DE SAL Y CALOR

Un taco de sal es mi abuela después del almuerzo. Un taco de sal es la sed de masa de maíz hecha rollito. El taco somos Amacuzac y yo formadas bajo el sol. La sal sin limón de mi cabello. Somos la fila y la servilleta bordada extendida. Somos 10 pesos de tortilla. El camino empedrado que lleva el chiquihuite. 

Un taco de sal es la masa recién cocida quemando mi lengua. Es mi abuela esperándome. Es la casa verde y su jarra de agua, de guayaba rosa.

Mi abuela es una mujer de brazos gorditos y ojos alimonados, de voz decidida y energía voraz. Es buena para los negocios. Habla dando órdenes, canta hasta el llanto y ríe con la mano en los labios. Su palabra favorita es mija: es tener a sus hijas en la boca. 

Nos sentamos en su mesa con mantel y forro de plástico transparente. Las sillas tejidas con paja crujen. El día es azul, la panza rechina, los gatos nos miran, la televisión duerme y el ventilador corre con prisa. La tortilla es un recordatorio de cientos de ayunos. El taco de sal nos cae dulce en el hambre. La cal se desdobla en mi boca. La masa hecha bolitas cae por la resbaladilla de mi esófago. La sonrisa de mi abuela entra por mi nariz. Me hace otro taco y siento que me abarca suavecito. ¿Es a mí a quien abrazan sus manos?  El taco es un abrazo. La sal se dispersa en toda mi lengua. La sal se convierte en piedra. Tengo un monumento de sal por dentro.

2 comentarios

  1. Está bien bonito este texto, Ros. Me quedo con ganas de un taco de abrazo de sal 😉

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