Las mujeres fueron prevenidas e informadas sobre lo que debían realizar para cuidar su embarazo durante el eclipse. El listón rojo y los seguros para ropa se agotaron en las mercerías. Toda mujer encinta estaba lista para evitar que algo le ocurriera a su hijo a causa del suceso astronómico. La población fue advertida de las consecuencias por mirar al sol sin protección ocular. Telescopios, binoculares y lentes especiales fueron vendidos a diestra y siniestra. Los curiosos apartaron un lugar en zonas arqueológicas para la observación del evento, los cuidadosos evitaron exponerse a un riesgo, muchos otros hicieron caso omiso a las recomendaciones y miraron al cielo durante todo el proceso hasta que se formó la corona solar.
No faltó el grupo místico que mencionaba los dones energéticos, espirituales y mágicos de este hecho. La mayoría de la población lo vivió sin grandes cambios ni expectativas. Fue hasta después de meses que empezaron a sentir los efectos. Los que habían visto al sol sin protección acudían en largas filas a comprar anteojos. Su vista ya no era la misma. No sólo no veían las letras en un libro o no distinguían a las personas a lo lejos, sino que veían sin ver. Los colores habían perdido su tonalidad, no encontraban las estrellas en el cielo nocturno o no sabían a quién tenían enfrente hasta escuchar su voz.
Ojalá sólo se hubiera tratado de una pérdida de la visión de forma pasajera. La gente se fue quedando ciega. La oftalmología se dedicó a buscar la cura o evitar la ceguedad, pues esta se heredó. Los hijos nacieron con la debilidad visual de los padres que miraron al cielo aquel 8 de abril. Las que no creyeron en los rituales y supersticiones y que no usaron su cinta roja en el vientre, vieron nacer pequeños con deformaciones, debilidad visual o con ceguera completa. Las filas para consultar chamanes y curanderas eran largas, pero no había cura. Hubo quienes se volvieron creyentes del dios del sol. Tonatiuh desplazó a Quetzalcóatl como uno de los dioses antiguos predilectos. No faltaron los radicales que optaron por medidas drásticas como los sacrificios.
Los niños nacidos ese 8 de abril también presentaron alguna situación que los distinguía del resto. Nacieron con los ojos blancos con ligeras manchas oscurecidas. El mar de la tranquilidad podía verse en ellos. Conforme crecieron destacaron debido a su vista aguda y que les permitía mirar más allá del mundo físico. Videntes, profetas, iluminados era como les llamaban. Sanaban a quienes los médicos no podían curar. Coyolxauhqui también se volvió una diosa favorita entre la gente que antes ni sabía de su existencia.
Casi 30 años después otro eclipse estaba a punto de suceder, pero se había vaticinado que este marcaría el fin de los tiempos. Las profecías auguraban que todo comenzaría con una batalla entre los dioses por el control de la Tierra. Las oraciones eran para que nadie volviera a mirar al cielo o que no hubiera niños nacidos durante el fenómeno astronómico porque no se sabía lo que podría ocurrir.
Licenciada en Historia por la UAEM. Docente por amor a no morir de hambre. Repostera por antojo. Padawan de la Literatura. Fan del cine y las series.
Es coautora del libro Laberintos. Seis escritoras mexicanas de minificción, además de participar en la antología de cuentos Mundos inventados publicada por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Su cuento Trinidad obtuvo un premio en la convocatoria Morelos 21: memoria y encuentro, mismo que fue publicado en una antología con el mismo nombre por parte del Gobierno del Estado.
Felicidades Liz, muy interesante tu cuento. Sobresale el respeto y temor ancestral del humano hacia los fenómenos naturales.
Siempre habrá un temor a lo desconocido, pero a la vez muy atrayente a lo místico, pero al final nadie sabe lo que es real o un mito, por mi parte tomo la decisión de creer en unas cosas y otras dejarlas ir, magnífica historia ancestral, saludos y bendiciones