“La vida es como una carcajada que te quita el aliento, o como una discreta sonrisa que desdibuja el infinito y espera paciente”
MEGO
Sentada observas como el agua arrastra al barquito y recuerdas las palabras de tu papá: no temas, se bambolea, pero no se hundirá. En ese momento desearías tener la edad en la que jugabas a tenerlo todo, en donde el miedo sucumbía con un abrazo gigante dado por ese cuerpo amado. Hoy, sentada en la banqueta con la ropa escurriendo miedo, la lluvia no te da tregua. No sabes qué hacer. Una señora que pasa se acerca con su paraguas amarillo, por un momento el agua deja de mojarte, es un respiro, un nuevo atisbo. ¿Necesitas ayuda? pregunta, intentando que el tic de su ojo izquierdo no sea notado por ti. Detrás de ese movimiento continuo de su párpado, descubres una mirada tan suave y tenue como el rayo de sol que lucha por salir detrás de la nube, para acariciar tu rostro con su tibieza. Se cruzan sus miradas y decides sonreír, al menos intentar que no se preocupe. Gracias, todo estará bien, atinas en contestar. Pero por dentro sientes que el ácido del estómago comienza a urdir de nuevo esa gastritis que tanto te molesta. No puedes evitar maldecir.
Al llegar a casa deseas con fervor por primera vez, que él no esté. Pero sabes que es imposible, hace tiempo que no puede salir solo. Quieres pensar bien las cosas, acomodar tus ideas antes de llamar a Mariela, su hermana. Abres la puerta con cuidado y escuchas. El silencio es tan rotundo que sientes un ligero temblor en el pecho. Todos los días pasa lo mismo, temes llegar a un departamento en donde el mutismo sea tan fuerte que ya no puedas hacer nada. Te gustaría escuchar ruido, risas y música, pero esto ya no sucede. Lo único que pasa en tu vida, es una lista interminable de desaciertos y quejas que salen de él. Pero aun así lo amas. Sabes que es por su condición que se porta así, lejano y vacío.
Te diriges a la cocina. Por fortuna dejó el café preparado, tendrás que cambiar de marca, el que está en la cafetera no suelta tanto aroma, y a ti, te hace falta. Te sientas en la mesa que da a la ventana y observas la calle, no te das cuenta de que has dejado un camino húmedo desde que entraste. La lluvia afuera sigue disparando sus gotas con fuerza, escuchas como estas golpean la ventana, toda la semana ha llovido. La bebida caliente entibia tus pensamientos. Cierras los ojos y te imaginas su cuerpo libre de toxinas, libre de dolor. Recuerdas como disfrutaban del sexo en la habitación que hoy, no huele a incienso y velas aromáticas, huele a medicina y preocupación. Suspiras y regresas a la realidad, lo mejor es que te levantes y te bañes para no pescar un resfriado.
Sales del baño envuelta en una bata de toalla y vas a verlo. Está tan dormido que sus párpados están en modo REM, seguro sueña. Ves en el buró que el pastillero está lleno y te das cuenta de que volvió a olvidar tomar sus medicamentos de la mañana, le pasa cuando quiere salir de casa con prisa para huir de su encierro, sucede cuando lo lleva su hermana cada diez días al psicólogo. Así cómo quieres mejorar, susurras acercando tus labios a su frente y depositas un beso ligero. Dejas caer la bata a tus pies y te acuestas desnuda a su lado, sabes que tomó un somnífero fuerte y un analgésico para que le quite el dolor, no te sentirá. Tomas su mano y recorres tu cuerpo con ella, disfrutas sintiendo las yemas de sus dedos que avanzan sobre tu piel trémula y ávida de placer. Es un juego que él no tiene idea sucede, es tu secreto. Te quedas quieta disfrutando de tu respiración que va cambiando. Cómo lo extrañas. Es la única manera. Hace tiempo que él no quiere nada contigo, le apena que veas su cuerpo delgado, lleno de piquetes y cicatrices. No has sido capaz de hacerlo cambiar de opinión. Una lágrima resbala por tu mejilla. La luna decide asomarse, le ganó la batalla a la nube, pero tú, no le puedes ganar a él, a su necedad.
Por la mañana la lluvia comenzó de nuevo, tal parece que está en agonía el cielo y a ti te pone de malas, necesitas el sol. Te asomas a su cuarto, sigue dormido. Decides dejarlo, necesita descanso. No te puedes quitar de la cabeza las palabras que salieron de su boca dos noches antes. No podías creer que te hubiera corrido de la casa. Estaba sentado en la cama intentando ponerse sus pantalones, corriste a ayudarlo y te recibió con una mirada fría y austera. ¿Por qué haces eso? Le preguntaste, ¿Qué? Contestó él. No te puedo mirar de otra forma, me hartas, tus mimos y cuidados me agotan. Comenzó a gritar, a decirte que lo dejaras tranquilo, que lo único que quería era quitarse la vida. ¡Ayúdame! dijo desesperado hincándose a tus pies, ya no puedo seguir así, ni tú, te dijo. Intentaste levantarlo para abrazarlo y se echó hacia atrás. Mírame bien, escupió, ¿Qué ves? Vamos, atrévete, ¿Esto quieres?, ya ni siquiera te puedo amar. Se paró con mucho trabajo frente a ti y levantó sus delgados brazos que no podían siquiera abrazarte, sus pantalones eran la talla catorce de un niño, su cabello no existía más, su piel tenía un extraño color, como el de una pera cuando la muerdes y la dejas abandonada. Pero a ti, nada de esto te importaba. Lo único que querías era cuidarlo y arroparlo siempre, hasta el final de sus días, a pesar de sentirte tan cansada y sola. Comenzaste a limpiar el lugar, a meter en cajas todo aquello que ya no necesitarías. Habías tomado una decisión. Al parecer la lluvia se lo estaba llevando todo.
Mariela llego con su media sonrisa, de esas que quieres seguir disfrutando, pero no puedes, como si no pudiera quitarla de su boca eternamente ni dibujarla completa. Le habías platicado tu plan y lo que pensabas pasaría. Ella te agradecía con la mirada húmeda. No será difícil, por fortuna tiene somníferos suficientes para dormir a un elefante, le dijiste tomando sus manos. No sentirá nada, sentenciaste. Ella se hizo para atrás, se veía también cansada, como tú. Vamos, dijiste levantándote, tenemos que decirle que estamos de acuerdo. Ella te giró por los hombros y preguntó, ¿Cuándo pronunciarás de nuevo su nombre? Volteaste a verla con fastidio, era una pregunta que tu misma te hacías cada noche. Él, te lo había pedido hacía mucho tiempo. Mi nombre miente, decía, no va conmigo, no lo vuelvas a pronunciar, te pidió.
Sus ojos comenzaron a cerrarse despacio, como en cámara lenta. Lo tenias tomado de una mano. Ya todo estaba listo, la carta en la que te quitaba culpas y te daba el agradecimiento de esos últimos años a su lado. La noche anterior te amó por ultima vez, hizo un gran esfuerzo por no sentir pena, quería corresponder al amor que le tenías. A la mañana siguiente, no podías dejar de sentir miedo, de lo que seguiría después. Estabas sentada en la orilla de la cama, con la incertidumbre a cuestas perforando tus pensamientos. Había una última cosa que hacer. Con calma, volteaste a ver a Mariela y lo llamaste a él por su nombre: René, dijiste deslizando suavemente cada letra entre tus labios. El volteó regalándote una mirada llena de todo, apretó tu mano en señal de aprobación, su nombre significaba vuelto a nacer. Ya no más te dijo, no volveré a nacer. Cuando cerró los ojos el llanto te invadió. Mariela corrió a abrir la puerta, unos enfermeros entraron a la habitación con una camilla, pasarlo fue fácil, no pesaba nada, lo que a ti te pesaba era su despertar, cuando al abrir los ojos de nuevo se diera cuenta que no había muerto, que estaba en otro lugar lejos de ti. Tú, ya lo habías aceptado, era tu condena por pronunciar de nuevo su nombre, por entregarle la oportunidad de renacer y vivir más tiempo. Afuera, escuchas de nuevo a la lluvia caer con fuerza. Cierras los ojos y te conviertes en el barquito que se desliza bamboleante, no temes, no te hundirás. Al menos no hoy.
Nacida en México, D.F. Radica en Mérida desde 1989. Estudió el Diplomado de Creación Literaria con Literaria, Centro Mexicano de Escritores. Actualmente está en taller permanente de narrativa con los escritores Alejandro Espinosa y Alejandro Carrillo y en en el taller de narrativa del escritor Ricardo Guerra y el de Hipogeo de Víctor Garduño. Participa en el Taller Uayé de Adolfo Calderon Fue publicado su libro Isabel por Acequia Casa Editorial en octubre del 2018. Han sido publicados sus cuentos Xochicintli y Talika julio de 2012 y octubre del 2016 respectivamente, en Molino de Letras, Revista de Literatura y Humanidades dirigida por Eusebio Ruvalcaba (QPD). Cuento Armonía y otros… publicado en la Plaquette de Atorrantes, en 2017. Déjame pasar, cuento, publicado en Perversiones. libro del colectivo de Atorrantes, en 2019. Antologia de cuentos La Perra que Conoció el Mar”, publicación seleccionada por el Fondo de Ediciones y Coediciones Literarias 2019 del Ayuntamiento de Merida Participó en la Antología “Conexiones” con el cuento “Todo está en tu cabeza ” y “Discurriendo” publicado por la editorial Uno4cinco. Antologadora Mar Gómez. Acaba de ganar un concurso con su cuento “Pequeñas partículas salieron vaporosas” que será publicado en una antología que será distribuida en varios países. Participará con su cuento “Luna de Sangre” en una antología con varios escritores mexicanos. ( pronta a salir ). Ella ha declarado: “Escribir es una condición del alma”.
María Elena González Ortega es una Maravillosa escritora, mujer, madre , esposa y gran amiga!!. Ella escribe con un corazón maravilloso y nos hace ver desde su prospectiva los temas que maneja lo que ha visto lo que ha estudiado lo que ha vivido de una manera agradable que nos deja intrigados en cada renglón para seguir y seguir y conocer el desenlace que siempre sorpresivo. La felicito por su trayectoria por su tenacidad por su empeño y su creatividad bravo María Elena que sigan muchos éxitos y quiero leer más!!!
Muy buen cuento, un final que uno no imagina. Tomar decisiones para ayudar a un ser querido a veces no es fácil. Felicidades, me gustó mucho
Muchas gracias por tomarte el tiempo y leerlo Martha Elba. Agradezco mucho ya te haya gustado.
Me encantó!! felicidades