptó sin decir nada.

Mi padre hablaba poco, desde muy temprano ponía una jarra de café y se sentaba en la barra de mi cocina esperando a que estuviera lista la primera taza. Cuando yo salía de mi cuarto, me daba los buenos días con una sonrisa y el humo de su cigarro. Platicábamos de cualquier cosa que nos distrajera de la ausencia de mi madre, intentaba hacerlo reír y lo llevaba a todos los lugares a los que podía acompañarme, él me seguía a todos lados y me daba las gracias por todo. Estuvo en mi casa dos semanas más o menos y llegó el momento en el que se despidió y me dijo que era momento de volver a la suya. Me dio un abrazo largo y se fue con una sonrisa.

Los últimos dos años que pasé con mi padre fueron los que más tiempo pasamos juntos, se quedaba en mi casa, visitábamos a las tías y compartíamos recuerdos mientras bebíamos y fumábamos. Él estaba envejeciendo muy rápido y no era tan grande. Nunca hablábamos de mi madre.

Me llamó mi tía más joven, la hora de la llamada era pésima señal. Un vecino había visto a mi padre tirado en su jardín y había llamado a la ambulancia. Cuando llegamos al hospital estaba inconsciente, mis tías lo trasladaron de inmediato a un hospital privado y llamaron a todas sus relaciones que pudieran ayudar en esa situación. Yo trataba de ayudarlas en todo pero no podía aportar nada. Al hospital llegó un amigo de mis tías que era internista de otro hospital y entró a donde estaba mi padre antes que nosotros. Antes de entrar intentó consolar a mis tías con palabras de rutina.

Mi padre murió a las pocas horas de haber entrado a la sala de urgencias, la noticia nos la dio el amigo internista de mis tías y el llanto fue profundo. Yo fui el que fue a reconocer el cuerpo. Me temblaban las rodillas y cuando levantaron la sábana para mostrarme su rostro lloré. Se veía más viejo de lo que era, también más pequeño. Me recosté sobre su pecho un momento y después de secarme las lágrimas salí a ver a mis tías, las tres se abrazaban en medio de la sala de espera.

Unos días después de la muerte de mi padre, mis tías me entregaron un sobre Manila, adentro traía una serie de papeles que me hacían propietario de la casa que tenían mis padres en un pueblo cerca de Cuernavaca, era la casa en la que habían vivido prácticamente desde que yo nací, era lo único que mi abuelo le había dejado a mi padre. También venía una sesión de derechos de su música y la de mi madre y una carta de muchas páginas en la que me contaba todo lo que había sucedido entre mi madre, él y yo. Al último saqué las llaves de la casa de mis padres, eran solo tres unidas por un llavero en el que venía una foto de nosotros tres en un circo.

IX

Le propuse a Teresa que hiciéramos un concierto con las canciones que habíamos montado esos días, no hubo necesidad de convencerla. El resto del día hicimos llamadas y enviamos correos. Mi ex compañero de la escuela me ayudó un poco y sin mucho trabajo logramos una buena convocatoria, si todo salía como planeado, el público sería de unas veinte personas, no estaba mal para un debut.

En total llegaron más o menos cien personas, en un acto de emergencia movimos todo al jardín trasero y ahí, con la esperanza de que no lloviera, acomodamos a la concurrencia. Teresa saludaba a la mayoría de la gente y cada que me volteaba a ver sonreía exageradamente y mostraba sus pulgares. Llegó gente que yo conocía de otros lados y que no imaginaba que estarían ahí. La amiga del café pasaba entre la gente cobrando las entradas. Daba la impresión de que todas las personas presentes se conocían.

El concierto inaugural de Teresa fue exitoso. Se juntó una buena cantidad de dinero y el público aplaudió y pidió más cuando terminó. Al final se añadieron un par de espontáneos pero la atención se la llevó ella. La gente se quedó hasta las primeras horas del día siguiente. Teresa y yo pasamos una noche excesiva y nos recuperamos hasta la noche siguiente. Ella sugirió ir a cenar a una taquería en el pueblo. En el camino me tomó de la mano y no dijimos nada. Durante la cena el único tema fue el concierto y qué hacer después. Yo le comentaba que no necesitaba nada, tenía lo suficiente como para comenzar una carrera de buen nivel. Ella se reía.

Pasé tres días más con Teresa. Tenía que volver a la ciudad a retomar clases y asuntos que había dejado inconclusos. Le entregué todo el material que habíamos hecho juntos y le dije que era de ella y que yo le enviaría pronto todos los papeles necesarios para que registrara aquellas piezas como suyas. Nos abrazamos un largo rato y nos dimos las gracias mutuamente, me acompañó hasta mi auto y me dijo que ella cerraba la puerta, la vi por el espejo retrovisor hasta que desapareció.

Nunca volví a la casa de mis padres. Organicé que fueran por los instrumentos, me quedé con los perros y los muebles quedaron años en una bodega en casa de mis tías. No me costó trabajo conseguir quien la comprara a muy buen precio.

A Teresa la vi en distintas ocasiones no planeadas, nos saludamos con gusto y siempre quedamos de tocar juntos. Lo último que supe de ella fue que se había ido a vivir a Austin Texas con un guitarrista de allá.

1 comentario

  1. Es una de las historias más hermosas que he leído. Muchas gracias por compartirla. Como me encantaría conocer a esas tías. Es una vida repleta de amor. Tengo tantas cosas que decir al respecto que creo que mejor deberíamos vernos en un bar y platicar. Son las cinco de la mañana y comencé a leer a las 3:00 am, no pude despegar los ojos de tus letras, incluso fui a preparar café a mitad de la lectura. En verdad lo disfrute muchísimo. Es una narración hermosa que me dejó un remolino en el pecho, casi como si me hubiera golpeado la madrugada que me rodea justo en ese preciso lugar. Te mando un fuerte abrazo amigo.

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