Era un joven muy guapo. Había visto que se subía al camión a la misma hora que yo, a veces nos sentábamos juntos; otras, se quedaba parado. Si quedaba lejos de mí, me daba la oportunidad de mirarlo. Sus brazos solían cargar una mochila en el hombro izquierdo, sus tenis blancos lucían impecables, contrastaban con su atuendo oscuro. Jeans, playera negra y una chamarra a juego era su vestimenta habitual. Pensé que sería un uniforme o que era su color favorito. Los hombres siempre ahorran tiempo y dinero al comprar ropa similar, no tienen que quebrarse la cabeza pensando en lo que se pondrán día a día.
Por fin me animé a hablarle. Me puse la ropa más bonita, me maquillé lo mejor que pude, me armé de valor. Ese día, por fortuna, se sentó a mi lado, pero yo me había quedado dormida. Cuando desperté llevaba mi cabeza recargada en su hombro.
—Lo siento, —dije con la cara roja. Pude sentir cómo la sangre subía a mi rostro y ahí se quedaba estancada, reluciendo, haciéndose notar.
—Está bien, te ibas a golpear en la venta y acomodé tu cabeza en mi hombro, no pasa nada. —Mis oídos y neuronas no daban crédito a sus palabras. Empezamos a charlar del clima, del tráfico, de mi hábito de dormir en el transporte público. Él se bajó y yo lo hice en la siguiente parada, pues me encontraba a cinco cuadras después de mi destino.
Cristian, así se llama, me había dado su nombre y me pidió mi número. Empezamos a enviarnos mensajes de texto. Nos poníamos de acuerdo para coincidir en la parada. Después de varias semanas nos hicimos novios. No podía pedir una relación más perfecta. Teníamos intereses en común, nos gustaba el cine, el jazz y la comida asiática. Me presentó con sus padres, yo lo llevé a casa y a toda mi familia le cayó bien. Éramos perfectos el uno para el otro.
Caballeroso, atento, amigable con el ambiente, se ejercita, no fuma, no come comida chatarra, cuida sus plantas. Podría hacer una lista enorme de sus virtudes. Sus defectos los omito porque no se trata de sacar los trapos sucios de nadie. Yo siempre preferí ser cautelosa, aún me parecía un sueño que él se hubiera fijado en mí, no faltaban los comentarios sobre lo afortunada que era por ser su novia.
—Quizá es hora de darnos un tiempo, —lo dijo después de darme un ramo de flores el 13 de febrero. Pregunté, inquirí, exigí una razón y él sólo decía: “No me quieres lo suficiente”. —He demostrado mi amor por ti, he aprendido a escuchar música que te gusta, he visto películas que en la vida me hubieran interesado, he aceptado tus defectos, pero no puedo seguir con una mujer que nunca me dice que me ama.
En ese momento se me vino a la mente todo lo cariñosa que fui con él. No me corté el cabello para verme más femenina, no me vestía con escotes para no provocar sus celos, dejaba que no usara condón cuando teníamos sexo. Una vez pagué por el churro que se fumaba de vez en cuando, me volví asidua al uso de gafas de sol y a los ungüentos de árnica. Mi cuerpo también le había demostrado mi amor. Se había puesto esbelto, pues me animaba a bajar de peso para verme bien junto a él. Mis pies no caminaban descansados debido al tacón de 12 cm para que mis piernas se vieran torneadas y atractivas. Mi corazón había empezado a sufrir de arritmia con sólo escuchar su voz, ver su sonrisa o sentir su mano en mis nalgas.
En ese momento en que él quiso terminar conmigo mi mundo se vino abajo. Cómo era posible que nada de lo que había hecho rindiera frutos. Ahora sólo me quedaba hacer la mayor demostración de amor. Corrí por el cuchillo y lo hundí en el esternón tan fuerte como pude. Mis fuerzas nacidas del desamor me ayudaron a cumplir con la misión. Arranqué el corazón de su sitio y se lo mostré. Aún latía, sangraba y amaba. En sus ojos vi el más puro amor. Antes de darme cuenta él me abrazaba y susurraba un te amo.
Abrí los ojos sobresaltada. Mi cabeza había golpeado en la ventana del camión. Él iba a mi lado. Me bajé de inmediato. No volví a usar el mismo transporte. No supe su nombre. Mi corazón aún late en su lugar.
Licenciada en Historia por la UAEM. Docente por amor a no morir de hambre. Repostera por antojo. Padawan de la Literatura. Fan del cine y las series.
Es coautora del libro Laberintos. Seis escritoras mexicanas de minificción, además de participar en la antología de cuentos Mundos inventados publicada por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Su cuento Trinidad obtuvo un premio en la convocatoria Morelos 21: memoria y encuentro, mismo que fue publicado en una antología con el mismo nombre por parte del Gobierno del Estado.
Jajaja, inesperado final. Gracias por compartir, son muy interesantes tus textos. Saludos
Jajaja, me hiciste recordar una anécdota similar. Nunca falta un guapo en el transporte público que puede hacernos soñar con lo que pasaría.
Buen cuento, gracias