Tres sonetos de amor e incendios

Restaña el corazón aquella nota

en el claro sentir de su presencia.

Vino él como lava que en mí brota

y que todo lo quema y lo silencia.

Sentí un fulgor sin luz que no se agota;

ahora soy la noche y su potencia.

Soy la roca y el mar en el que azota:

En mí no hay carne sino su solvencia.

La presencia inundó la cama entera.

Fue manantial y fue la hoguera

y aunque por dentro un tigre ardía,

así como llegó, se fue en un día,

dejándome en despojo distanciado,

con el trigal del cuerpo calcinado.

.

Toco tus pies en medio de la tarde

en la que no soy nada, nube o brisa.

sutil cazador sin cuerpo que se arde

en el cielo de siempre, si se irisa.

Tu voz. Mi corazón es ya cobarde,

mi carne vacila, dulce e indecisa:

Dios te cuide, te guíe y te resguarde.

Caiga en ti la leche alba de su brisa.

En ti rompa la esperma de los sellos,

las alas de la carne que se agotan

y olvide en nuestro lecho su mudanza

y venga a ti los rastros de resuellos,

el dulce campo inerte donde brotan

la luz, la miel, el amor y la esperanza.

.

Me levanto en la noche interminable.

No quepo en el ropaje que me estrecha,

arde mi piel, pantera que me acecha,

pierdo, mi Amor, la calma inevitable.

Camino este camino inagotable.

busco vereda y luz, busco la brecha,

busco un ángel con fuego y una flecha,

despierto y es el aire irrespirable.

Pero por fuera soy quien soy ahora

sin cambio, a veces torpe y escurrido

regreso el corazón en donde moras,

a ese sitio sin nombre. Y lo vivido,

lo amado, lo mal escrito en esta hora,

eres tú de aquel fuego desprendido.

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