SHAIXNI

Juana concluyó sus rezos hincada a la orilla de la cama, tomó conciencia de la hora y de prisa aseguró ventanas y puertas. Abrazó a su bebé con fuerza y tras un breve tiempo lo recostó en su petate, se agachó a revisar las tijeras abiertas curadas con ajo y se dispuso a hacer guardia.

En vela comenzó su lucha expectante contra el sueño. De pronto la despertó un sonido parecido a un ritmo de tambores, tunduntuntun tunduntuntun tunduntuntun. Al principio, pensó que los vecinos tenían fiesta, pero notó que el ritmo era penetrante y de tonos bajos, oscuros. Se asomó y vio algo parecido a bolas de fuego a lo lejos, dudó de lo que había visto, cerró las cortinas y se dispuso a no voltear más.

Sentada en la mecedora, de nuevo miró el reloj, marcaba las 2:55 de la mañana y de nuevo apareció ese ruido, se escuchaba más y más cercano, tanto que pensó estaba sucediendo únicamente en su cabeza. En ese momento Juana decidió no dar tregua a sus pensamientos, ni reforzar leyendas de pueblo. Sin embargo, el viento comenzó a soplar con mucha fuerza, la puerta y ventanas crujían y algo parecido a carcajadas rodeaban la casa, ¡si! eran carcajadas de jóvenes, viejas y niñas, eran indistinguibles.

–¡Están en el tejado! – comenzó a gritar. La puerta y ventanas se azotaban como si alguien se estuviera aventando contra ellas para intentar entrar. La invadió una sensación de frío y alivio al mismo tiempo, –el bebé se orinó– pensó, pero un segundo después cayó en cuenta que fue ella quién lo hizo. Cerró los ojos y con fuerza apretó a su bebé contra el pecho, pero notó que lo que abrazaba era una almohada, entonces se precipitó con velocidad hacia el petate, pero era demasiado tarde, no encontró a nadie…

Un inmenso escalofrío recorrió su cuerpo hasta llegar al vacío que subió desde los pies, estómago hasta su pecho, vomitó, las lágrimas se le atragantaban y una desesperación perpetua se apoderó de su ser.

De golpe abrió la puerta y salió despavorida a buscar a campo abierto a su bebé, volteó al tejado, rodeó su casa, pero únicamente encontró la soledad de la noche. Entre sollozos y aullidos de dolor, gritaba maldiciones e insultos contra las danzantes del fuego y maldecía su propia estupidez e incredulidad.

La desesperanza la atravesaba, se tiró al suelo e imaginó entonces los rituales de los que sería objeto su pequeñito; –seguro para ese momento ya lo habrían desmembrado para untar su sangre en las escobas, le habrían sacado los ojos, chupado las vísceras desde el ombligo, ofreciendo su corta vida a las invocaciones –

Quiso morir, y pensó que la mejor forma era hacerlo rápido. Se dispuso a colgarse de una rama de un árbol, ató la cuerda a su cuello desgastado y justo al momento de dejarse caer, despertó. Bajó por las escaleras, se miró al espejo y se lamentó de no poder dejar de soñar ese episodio de su juventud que marcó su vida para siempre…

3 comentarios

  1. Un relato vertiginoso cargado de simbolismos. Saludos, amigo.

  2. Excelente fluidez narrativa, llena de imágenes que hacen que camines de la mano de la historia sin soltarte porque si te sueltas te chupan la viseras

    Saludos Manuel

  3. Estupendo relato corto, mantiene bien oculto el secreto, la tensión interna del relato y la doble historia necesaria en un buen cuento. Desenlace inesperado. !!!

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