LETRAS INSOMNES

Ulises José

Las letras son insomnes: nunca duermen. Aun cuando cerramos un libro las letras no se detienen, permanecen en acción como el ruido que hace un árbol cuando cae en algún lugar en el que no hay nadie que escuche. Hamlet muere cada hora de cada día de cada semana de cada mes de cada año y, al mismo tiempo sufre toda la locura de la que “El Bardo” nutrió al pobre príncipe Danés. Porque, además de ser insomnes, las letras son simultáneas, ocurren en todo momento. No importa si apenas leemos el principio de una novela, el final ya está ocurriendo. Qué crueldad es dedicarse a escribir y dejar a los personajes atrapados en un bucle de Escher que recorrerán por la eternidad.

Las letras, además de ser insomnes, provocan insomnio: pasamos horas pensando en qué leímos o en qué queremos escribir. Nos quita el sueño pensar por qué en Comala todos estaban muertos, y nos quita el sueño cómo contar esa historia, breve o larga, que nos susurra al oído hasta que logramos escribirla.

Nos acechan las letras, nos cazan, nos persiguen día y noche. Nos dicen qué decirle a quienes nos leen aunque no siempre son las mejores consejeras. Se amontonan en libreros que parecen infinitos y, aunque saben que pueden acabar en una lista de lecturas que se presenta imposible de cumplir nos invitan a adquirirlas, al fin y al cabo se saben inmortales, si no las leemos ya serán las siguientes generaciones las que lo hagan. Se burlan de nuestra condición tan efímera.

Pero en su bondad nos regalan un resquicio por el cual podemos aspirar a la inmortalidad, que no necesariamente es la fama, porque una vez que dejamos letras sobre un papel, letras que codifican una idea, un mensaje, una descripción, esas letras estarán vivas aún sin ser leídas, serán insomnes y en su insomnio guardarán, como mensajes en una botella lanzada al mar, un pedazo diminuto de nuestras almas efímeras y banales.

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