Una investigación abierta

Todo cambió para los payasos. La risa del Guasón que agujeraba la moral cotidiana, como con un arma de grueso calibre acompañada de una nariz roja circular sobre la punta. Eso de Stephen King, el cual deseaba hacer flotar a todos mientras los devoraba; entre otras contribuciones, vinieron a desmitificar al payaso feliz y a empañarlo de sangre. Envió a la calle a varios. El oficio de las carcajadas ya no dejaba. Además, la trágica historia del payaso Torpedo soldó la peor cara de la risa del siglo XXI. Las autoridades jamás hallaron el cuerpo.   Simplemente desapareció de su casa. Algunos afirmaron un probable suicidio. Lo cierto es que padecía cáncer y, según los vecinos, la última noche que se supo sobre él, una risa demencial se escuchó desde su casa… las investigaciones siguen abiertas.

 Después de algún tiempo, apareció un nuevo payaso perteneciente a la antigua tradición de las risas, ya que la demanda volvió y los standoperos fríos e insípidos no cubrían las necesidades. Familiares, amigos y algún viejo cómico advirtieron al payaso Wilson, sin embargo, nunca tuvo el más mínimo interés por hacer caso. Las ganancias de su show no tenían sosiego. Le entraba al humor blanco y negro. Haciendo oídos sordos a aquella mosca moralina que le susurraba al oído, nombrada conciencia. No sólo era su boca: todo el personaje era una sonrisa de punta a punta. Salía en televisión, programas malos y uno que otro bueno. Se convirtió en la tercera persona con más seguidores de Tik-tok. Era un fast-food de chistes; es decir, la risa rápida, un shot de carcajada.

La noche de ayer ocurrió lo anticipado… entró a su casa cansado por la jornada, una risa aguda y después una grave retumbaron las paredes como si se tratara de un sismo repentino. Wilson no tuvo miedo, no se alarmó demasiado, pues no había sido la primera vez. Sabía que no iba a pasar nada. Se sintió el payaso que salvaría el oficio. Fue hacía la puerta para recoger la correspondencia y se halló con los resultados de los análisis, los cuales fotografió, para, más tarde, enviárselos a su médico, quien le confirmó la noticia: tenía cáncer. Un cáncer muy extraño, casi innombrable; nacía sobre los labios y no permitía dejar de sonreír, quizá, hasta la muerte.

Guardó el sobre del laboratorio y entró al baño. Miró su rostro al espejo, sonrió y se lavó la cara; había repetido la misma rutina desde hace algunos meses, pues parecía quedarse no sólo sin años sino también sin risas, la bolsa de estas quedaba más hueca con el tiempo, hueco que sentía dentro del estómago. Entonces, se quitó toda la ropa menos el bóxer y entró a la regadera. Las paredes retumbaron de nueva cuenta con las risas, incrementaron su fuerza, parecía ser una bestia subiendo las paredes con la voz. La casa parecía estar en la garganta perteneciente a un payaso demente. Pasado el ajetreó, continuó calmado, se quitó su bóxer y su pene estaba convertido en una enorme lombriz con colmillos, lombriz que masticó su pierna. Él comenzó a reír, no podía parar. No podía cerrar las puntas de su sonrisa.

Pequeñas lagartijas salieron bajó las uñas de los pies, también empezaron a devorar la piel, la carne. Las carcajadas se esparcían cual enjambre. El pelo, los vellos, ahora eran sanguijuelas succionando la sangre. Las manos se llenaron de plumas y, al medio, sobre la palma, creció una boca circular afilada por miles de dientes, la cual tragaba hacía atrás, se tragaba a sí mismo. Las risas destrozaban el cuerpo desde adentro, risotadas de escarabajos. Los dientes se calentaron hasta quemar las encías y el paladar. El tipo se tragó a sí mismo entre múltiples risas. El cuerpo no fue encontrado. Los rumores que acompañaron a Torpedo se los adjudicaron a Wilson. Nunca más, hasta la fecha, fue contado un chiste a partir de la boca de un payaso feliz…las investigaciones siguen abiertas.

2 comentarios

  1. Muchas felicidades José. Los payasos son personajes únicos. Es maravilloso tu ingenio!!

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