Una falta imperdonable

Morir, eso no se le hace a un gato…

“Un gato en una casa vacía” – Wislawa Szymborska

De nuevo no hay comida en el plato. Otro día que ese cretino se la pasa encerrado sin prestarme atención, ¿quién se ha creído que es? Qué atrevimiento el tratarme de esta manera; es una falta imperdonable a mi potestad como rey y soberano de este lugar.

Si pudiera salir de la casa me iría para no regresar jamás; ese sería el castigo perfecto para quien no me trata como merezco, pero no soy tan malvado, no puedo hacerle eso a quien me cuidó desde pequeño, aunque sea un irresponsable de primera.

Pero las cosas han estado diferentes desde hace unos días. No me permite entrar a su habitación como antes y solo escucho llanto y gemidos melancólicos al otro lado de la puerta, seguidos de la misma frase una y otra vez: “ya no puedo más”. No obstante, desde hace tres días todo es silencio en la casa y no se oye ni el sollozo del viento al cruzar por la ventana.

Pareciera que nada ha cambiado y, sin embargo, todo ha cambiado. Los platos están sucios en el fregadero; las luces ya no se encienden por las noches ni la televisión causa revuelo con su ruido infernal; los libros acumulan polvo sobre las repisas y ni lo prohibido, aunque se rompa, vuelve a su sitio después de ser reparado, solo se queda en el piso hecho trizas entre fragmentos de vida que no volverán a unirse jamás.

Las noches se han vuelto más frías de lo habitual y, aunque el calor del sillón me permite dormir, no es igual al calor de un abrazo paternal. Esto no me gusta nada, pues mi rutina se ha descolocado por completo y no sé si las horas transcurren del mismo modo que antes o se alargan en periodos más largos que el día y la noche.

Qué más puedo hacer si las cosas ya no son iguales, he rasguñado la puerta intentando hacerle entrar en razón, rompí los papeles de la mesa y tiré las flores del jarrón, pero nada parece llamar su atención ni siquiera para escuchar el típico regaño de siempre. La comida se acabó hoy en la mañana y el agua que queda es poca, y no puedo abrir la alacena para obtener más; necesito de su ayuda.

Comienza a irritarme su actitud tan despreocupada y negligente. Miro por la ventana y veo a la gente pasar una y otra vez, pero no se fijan en mí. Algunos niños me saludan por costumbre a pesar de que mis señales les indican acercarse. A veces pienso en otras manos que me tocan y otra vida que no es la mía, y esta casa ocupada por alguien que no es él, pero rápido ahuyento esos pensamientos oscuros de mi mente, porque, ¿qué sería de mí si me llegara a faltar?

El eco del silencio entonces resuena como un gigante y solo me queda dormir para no pensar en ello, quizá mañana se decida a salir de su habitación y todo vuelva a la normalidad, ya ha pasado mucho tiempo colgado del techo y comienza a oler mal, necesitará un buen baño urgentemente antes de que se atreva a tocarme o lo ignoraré cuando me llame por mi nombre una vez más.

2 comentarios

  1. Felicidades, Gerardo, me encantó tu cuento. Me gustan los gatos, convivo a diario con varios y cada uno tiene su gatonalidad, todos son diferentes. Saludos y bienvenido a la comunidad de las letras que nunca duermen.

  2. Muchas gracias, me alegra que le haya gustado mi trabajo. Saludos..

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