Lunes 2 A.M.
La última página de Estudio en escarlata de Arthur Conan Doyle se agotaba en mi mirada. La cuarta de forros me indicó que no había más por esta ocasión. La aventura que comenzó en la mañana del domingo, había terminado. Debía dormir cuanto antes. No quería estar cansado en el trabajo. En mi mente la elocuencia y agudeza mental de Sherlock se oponían a dejarme descansar, pero debía hacerlo. Dejé el libro sobre el buró, apagué la luz y me dispuse a dormir.
Las 7 A.M. llegaron en un parpadeo. “Quiubo”. Mi mente me saludaba como cada mañana. “Ándale, pero ahí estás, leyendo como todos los domingos…” Me puse de pie y caminé al baño. Mi trabajo en Walmart me obligaba a presentarme a las 7:40 A.M., tenía tiempo para prepararme y salir corriendo. “Se me hace que ya no te bañas, güey”. Nel, así me voy, además tengo un presentimiento. “¿Ah, si?, ¿uno más de tus típicos presentimientos de lunes por la mañana?” Elemental mi querido Watson. “¡Óra!” Necesito un lacayo, un comparsa, un colegario como dicen los taxistas. “¡Chale!, Watson es nombre de perro, no mames, Migue”. Pues desde hoy serás Watson y te jodes, carnal. Y ponte pilas porque ando desvelado y necesito tener la mente bien al tiro. “Será una mas de tus brillantes ideas de escritor frustrado, ¿no?” ¡Alerta, Watson, necesitamos encontrar un misterio!
“Mejor apúrate”.
Salí de mi casa de interés social, con mirada audaz. Sí, era parcialmente por el sueño y parcialmente por la necesidad de resolver un enigma. Algo que me hiciera sentir vivo. “Cada lunes dices lo mismo. Ya ves lo que te dijo el Harpic, siempre tienes buenas iniciativas, pero ninguna terminativa, ¡ja!, luser”. Ese Harpic que va a saber, Watson, ¡no manches! Sí, reconozco que es un chingón acomodando los productos químicos, eso sí. Pero, tiene aliento a caño. “Ni hablar, le apesta el océano, pero de que dice las netas, eso que ni qué”. Cállate pinche Watson. Ponte a las vivas que en cualquier cosa, en el más mínimo detalle, se oculta una verdad terrible o el más sucio secreto. “Mejor hazle la parada al camión, que ahí viene”. Elemental mi querido Watson, elemental.
Después de pagar los ocho pesos con cincuenta centavos del pasaje, le di una recorrida visual a los pasajeros de la ruta. Buscaba a un mentiroso o mentirosa, un maleante o maleanta, una sabandija, en pocas palabras. Había mucho de donde escoger. Los rostros esculpidos con la ferocidad del salario mínimo encuadraban perfectamente en cualquier tipo de delincuentes. “Güey, esa morra te está viendo”. Tranquilo, Watson, concéntrate, estamos trabajando. De mi pequeña mochila extraje una gorra, no tengo un sombrero como el de Sherlock, pero ésta de Walmart tiene que funcionar. Total, como dice el gerente de la tienda: Siempre hay que tropicalizar los asuntos. “¿Chale, ese güey qué?, ¿supiste que le tiró el can, a la chava nueva de salchichonería?” Nos contó el Harpic el día del intercambio navideño. Es mas, aquí traigo el moleskine que le regaló a Naomi y que ella se negó a utilizar. “Neta, no creí usarías esa mamada, hay veces que no te entiendo, Migue, trae corazoncitos por todos lados”. Pinche Watson, es un moleskine original, difícilmente me compraría uno. Además, se lo cambié a la Naomi por unos audífonos bluetooth con la carita del tigre Toño que me regalaron a mí. Trato justo. “Si tú lo dices…”.
Una cuadra antes de llegar a Walmart el tránsito vehicular se detuvo. Miré por la ventana. Estaba descartado que encontraría un misterio a bordo del transporte colectivo. Todos, sin excepción, eran sospechosos de algo, mínimo de ser pobres. Al mirar por la ventana descubrí una cartulina fosforescente escrita con letras enormes: Tacos acorazados Tere, por apertura 2 x 20 pesos. Para la mirada no experimentada de cualquier pasajero eso no era una señal de nada, un simple anuncio y estaban en lo cierto. La ruta avanzaba lentamente, pude observar la preparación los tacos, apunté la oferta en el moleskine aunque sabía que no la olvidaría. La neta quise mamonear que escribía algo en la libreta hipster. “Se me antojó el de milanesa, te faltó apuntar que son con tortillas hechas a mano, ridículo”. Supongo que Tere era quién despachaba. Ponía los pedidos de varios tacos en una bolsa transparente con una carita feliz estampada en ella. Sin duda, su oferta era mejor que cualquier propuesta de la ONU que busca de acabar con el hambruna en el mundo.
La ruta avanzaba lentamente. A lo lejos pude ver a una señora con una bolsa de la carita feliz. Vestía sudadera color azul, y pantalones de mezclilla. De la bolsa frontal de la sudadera sacó algo parecido a una piedra. Eso se me hizo sospechoso. No había puerta, ni portón, nada, sólo la barda. Y ella ahí, sacando una piedra de su bolsa. ¿Para qué? seguí mirando con más atención. “¿Ora, qué te pasa?”. Manoteé para indicarle a Watson que no estuviera chingando. Mi olfato de sabueso se estaba despertando, lo podía sentir. La señora de la sudadera golpeó con la roca tres veces la barda, justo en medio de la letra o de la palabra: Comex. Inmediatamente hice lo que Sherlock haría: lo apunté en el moleskine. “¿Viste, güey?”. Elemental, eso es sumamente extraño.
El paso lento del camión nos otorgaba una vista privilegiada del hecho sospechoso. La señora de la sudadera siguió andando. Treinta o cuarenta pasos más adelante una pequeña ventana se abrió. El camión se emparejó a la señora y por unos metros avanzamos a la par. La señora se detuvo frente a la ventana, estiro los brazos y unas manos desde el interior le recibieron el feliz bulto. Nuestro transporte se alejó al tiempo que la señora regresaba sobre sus pasos y la pequeña ventana se cerraba. “¿Sherlock, cuántos tacos calculas habría en esa bolsa?”. Pequeño bribón, ya me dices Sherlock. Watson, en esa bolsa calculo no menos de 10 tacos, con nopales y salsas. No estaría extralimitándome en mis conjeturas si te aseguro que había salsa de las dos, roja y verde. Continuamos en silencio, estaba seguro que existía un misterio ahí, algo oculto ante la mirada aburrida de una ciudad apática. Minutos más tarde, llegamos a Walmart.
–¿Qué onda Migue?, chidas tus ojeras, heee. –Los saludos del Harpic, siempre son y serán pendejos.
–Me desvelé leyendo, mano.
–¿Qué raro no?, ni te gustan los libros.
“Pinche Harpic, hablame de lado, no manches”. Tranquilo Watson.
–Voy a checar en chinga, Har, ahorita nos vemos.
–Ya vas Miguelón.
No podía apartar de mis pensamientos la aquella escena. Esos golpes en la barda, las manos que tomaban la bolsa, no había puerta, ni portón. Eso debía ser… “Ya dilo güey” ¡Una casa de seguridad! Seguramente tenían secuestrados ahí y les daban de desayunar tacos. “¿Pos qué finolis, no?”. Debes pensar mal. Esa es la regla. Bien lo dice el refrán: piensa mal y acertarás. “No pues… es que sí son un buen de tacos”. Elemental mi querido Watson.
El día pasó sin pena ni gloria. Me apuré a dejar todo en orden en los anaqueles. Insisto, soy un chingón acomodando todo. Paso la Noemí a saludar. “Oliste su perfume, es nuevo”. Watson, no tengo tiempo para otras pistas, tenemos un gran caso ante nuestras narices y tu pensando en el perfume de Noemí.
Tan pronto salimos del trabajo abordé el transporte esperando recabar nuevas pistas que me llevaran a desenmascarar a la peligrosa banda de secuestradores. Pensaba en eso al mismo tiempo que el chofer del transporte me decía: recórrase para atrás, joven. Necesito identificar a la banda, seleccionar un nombre pegajoso para dar a conocer noticia; por fin la suerte me sonreía. Debe ser un nombre de impacto, que sólo de escucharlo ponga a la opinión pública con los pelos de punta. Me acordé de mi amigo Efraím, él siempre tenía ideas creativas para estas cosas pero hace años que no lo veo. De regreso, por la misma calle, ahí estaba la ventana cerrada. “Fíjate bien, los vidrios están pintados de negro”. Caray, Watson, por fin comienzas a ser útil. “Apúntale en tu libretita”. Esa tarde, repasé nuevamente el libro de Doyle buscando algunos consejos del sabueso más conocido de la historia. Buscaba una idea para desenmascarar a la peligrosa banda de secuestradores. “Ya mejor duérmete”
Martes 7 A.M.
Córrele, Watson, ahí viene la ruta. “¡Joder! Mínimo dame algo de desayunar”. El camión no se detuvo en la parada. No era la primera vez que sucedía. Saqué el moleskine y apunté el hecho junto con las placas del camión. “Desde que eres detective, te da por anotar todo.” Dos minutos después pasó el siguiente vehículo y abordamos. “Ojalá que nos toque tráfico, para seguir descifrando el misterio”. Ya veremos, Watson, debemos conservar la calma. Cuando pasamos por aquella barda con el logotipo de Comex no estaba la señora. Pero mi entrenada mirada pudo descubrir una piedra tirada ahí, exactamente debajo de la letra o. ¡Bajan! “Güey, vamos a llegar tarde”. Descendimos de la unidad y corrimos hacia el lugar. Me asomé por aquella ventana y no se podía ver hacia adentro. La pintura negra no dejaba ver nada. “Quién quiera que los haya pintado, su idea era impedir que se pudiera ver a través de ellos”. En efecto mi querido Watson. Tomé la piedra y golpeé en la pared. El ladrido de un perro se escuchó detrás de la barda. Solté la piedra al ver que la señora de la sudadera caminaba por la calle acercándose con un bulto similar. Disimulé mirar mi reloj para pasar desapercibido. “No tienes reloj”. Me alejé despacio, dándole la espalda a la señora. Escuché tres tongs. Pasé enfrente de la ventana que permanecía cerrada, avancé un poco más. Era ahora o nunca. El pulso se me aceleró. Haciendo uso de un talento histriónico oculto pero brillante fingí la recepción de una llamada en mi iPhone. “Es un Xiaomi, no manches, Migue”.
–¿Hola?, dígame, ¿en qué puedo servirle? –Del otro lado del teléfono no había nadie, pero la señora misteriosa no lo sabía. De reojo la vi detenerse. Puso su mano en la ventana para evitar que se abriera.
–¡Número equivocado! –exclamé a los cuatro vientos.
Aceleré el paso al observar que venía otro transporte. “¿Qué paso?, era el momento de revelar el misterio” Watson, está claro que la señora y sus secuaces esconden algo tras esa ventana. “El nerviosismo la delató”. Elemental mi querido Watson.
Llegamos tarde a la chamba y el gerente me mandó llamar. Me puso una buena regañada. Todo quedó ahí. Él sabe que soy un excelente elemento y pareció entender. Ese día trabajé con mas ganas. Con una motivación extra, sabía que estaba a punto de descubrir a una banda de secuestradores muy peligrosa. Por primera vez en mi vida sentía orgullo de mí mismo. “Yo, no”.
Al salir de la chamba, Noemí me interceptó tomándome del brazo. En sus ojos habían lágrimas luchando por mantenerse quietas, pero en cualquier momento la marea cristalina ganaría la batalla. Me preguntó si tenía unos minutos para platicar. Le dije que mejor otro día. “Culei”. No tenía tiempo para oír problemas ajenos. Está noche necesito estar concentrado, dormir muy bien. Mañana descubriré el enigma. Seguramente, Cuauhtemoc Blanco (gobernador del Estado) me entregará alguna medalla al mérito ciudadano o mínimo las llaves de la ciudad. “Pinches secuestradores”. Es correcto, Watson.
Miércoles 6 A.M.
Puse el despertador más temprano. Pero no fue una buena idea. Todavía me sentía adormilado. Watson estas ahí. No tuve respuesta. Me apresuré a salir de casa, está vez no habrá problemas al abordar el camión. La estrategia estaba bien diseñada. Me entrevistaría con Doña Tere, necesitaba saber cuántos tacos vendía y terminar de atar cabos. Abordé el transporte y me apeé a pocos metros de su negocio
–Buenos días.
–Buenas, joven. ¿De qué le damos? Le recomiendo el de cochinita, está buenísimo.
–Deme uno de cochinita y una Coca.
Me senté en una de las mesas junto al refrigerador. “Debiste comprar un periódico, o algo, para taparte el rostro”. Ya volviste Watson. El taco de cochinita estaba buenísimo. Pedí una cuchara para comer lo que se había desbordado en el plato.
–¿Qué le pareció joven?
–Buenísimo, y muy bien servidos. Con razón vende muchísimo.
–Gracias joven. No lo había visto por aquí.
–Es la primera vez que vengo, pero paso por aquí todos los días. Por cierto, veo que tiene clientes que se llevan por bolsas sus tacos. Es un éxito.
–Sí, nos ha ido bien, gracias a Dios.
“¡Lo sabía!”. Tranquilo Watson, lo único que hemos hecho es reafirmar nuestras sospechas. Cuando estaba por terminar el último bocado, apareció ella. “Misma sudadera azul”.
–Hola, Clau.
–Hola, Tere, me puedes dar está vez sólo de cochinita.
–¿Los diez de cochinita?
–Sí, Tere, por favor.
“¡Diez!, Migue, mejor llama al 911, debe ser una banda enorme para tener diez secuestrados”. Ya veremos, qué sigue, Watson. Tranquilo. Debemos estar enfocados. Acuérdame de comprar una lupa, siento que nos podrá hacer falta. “¿Una lupa?, tas loco, mejor pide otro taco” No, me voy a hacer menso con el refresco para seguir a la sospechosa.
Cuando le entregaron su pedido a la señora Clau pedí la cuenta y rápidamente pagué con cambio. “Estos tacos valen cada peso, están buenísimos”. Es correcto, Watson.
Seguí con cautela a la misteriosa Clau. A una distancia prudente pude ver que sacaba la piedra de la sudadera y golpeaba tres veces en medio de la o. Tong, tong, tong. Esperaba unos segundos y seguía caminando rumbo a la misteriosa ventana. Era momento de dar una carrera, empujarla y asomarme por la ventana, para revelar el misterio. “¡Orale, pinshi Migue!”.
Es ahora o nunca, agárrate bien pinche Watson, que el encuentro con el verdad va a estar cabrón.
La ventana se abrió totalmente, no fue necesario empujar a Clau, dos metros antes de poder empujarla volteó al escuchar mis pasos. Se espantó, alzó los brazos y dejó caer la bolsa con los diez tacos, salsas y nopales de cortesía. Brinqué con los ojos bien abiertos para saciar mi curiosidad, mis manos se agarraron de la ventana. Una chiquilla se espantó al ver mi rostro tan cercano. La jovencita esperaba el bulto feliz y no mis ojos inyectados de curiosidad obscena. Recorrí con la mirada la pequeña habitación y ahí lo vi. Un hombre desparramaba su humanidad en un colchón mugroso y aplastado. El fulano pesaba tal vez trescientos kilos, tenía una manguera conectada a la nariz y el otro extremo a un tanque de oxígeno de color verde con el logotipo descascarado del IMSS. Estaba ahí, esperando, seguramente salivando, hambriento.
El llanto de Clau me sacó del shock. Caí de nalgas en la banqueta me levanté con vergüenza. “Ya la súper, mega, cagaste, carnal”. Clau me miró con odio, la escena era confusa. Escuché sus insultos. La bolsa transparente y feliz seguía en el suelo. Me pegó una cachetada tan fuerte que nubló mi vista y me sacó unas lágrimas. Gritos ininteligibles emergían de la ventana. Repetí, dije y pensé varias veces la palabra perdón y corrí rumbo al trabajo. “Ufff”
(Cuernavaca, Morelos 1976)
Egresado del Diplomado en Creación Literaria de la Escuela de Escritores “Ricardo Garibay” del Estado de Morelos.
Me gustó mucho tu cuento.
Tiene algunas frases únicas.
Buen manejo del lenguaje.
Muy entretenido e interesante, gracias.
Hola!!, me encanta tu forma de realizar el contenido, el mundo necesita mas gente como tu