El elevador privado de aquel edificio en el centro de Manhattan cerraba sus puertas. El aparato tenía un nivel de blindaje clase 6 y su panel de control digital tres botones: planta baja, penthouse y helipuerto. Tres hombres vestidos con casimires finos ocupaban el interior, uno de ellos de color dusty blue; los otros dos de color negro con pequeños dispositivos insertados en su oídos. El dedo índice, chato, con la uña y cutícula perfectamente recortada del sujeto más próximo al panel de control, hacía presión sobre el botón que indicaba su destino: el penthouse.
Tan pronto el elevador comenzó a detenerse, el sujeto que no llevaba dispositivo en el oído dio dos pasos hacia atrás. En una coreografía perfecta, los dos individuos de oído asistido se colocaron frente a la salida del aparato; al abrirse, dieron un paso al frente. Miraron rápidamente al exterior; uno de ellos emitió un ruido que sonó como: “Roger that”.
El sujeto del traje azul abandonó el aparato y se acercó a la única puerta visible. A un paso de llegar a ella, esta se abrió.
–Buenas noches, señor –dijo otro elemento vestido de negro que abrió la puerta desde el interior. Esperó a que el sujeto ingresara y salió al pasillo a encontrarse con los otros dos.
Dentro del penthouse, el individuo de traje azul deslizó una tarjeta de presentación que extrajo del bolsillo de su camisa; la depositó en una pequeña mesita de acabado estilo victoriano coronada en mármol. La tarjeta, de fino papel egipcio, mostraba un delicado trabajo de troquel, resaltando el logotipo: Ford. La business card se quedó en la mesa, custodiada por diferentes porta retratos con fotografías de Barron en diferentes momentos de su vida.
El personaje del traje azul se llevó las manos a la corbata para aflojarla un poco y avanzó al interior cerrando la puerta.
–Señor, le dejo su expreso –una voz masculina se acercaba, al mismo tiempo que el aroma de café recién tostado inundaba el ambiente.
–Esta vez no, Harry. Muchas gracias.
–¿Gusta algo de cenar?
–Hoy no, Harry.
–Buenas noches, señor –Harry giró sobre sus talones y se dispuso a abandonar lo que debía ser la sala. Una estancia enorme con cómodos sillones de piel blanca y otros muebles del mismo estilo victoriano, todo en color blanco y dorado. En todas las superficies disponibles había portarretratos con fotos familiares.
El sujeto se dejó caer en el sillón principal.
–Harry, perdona, ¿has visto a la señora?
–Sí, señor, está en su recámara.
–Gracias, Harry. Puedes retirarte.
Tomó un control remoto que estaba sobre el descansabrazos del sillón y presionó un botón. Unas diminutas persianas hasta ese momento imperceptibles se recorrieron para mostrar el ventanal por donde se veía la noche de Manhattan.
Se puso de pie y caminó a otro extremo de la estancia; subió dos pequeños escalones y avanzó un poco más. De un mueble extrajo una botella de cristal cortado con un líquido ámbar; tomó un vaso old fashioned y sirvió generosamente. Cerró la botella y avanzó hacia una imponente escalera en espiral. Subió, tomó un trago de la bebida y abrió una puerta. La habitación principal era enorme. Su mujer se encontraba descalza, acostada sobre la cama. Una pantalla plana gigante sintonizaba un capítulo del reality “Kardashians 2016”, que estaba por concluir.
–Babe.
–Amor –respondió ella, volteando sus ojos hacia él.
–Extraño a Barron.
–Yo también, tu hijo está creciendo rápidamente, vendrá mañana.
–Yep –exclamó.
Melania aprovechó que terminaba el programa de televisión para ponerse de pie. Su figura lucía entallada en los leggins legendary pro de Nike. Donald sintió una descarga eléctrica recorrer su entrepierna y dio otro trago a su bebida. Su rostro se tornó más rojizo. Melania lo sabía: sus glúteos firmes, sus piernas largas y ejercitadas, enloquecían al magnate. La blusa de algodón con la frase impresa “Just do it” no lograba disimular la perfección de sus senos. Se acercó a Donald y rodeó su nuca con los brazos.
Le lamió delicada y sensualmente los labios. Donald paseó su mano izquierda por el culo firme de Melania. Su tacto pudo identificar la presencia casi imperceptible de una delicada tanga debajo de los leggins. Ella se puso de espaldas a él y se inclinó seductoramente hacia adelante, sentía con sus glúteos la presencia del falo presidencial.
Donald dio otro trago a su bebida. Melania tomó sus tenis de abajo de la cama mientras movía sugestivamente la cadera. El magnate presionó su pelvis en el trasero de su esposa que casi pierde el equilibrio. Melania dio un pequeño paso adelante para evitar caer, al mismo tiempo que se le escapaba un gemido coqueto y divertido.
–Te amo –dijo Donald.
–Yo también –contestó sentándose en la cama para ponerse los zapatos deportivos.
–Entrenaré un rato en el gym, y cuando regrese, terminaremos lo que empezamos.
Melania se puso de pie con la jovialidad de una colegiala. Besó en los labios al magnate y le palpó cariñosamente la entrepierna flácida.
Donald le dio una nalgada y alcanzó el control remoto sobre la cama. Melania entró a una estancia contigua. No era difícil imaginar que en un mundo de excentricidades esa habitación fuera el gimnasio familiar. Donald encendió la pantalla. Cambiando canales se enteró que había un encuentro de football en México. Hizo una mueca cuando el comentarista deportivo informó que Julión Alvarez entonaría el Himno Nacional mexicano. Se dijo a sí mismo: “crazy people”. Sintonizó ESPN 3 y colocó su
vaso en el buró más cercano. Se despojó completamente de la corbata, se deshizo de los zapatos Roberto Cavalli y puso el blazer sobre la cama y se acostó. ESPN 3 transmitía el concurso: The International All Star Championship. A Trump le gustaba mirar las competencias de porristas. Bajó el cierre de su pantalón y sacó su flácido miembro. Escupió en su mano y comenzó a masturbarse. Disfrutaba la fantasía de poseer a todas esas chiquillas. Pasó varios minutos estimulándose, pero los setenta años a cuestas le dificultaban lograr una erección.
–Donnie, ya estoy por terminar –el tono coqueto de Melania se escuchaba desde el gym.
El magnate se puso de pie y dejó que los pantalones Hugo Boss, dusty blue, cayeran al suelo. De un cajón en el buró, sacó una pastilla de color azul que de inmediato se llevó a la boca. El whisky se agotó en su garganta conduciendo la milagrosa pastilla al fondo de sus entrañas.
Del gimnasio salió Melania. Los leggins eran sólo un recuerdo en la excitada memoria del magnate. La diminuta tanga diseñada por Ada Massoti resaltaba la figura de la eslovena. Su cuerpo aún húmedo y caliente por el vigor del ejercicio se precipitó al lecho en donde el millonario la esperaba. Melania llevó el falo inerte de su esposo a su boca. La píldora azul, los movimientos experimentados de la sensual esposa y los cuerpos de las niñas porristas en la pantalla, rejuvenecían al magnate, engrosando poco a poco su virilidad marchita. Ese noche Melania sentía la misma firmeza en su esposo como en su noche de bodas en Palm Beach Florida, en el lejano 22 de enero del 2005.
Sin despojarse de su finísima lencería, se las ingenió para dejar su intimidad expuesta y se sentó poco a poco sobre Donald mojándolo lentamente. Cabalgó durante varios minutos con energía. En un manoteo, Donnie golpeó el control remoto que cayó al suelo y la caída cambió el canal de la pantalla. ¡Touch Down! Melania brincaba sobre él poseída por la lujuria y Donnie se sentía en éxtasis, su bisoñé dorado se descomponía con las embestidas de su hembra, pero no parecía importarle; Melania seguía lubricando, gemía, sudaba y se movía sin control. En su mente, también fantasiosa, ella era poseída por la fuerza de Dwayne Johnson. Donald sintió aproximarse la inminente eyaculación, balbuceó a su esposa que fuera más despacio; el ruido que emanó tímidamente de su boca sonó como un “slowly” mismo que fue ignorado. En la pantalla, se repetía nuevamente el
Touch Down de Amari Cooper, número 89 de los Raiders de Oakland. La fanaticada reunida en el Estadio Azteca enloquecía ante el triunfo de los Raiders.
Todo sucedió al mismo tiempo. La pareja se fundió en dos escandalosos gritos que esa noche cimbraron para siempre la Trump Tower. Melania, con los ojos cerrados, logró un orgasmo fantástico; mientas que Donnie, con los ojos desorbitados, fue víctima de lo que la prensa bautizaría al día siguiente como: N.Y. heart attack.
(Cuernavaca, Morelos 1976)
Egresado del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay” del Estado de Morelos.
Qué buena, obscena y repugnante narración. Querido amigo realmente nos colocas en un sitio y en un momento con personajes que muestras simples pero al mismo tiempo detestables. Felicidades! Muy buen relato.