Itzé

Rubén se había quedado de ver con Orlando en la cafetería de siempre. Desde el inicio de sus estudios universitarios ambos se hicieron fanáticos al café. Mientras esperaba mesa, Rubén trataba de recordar todos los cambios que habían sucedido en el establecimiento. Antes aquí había un librero, y allá atrás estaba un tostador. Los recuerdos le traían a su memoria muchas anécdotas de cuando él y Orli llegaron a estudiar en la UNAM a dos cuadras de ahí.

Cuando comenzaron a frecuentar la cafetería pedían americanos, después con la seguridad que sólo dan los semestres más avanzados, cambiaron a expresos; ahora que se consideran adultos refinados solicitan métodos alternativos; el AeroPress es el favorito de Rubén y Orlando prefiere Chemex.

Mientras esperaba a su amigo los recuerdos seguían tomando como pista de aterrizaje a su mente. Las dos novias que tuvo durante la carrera lo acompañaron varias veces al café. Después cuando en su primer trabajo comenzó a salir con Claudia, también la llevó ahí, su relación duró algunos años, pensó que se que casaría con ella pero la relación fue perdiendo potencia y murió unos días antes del sismo del 2017, recuerda que sus amigos le dedicaban aquella canción de Emanuel, en especial esa parte del coro que dice: “todo se derrumbó dentro de ti”. El teléfono inteligente vibró. Orli mandó un mensaje. Se quedó atascado en el tráfico, unos manifestantes cerraron Viaducto y no se ve solución al conflicto. Lo lamenta, será imposible llegar. Solicitó un AeroPress y volvió a sus pensamientos mientras guardaba en el bolsillo el aparato.

La cafetería se mantenía en evolución constante, la estafeta había pasado a los herederos de los fundadores quienes habían modernizado el concepto manteniendo siempre el buen café. Ahora sobre cada mesa se encontraban cuadernillos donde los comensales podrían dejar un mensaje, dibujo, pensamiento o cualquier gabato. Rubén tomó el cuaderno sobre su mesa y lo abrió, las primeras páginas contenían dibujos hechos por niños, continuó pasando las páginas y descubrió textos interesantes, ecuaciones, citas a Platón, fragmentos de tareas; un mensaje que decía, no estés solo, instala Tinder con un código QR, y también pudo leer una receta para hacer pan de muerto que compartía página con otra receta aparentemente infalible para hacer amarres pasionales. La creatividad contenida en esos pequeños volúmenes no conocía límites. En el momento en que estaba por cerrar el cuaderno llegó la barista a su mesa llevando su bebida. La joven indicó algunas recomendaciones y dejó que Rubén hiciera la presión adecuada para extraer el café.

Mientras disfrutaba de su bebida notó que en todas las mesas ocupadas había parejas de todo tipo, no había duda que los tiempos eran distintos, pero el amor seguía siendo lo mismo. Cuándo

terminó el café pagó la cuenta y se marchó.

Después de instalar Tinder en su teléfono celular recibió un mensaje SMS. Gracias por inscribirte al club, en breve recibirás un nuevo mensaje con el enlace para completar el proceso. Rubén pensó que se trataba de los famosos mensajes de spam que las compañías de servicios telefónicos propagan entre sus suscriptores, no le tomó importancia y abrió la aplicación.

Después de algunos minutos de estar navegando entre una infinidad de rostros le había encontrado el gusto a repartir me gustas y no me gustas a diestra y siniestra. A las 23:11 su teléfono vibró nuevamente recibiendo un nuevo SMS al mismo tiempo deslizaba su pulgar hacia la derecha para descubrir la siguiente foto. Se trataba de una persona distinta, rostro con ojos expresivos y cuidadosamente delineados, pómulos sugerentes que servían de marco para una sonrisa espontánea y jovial, su nombre: Itzé. Inspeccionó el rostro y le pareció la suma de todos los atributos que él podía considerar perfectos. Rubén no dudó ni un segundo en darle un like a Itzé. No era necesario mirar más fotografías, con una era suficiente. El teléfono volvió a sacudirse para recordarle que tenía un SMS sin leer.

Hizo caso de la notificación y abrió la aplicación de mensajes, sus cejas se arquearon al leer,

“Gracias por suscribirte al club, estamos seguros de que hemos acertado con nuestra selección de Itzé para ti. Ingresa al siguiente enlace para conocer más”. El enlace era un hipervínculo para descargar Tor, un navegador popular entre los internautas que descendían a la Deep Web.

Dio clic al enlace, esperó a la instalación de Tor y siguió las instrucciones. El club era un sitio web hispano de personas muertas. Pronto encontró el rostro de Itzé así como la historia de su vida y muerte, selfies, fotos de ella en diversas ciudades y también un link de acceso exclusivo al pac que sus admiradores habían logrado conseguir. Esa noche Rubén no pudo dormir bien, tuvo pesadillas recurrentes, en ellas veía una pequeña casa en un paisaje campestre, de esa casa salían dos jóvenes doncellas, la que más se aproximaba a él inconfundiblemente era Itzé. Algo le decía, lo tomaba de la mano e ingresaban a la casita.

A las 6:00 A.M. El despertador sonó. Ruben sintió un extraño dolor en su espalda, su pijama estaba húmeda de sudor en torno al cuello además notó una erección matutina que le lastimaba. Con movimientos lentos y calculados desactivó el ruido del despertador. Miró las últimas notificaciones en su celular: un SMS sin abrir.
2:00 A.M. y ahora que ya me sentiste, ¿te gusto más?


Foto de Rafaella Mendes Diniz en Unsplash
Foto de Tengyart en Unsplash

1 comentario

  1. Ufff, terrorífico. Me encanta como introduces una aventura tremenda en el mundo cotidiano y simple de estar en un café en modo contemplativo. No bastó la inocencia del personaje para salvarse de pertenecer a algún chat molesto o en este caso alucinante. Muy bien narrado, con buen ritmo y sin desperdicio. Felicidades.

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