Mi momento es después de la carne, de la sangre. Después de la vida. A la orilla del camino encuentro el hogar, la existencia. La única pierna metálica que me han dado es clavada ahí para no olvidar lo que una vez pasó, lo perdido más no abandonado. Sobre mi pecho llevo tu nombre y la fecha de la última vez que el aire fue bienvenido dentro de ti. Nosotras invadimos, ustedes mueren.
El camino que construyeron, donde habito justo a la orilla, es nombrado Avenida Emiliano Zapata, otros dicen llamarle Carretera federal Alpuyeca-Grutas. Por aquí pasan carros, camiones y muchas motocicletas. Una de esas montabas tú. Color amarillo y azul, al parecer deportiva. Fuiste perteneciente a la casa hogar Los pequeños hermanos, nunca conociste a tus padres. Eran sólo Andrés y tú. Sus padrinos del orfanato les dieron lo que pudieron. Siempre habías soñado con la velocidad. El triciclo, el patín del diablo, la bicicleta… y al volverte adulto, lograste sacar una moto en pagos semanales infinitos. Parecía que sobre el espacio inmóvil de la existencia se enarbolaba el abandono, pues deseabas la velocidad como el común denominador contrario a la soledad, aquella que sostuvo el pesebre de tu nacimiento. Al camión sin frenos nunca le importó eso. Te enamoraste de ella, la reconociste y te viste morir. La moto tirada, el camión embistiendo a un par de carros más. Todos heridos. Menos tú, tu eras el muerto. Yo, el próximo recuerdo a la orilla del camino. Eso es lo que sé. Lo que Andrés, tu hermano, dice cuando viene a limpiarme, a cambiar las flores y a cerciorarse de que el nombre sobre mi pecho no se borre.
Al otro lado de la avenida, hicieron una igual a mí. A penas sucedió hace algunas semanas. Fue un niño en bicicleta, yo lo vi. Un auto perdió el control y lo empujó sobre el pavimento, aterrizando con la cabeza. El carro huyó, fue un matrimonio, creo que venían discutiendo, aún no se sabe su paradero. El cementerio crece, aún más grande y largo que el tradicional. Nosotras, a un costado del camino carretero erigido, vamos construyendo el panteón del camino sin vuelta. Advirtiendo con nombres ajenos pero un destino familiar. Y ahí los veo. A toda la familia, no alcanzo a ver el nombre. Han amarrado un globo en el brazo derecho de mi compañera, tal vez hoy el niño hubiera cumplido años. El cuello es adornado con un rosario y las veladoras que anuncian la llegada de una más; quien desde su cuerpo frio en cruz, quizá, advertirá la muerte con tu nombre a la orilla del camino.
José Arturo Tapia Tamayo nació el 6 de agosto de 1997 en Mazatepec, Morelos, México. Estudió la carrera de Letras Hispánicas en la UAEM, ex alumno de la escuela de Escritores Ricardo Garibay. Publicó una antología llamada “La tierra cuarteada” y otros textos en Colombia, Miami y Nueva York.
Felicidades!! Me encantó el relato contado por la cruz en el camino.
Muchas gracias! Saludos.
Excelente narración, me puso triste. Logra su intención. Felicidades José Tamayo.
Muchas gracias! Saludos.