¡Suéltame piojosa!

De todo lo escrito yo amo sólo aquello
que alguien escribe con su sangre
Nietzsche

No soporto tus dedos sucios, me rodean como culebras pálidas, como sanguijuelas lujuriosas. Más que el asco provocado por tus falanges flacas, lo que me escuece es lo que me obligas a hacer: escribir con mi sangre negra tus ideas hueras, mal expresadas, vulgares.
Te detesto, eres enfermiza, insegura, inestable, pretensiosa. ¡Puta zorra! Te crees la artista más grande de este siglo, una poetisa maldita atormentada, es por culpa de esa imagen retorcida que me manipulas tantas horas, principalmente durante la noche, cuando sólo los criminales y los suicidas rumian, me obligas a escribir con lugares comunes, por ejemplo, “ella lo amaba con inusitada pasión”, “su intenso deseo era como un torrente incontrolable”, “estaba poseída por un terror mortal”, ¡estoy harta de tus copretéritos y de tus gerundios!, ¿para escribir lo que las masas dicen gastas mi sangre?, ¿para vomitar tu prosa mediocre me usas?, tus adverbios son más numerosos que las estrellas del cielo y las arenas del mar, ¡maldita sea!, también yo empiezo a escupir clichés.
Pedregoso y sombrío fue el camino que me trajo del escritorio de Juan Nepomuceno a tus puercas manos, pero desde entonces maldigo esta existencia no viva que me impide morir.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *