Shakespeare redux “Divertimento de cuatro movimientos en D”

Se recomienda a quien lea o escuche este texto: que lo imagine acompañado de música de laúd, guitarra, oboe o, en el peor de los casos, flauta dulce marca Yamaha comprada en la papelería más cercana

I

Dos daneses deambulaban dando, de un lado a otro, pasos de dudosa destreza debido al alcohol que en sus venas circulaba. Debatían diversos temas de distintas índoles y sus voces podían escucharse desde la distancia.

Los temas de los que dialogaban discurrían entre asuntos de la historia del momento y temas en los que se abordaba el “Más allá”. De los dos, el más joven no dejaba de lanzar una moneda al aire; de todas las veces, noventa y nueve en total, el resultado era definitivo: sólo cruz, nunca cara. Dado lo desafiante que aquello era para las leyes de la probabilidad, decidieron que se debía a la presencia de lo sobrenatural.

IV

Gracias a las ganancias generadas por los negocios que por generaciones sus familias administraban, este par gozaba de la posibilidad de hacer grandes viajes y generalmente navegaban lo más lejos posible de su tierra: Dinamarca, la cual pasaba por momentos grises y desgraciados.

El rey y el príncipe, del que ellos eran amigos, no congeniaban y tanto gentiles como nobles se agobiaban ante la gresca palaciega.

El lanzamiento de la moneda llegó a ciento cincuenta, el resultado no cambiaba: sólo cruz, nunca cara.

V

América fue la aventura acordada por ambos. Así fue como arribaron a la Ciudad de México, antiguamente Tenochtitlán. Atónitos ante la altura de las construcciones y lo Avant-garde de la arquitectura anduvieron por las calles y callejones al rededor de aquella catedral que no imaginaban tan grande. Subieron a una torre llamada Latinoamericana y acordaron que aquella altura sólo debería ser para las aves. Descendieron a las entrañas de la tierra y admiraron multitudes infinitas abordar y desbordar uno de los medios de transporte más abarrotado jamás creado. Abusaron de alcoholes y alimentos altos en grasas y especias. Aplaudieron las actuaciones e interpretaciones de artistas callejeros y hablaron durante un rato acerca de aquella ópera “Motezuma” del veneciano pelirrojo y acordaron que era absurda; ambos hallaron harto entretenido que un Antonio se hubiera basado en otro Antonio para crear algo tan alejado de la realidad de la America continental.

Acabó la noche al amanecer, sentados en la base del Ángel independentista admiraron la Ascención del Sol. La moneda fue lanzada al aire una vez más llegando a las doscientas veces seguidas, sólo cruz, nunca cara.

I

Después de haber disfrutado aquella gesta hebdomadaria decidieron despedirse de manera destacada: beberían pulque desde la mañana hasta el atardecer.

Por más que lo deseaban ignorar, tenían un deber para con la nobleza danesa, debían volver y dar al rey Claudio su apoyo, al parecer, el príncipe daba muestras de demencia y, dado que ellos lo conocían desde la infancia, se dedujo que serían los adecuados para descifrar lo que detonaba tal desorden mental.

Despegó el avión y desde la altura pudieron divisar la dimensión de aquella, la otrora Tenochtitlán, cuyo diámetro desafiaba la realidad. La moneda fue lanzada una última vez, la número doscientos cincuenta, por fin: cara.

Pobre Rosencrantz, pobre Guildenstern, su destino era la horca, al final, sus cuerpos quedarían como el de John el salvaje, con sus pies balanceándose de norte a sur y de este a oeste.

FIN

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