Buenos días Chicago

Después de varios meses Elena voló a Chicago para encontrarse con su prometido, Alex. Tan pronto se vieron se fusionaron en un abrazo casi interminable. Abordaron un Uber afuera del Aeropuerto O’Hare que los llevó al departamento de Alex ubicado en el downtown. Por la noche dormían plácidamente arropados contra el terrible frío. Elena salió de su letargo al percibir en el ambiente un aroma mezcla de flores e higos maduros. Abrió un poco los ojos y vio dos enormes sombras al pie de la cama. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. Intentó gritar pero su voz no se escuchaba. Las sombras negras con forma humana tenían dos ojos perfectamente redondos y rojos que los miraban atentos. El aroma dulzón de higos maduros penetraba todos los rincones de la habitación. Elena trató de moverse, pero no lo logró. Le pareció que aquellos seres mantenían una conversación entre ellos. Elena cerró sus ojos y apretó los párpados. Perdió la noción del tiempo. Despertó por la mañana. Abrazó a Alex con la desesperación con la que un náufrago se sostiene de una balsa improvisada. El frío de aquel día apretujaba sus huesos hasta llegar al alma.
Él la miró con toda la ternura contenida por los meses de ausencia.

– ¿Nena, te puedo hacer una pregunta? -Ella asintió con la cabeza.
– ¿Tú también los viste?

2 comentarios

  1. Me dejó con ganas de saber más. Buen relato.

  2. Qué bárbaro!, tan simple y bien narrado, sólo un día, un espacio que va caminando entre la llegada, la estancia y el abrazo. Hilado con el olor de los higos y las sombras. Dos planos: conocido y desconocido, lo mismo. La ausencia, el encuentro. Afuera, adentro, y el escalofrío. Felicidades!

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