Quería saber qué tenías dentro, si acaso tus entrañas me nombraban. Te conocí en un lugar sin tiempo, donde sólo mi amor por ti cabía. Eras una niña y yo miraba cómo crecías para mí, como tus ojos miraban para otro lado y siempre terminaban en los míos.
Una tarde, mientras te desenredabas el pelo con los dedos, te pedí que me acompañaras, que compartieras tu vida con la mía. Te reíste, no creíste que mi amor bastara para los dos. Encaminaste tus pasos al futuro y no supe más de ti.
Al tiempo, cuando sentía que la vida ya no me podía ofrecer más, apareciste. Llegaste acompañada por una luz azul que me deslumbró, estabas rodeada de un ámbito armonioso que me anunciaba la plena derrota ante ti. De nuevo te imploré que vinieras a mi infierno, que una vez dentro de él seguramente el cielo se rendiría y, tal vez, podríamos ser felices como en las historias fantásticas.
Llegaste un jueves por la tarde, traías puesto un desdén que te quedaba un poco justo, incómodo. Pensé que sería producto de la premura y que con el tiempo te acostumbrarías a mi amor y a sus consecuencias. Me equivoqué.
Nunca te satisfizo el reino que inventé para ti, te parecía tan mediano, tan poco, que yo mismo llegué a dudar que fuera suficiente. Me esforcé, te juro, concentré mis energías en dártelo todo sin saber con certeza qué era lo que faltaba, pero nunca pude llegar a ti. Siempre estabas lejana, ausente, inaccesible, mis manos no lograban contenerte, eras como un chorro de agua que se escapa entre los dedos y solo deja humedad.
Así que un día me decidí, ya no quería suponer, necesitaba la certeza de tu existencia en mi vida. No me bastaba el testimonio ajeno, quería comprobar que algo de ti me pertenecía. Abrí un cajón y tomé una luz que apareció reluciente ante mí, le pedí que me acompañara, que guiara mi búsqueda y llegamos juntos ante ti. Mis manos, embriagadas por ese fulgor tocaron tu vientre, tu rostro, tu pecho… Ambos llegamos a lo profundo de tu ser y nada, no estabas ahí. Entonces pensé que tu alma me retaba, que se escondía tras tu sonrisa siniestra y fue así como decidimos descubrir tu cuerpo.
Cada centímetro de tu piel se fue derritiendo, cediendo ante la luz, mientras yo, afanosamente, esperaba encontrarte detrás del carmesí que dejabas caer para engañar a mi corazón. Supongo que de esa forma suplicabas que parara, pero ya no podía escucharte, mis sentidos estaban concentrados en encontrarte. Qué contradicción.
Siento tanta rabia al ver que de nosotros sólo quedan unas bolsas verdes en la memoria, que tu cuerpo y el mío no estarán jamás juntos, que no verás cómo este amor acaba conmigo después de haberte destruido.
Eres amarilla y roja, también rosa y azul; hueles a rencor, a odio y a miedo; te disuelves entre los dedos como las certezas y también, te escapas en cada uno de los espacios que contienes, por eso no pude hallarte. Hoy, aquí, entre estas paredes a las que condenaron a mi amor solo puedo estar seguro de algo: nunca sabré qué sentimiento escondías en ti por mí…
“Érick Francisco “N” apuñaló a Ingrid Escamilla, la desolló, para luego arrojar parte de sus órganos por el inodoro y el drenaje de la calle. Tras confesar su crimen fue detenido. Los hechos ocurrieron en un complejo habitacional de la calle Tamagno 258, de la alcaldía Gustavo A. Madero de la Ciudad de México”. 1
1 Redacción, (12 de febrero de 2020). ¿Qué sabemos hasta ahora del caso Ingrid Escamilla, la joven desollada en la GAM?, EL UNIVERSAL.
Hacedora de historias como penitencia de una vida anterior ya olvidada; tejedora incipiente de palabras que recrean mundos imposibles ante la realidad que se impone sin cortapisas. Buscadora obsesiva de significantes, lectora voraz de aquello que ha sido descubierto y nombrado; perseguidora de relatos infinitos y personajes inasibles. Amante de letras, contadora de relatos, entusiasta jugadora del lenguaje.
Excelente ¡felicidades Ismene!
Muchas gracias, José Hernández.
Es un relato que desde la primera vez que lo escuché me cautivó.
Mil gracias por el comentario y la invitación a participar en este espacio.
Muchas felicidades Ismene Díaz, el relato me encanto.
¡Muchas gracias, Profe!